Adios a los datos

La opacidad y el secretismo parecen ser la lógica impuesta por el ministro Heber y su equipo en lo que a datos sobre seguridad refiere.

A pesar que, discursivamente, digan otra cosa, en los hechos terminan confirmando una comunicación alejada de toda transparencia.

No comunican las fugas de cárceles, por ejemplo, en una extraña estrategia que suma más dudas que certezas a la ya cuestionada gestión penitenciaria, que va camino al récord de muertes bajo custodia.

En lo que, a datos de denuncias de delitos, la estrategia no es muy diferente y linda con la improvisación, a pesar de los esfuerzos por argumentar que son los mismos funcionarios de la administración frenteamplista, los encargados de procesar los números.

Algo que no aporta al fondo del asunto, porque podrán ser los mismos, pero si a esos mismos les llega fragmentada la información a procesar, los datos finales serán de inferior calidad a la hora de representar, lo más aproximado posible, la realidad de la seguridad.

Hoy se recurre al “olfato policial”, al apelar a viejos cuadros que asumieron roles de dirección con viejas recetas y desconociendo las nuevas tecnologías de la Policía Nacional. Así estamos, a la deriva en cuanto a tener información de calidad que sirva para implementar una operativa policial que dé respuesta eficaz a una delincuencia que muta constantemente y para la cual, no alcanza llenar la prensa con falsas promesas que terminarán chocándose con la dura realidad que viven los vecinos en cualquier barrio del país…

Contra reloj y contra el almanaque

En lo que parece un derrotero del disparate, la figura del Ministro del Interior se ha devaluado con insólitas apariciones y peores declaraciones que lo han expuesto a una suerte de improvisado gestor de la desgracia. No sólo repite lo que malos asesores le soplan, sino que lo que le soplan –encima- es erróneo y alejado de toda práctica.

Desde el ensayo y error tras la fuga de un narco que no era narco sino que traficaba drogas en el establecimiento, que se fue por la puerta o por los tejidos perimetrales y que pagó una propina con tarjeta o en efectivo, etc, etc; hasta la insólita e innecesaria difusión de datos parciales de homicidios antes que venciera el mes de Octubre, pasando por haberlos dado como si fueran datos nacionales cuando eran sólo de Montevideo, hay una suerte de escandalosa gestión que muestra el nivel de improvisación extremo en que está sumida la Secretaría de Estado.

A todas luces se nota que el Ministro no está cómodo en la función, y no es para menos. Luego de más de 30 años como parlamentario y haber sido bendecido con el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, asumido el nuevo gobierno, llegar a la cartera más difícil del gabinete, hay una diferencia grande.

Al principio pareció ser una jugada magistral del Presidente, que lo sacaba en medio de una gestión cuestionada por la entrega del Puerto de Montevideo a una multinacional en régimen de monopolio privado sin ley que lo habilite y por 12 períodos de gobierno. Luego, ante la inesperada desaparición física de Jorge Larrañaga, ponerlo al frente del Ministerio del Interior parecía una jugada inteligente, claro que nadie esperaba que dicha inteligencia no fuera eficazmente aplicada para gestionar una cartera harto compleja. Porque a estar por la sucesión de desafortunadas salidas, hoy parece ser un Ministerio sin rumbo que está liberado a la suerte de lo que se pueda improvisar, y ya se sabe que cuando hay descontrol nada bueno termina sucediendo.

A tal punto es la desorientación en la cartera, que trascendió por estas horas que los sindicatos manifestaron preocupación por la falta de control político y mantendrían reuniones con asesores de la cartera intentando poner un poco de criterio al tema. Lo extraño es que sea con asesores en lugar del titular al mando, ese que debiera asumir el timón, sin delegar nada menos que la responsabilidad de marcar el rumbo de la gestión.

Volviendo al tema de los datos, es incomprensible que se hayan aventurado a tanta improvisación apurando cifras antes de cerrar el mes, y –encima- hacer ver esos datos como nacionales cuando eran datos departamentales (y parciales) de la capital, Montevideo. Semejante error sólo puede ser atribuible a dos razones: 1) la idea fija de querer mostrar una realidad alternativa a la verdadera, apurando datos a sabiendas que si esperan a cerrar el mes serán peores; ó, 2) su nivel de impericia es tal que no tiene idea alguna y se limita a repetir lo que le soplan asesores con igual o peor nivel de improvisación y falta de cabal conocimiento de la gestión de la seguridad.

De otro modo no se explican tamaños errores comunicacionales, nada menos que de las cifras de denuncias de delitos. Con ese nivel de equivocación han dado un golpe mortal a las cifras oficiales, las que están malheridas de credibilidad no por quienes las elaboran sino por quienes las difunden de forma equivocada.

Si antes ponían en duda las cifras apelando a la llamada “cifra negra” de no denuncias, hoy esa cifra es abultadamente mayor a partir de la precarización de los registros (eliminación de becarios en las comisarías, no registro en las tablets, desestímulo a denunciar debiendo ir a una comisaría para radicar las mismas, etc). Porque si algo debe quedar claro –hoy más que nunca- es que los datos que aporta este Ministerio del Interior son de denuncias de delitos, y si bajan las denuncias (a partir de prácticas como las descritas), los datos también bajan, pero no porque mejore la seguridad sino porque empeora el registro.

Lo que no se denuncia no se conoce, al menos para el común de la gente porque las víctimas vaya si padecen sus consecuencias igualmente; de ese modo al haber menos denuncias se nos quiere hacer creer que hay mejor seguridad, pero la cruda realidad golpea fuerte y les explota irremediablemente en sus narices. Así ocurrió este negro fin de semana, luego del anuncio tragicómico de cifras de homicidios hecha por el Ministro junto al Jefe de Policía de Montevideo. Varios homicidios, algunos que fueron verdaderas ejecuciones de corte mafioso, elevaron las cifras a guarismos que seguramente superarán las del año 2020 (pandémico), echando por tierra al castillo de naipes que construyeron con sus falsas exposiciones mediáticas.

Abandonar la veracidad estadística es un grave y peligroso error en el que incurre esta administración, porque lo que no se conoce no se puede enfrentar y menos corregir (si es que esa es su intención). Apelar a seguir insistiendo con una falsa idea de baja de los delitos por acción propia de su gestión no solo los aleja de la realidad, sino que los expone a enfrentar los datos crudos de una situación que no muestra señal alguna de recuperación sino todo lo contrario.

El patrullaje se ha abandonado por completo en muchos barrios de la capital y del resto del país, donde los eventos de inseguridad están aflorando de manera notoria, a pesar del cerrado –todavía- cerco mediático que de a poco empieza a abrirse a impulso de las redes sociales que son las que exponen las denuncias muchas veces.

Cerró un octubre trágico, con cifras que estarán muy cerca de las de 2019 sin pandemia, y debiera preocuparnos sobremanera que ni la pandemia haya podido menguar nada menos que los homicidios, el delito más violento.

Los datos no son solo números, y no solo sirven para construir mapas de calor y planificar la operativa policial, también sirven para construir políticas públicas de consenso. Intentar construir un relato alternativo a los hechos, dejará –más temprano que tarde- una brecha tan grande entre la realidad y la ficción de esos números que habrán destruido por completo lo que llevó muchos años construir en materia de confianza sobre las cifras oficiales.

Todavía están a tiempo de no cometer tamaño error.

el hombre sacaba cuentas,

el perro ladraba una denuncia…  

Julio Fernando Gil Díaz «El Perro Gil»

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