Gonzalo Perera
Más allá de dinámicas socioeconómicas muy básicas, y de la similitud de costumbres y pasiones (fútbol, tango, mate, etc.), no siempre es fácil entender la realidad de un lado del charco, con la mentalidad del otro lado.
Porque hay algunas diferencias que pesan mucho. Por ejemplo, la intensidad histórica de la lucha de clases tiene diferencias sustantivas entre Uruguay y Argentina. En la vecina orilla, un mayor desarrollo industrial, obviamente, generó una clase obrera muy numerosa, muy fuerte. Pero al mismo tiempo, la más rancia oligarquía argentina guardó prácticas casi feudales. Como la necesidad de tener tres hijos (varones, además) para destinar uno a los negocios familiares, otro a la Iglesia Católica y otro a las Fuerzas Armadas, manteniendo una trenza muy firme entre el poder económico, el poder de las armas y el adoctrinamiento espiritual. El Uruguay de comienzos del Siglo XX, las políticas batllistas sobre la base de una fuerte educación pública, la radical separación del Estado de la Iglesia, la generación de las empresas públicas y, desde sus empleos directos e indirectos, la construcción de una fuerte clase media, fueron marcando diferencias objetivas entre la realidad de ambas orillas. También fue fomentando un cierto sentimiento de superioridad en la clase media uruguaya, que veían y aún hoy ven, con cierto desdén lo que pasa en Argentina. Porque todo proceso objetivo suele tener expresiones subjetivas y, en particular, la historia argentina muestra el desarrollo de un odio de clase furibundo de las clases dominantes hacia los “cabecitas negras”.
Quizás la incomprensión de la intensidad de ese odio de clase haya sido uno de los factores que alimentó la mirada con desdén que mucho uruguayo de orientación progresista tenía hacia esa Argentina demasiado clerical, demasiado militar y turbulenta en sus pasiones políticas. Y quizás esa misma incomprensión hizo muy difícil para nuestra intelectualidad y nuestra izquierda la comprensión de un personaje fuertemente contradictorio, con etapas muy diversas en su discurso político, pero absolutamente central en la historia política argentina: Juan Domingo Perón (y todos quienes de alguna forma lo reivindican).
Es imposible entender Argentina sin intentar comprender la forma en que Perón y el peronismo, con sus diversas corrientes, no pocas veces enfrentadas a muerte, marcaron su realidad. Digo “intentar comprender” solamente, porque “comprender” quizás sea una pretensión excesiva, pero intentar ubicar algunos hechos en su contexto, en su realidad objetiva y subjetiva, es lo que debemos intentar siempre, más allá de nuestros contextos, pensamientos y preferencias.
Tratando de escapar tanto a la apología como a la demonización, sin el cabal dimensionamiento del odio de clase antes aludido, es imposible entender cómo surgió y llegó a ser fuerte el peronismo. Hace falta demasiado odio para pintar en un muro “Viva el cáncer”, cuando se supo que Evita, referente casi religiosa de los “descamisados”, estaba en una fase terminal de dicha enfermedad. Hace falta un odio inverosímil para bombardear desde aviones los civiles que estaban en Plaza de Mayo cuando en 1955 Perón fue depuesto. No ignoramos personalismos, oscuridades, ambigüedades, contradicciones, simpatías con Franco y otras zonas oscuras de Perón. Pero todas las oscuridades del peronismo no pueden invisibilizar el pavoroso odio de las clases dominantes argentinas hacia la gran masa de trabajadores.
A Evita los medios hegemónicos y las tertulias aristocráticas la denominaban “la yegua”. Pasaron más de cinco décadas para que otra mujer recibiera semejante apelativo: Cristina Fernández de Kirchner. Cabe preguntarse qué originó tantos odios nuevamente.
Los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner han generado en Uruguay, y particularmente entre militantes del FA, algunas antipatías, por algunos chisporroteos que se dieron en la relación con los gobiernos del FA.
Pero, una vez más, cegarse a reconocer la realidad por algunas desavenencias, no es racional. Y los motivos por los cuales los llamados “gobiernos K” se ganaron el odio de la más rancia derecha argentina son muy contundentes.
Inicialmente vistos como expresión típica del aparato peronista, comenzaron a hacer una construcción que, sin renegar de esa tradición, se hizo mucho más transversal y generó apoyos en sectores hasta entonces impensables.
Lo hizo el “Prosheda” de Néstor Kirchner, haciendo bajar los retratos de los dictadores al propio comandante en jefe del Ejército. Lo hizo transformar la ESMA en museo de la memoria y brindar un respaldo nunca visto a madres y abuelas. Lo hizo acercarse al ALBA y construir el memorable “ALCA….Al Carajo!” del comandante Chávez en la cumbre en la que George W. Bush intentaba afirmar sus planes continentales. Lo hizo con una Ley de Medios que enfrentó radicalmente al siempre gobernante Grupo Clarín. Lo hizo con una decisión histórica, sostenida con particular firmeza por Cristina Fernández, como la anulación de la estafa de las AFJP, del sistema previsional privado que es un robo al trabajador, para con los fondos liberados, financiar políticas sociales, como la Asignación Universal por Hijo. Lo hizo al conquistar niveles de popularidad tremebundos, que asustaron a la derecha. Mientras que en Argentina se gana en primera vuelta con más del 40% de los votos y más del 10% de ventaja sobre el segundo, en 2011 Cristina Fernández triunfó con la friolera del 54% de los votos, y 37% de ventaja sobre el 17% del segundo. Un apoyo electoral nunca visto, ni antes ni después, y que ni siquiera el propio Perón alcanzó. Las inversiones en la educación pública, en Investigación e Innovación, en repatriación de científicos argentinos de la diáspora, la generación de empleos altamente calificados en sectores de alta tecnología, de fomento a la producción cultural, tampoco le ganaron afectos entre los que brindaban con champagne con Videla.
Uno es tan uruguayo como la celeste y hay cosas del discurso y los rituales peronistas, o “K “, que le chocan, pero cuando alguien defiende a las grandes masas populares con firmeza, y por ello se gana el odio feroz de las clases dominantes, mis reservas quedan a muy buen resguardo. Y no tengo la menor duda de qué lado estoy y a quién debo respaldar,
La judicialización, la increíble difusión de una cultura de odio puro desde medios hegemónicos y redes sociales que ha sufrido Cristina Fernández, es de una virulencia enfermiza y obliga a pensar en qué medida nuestro Uruguay está libre de sufrir esos males, sobre todo cuando empiezan a aparecer indicios de judicialización de las diferencias políticas y de discursos de odio sin tapujos en diversos ámbitos de la derecha, con un claro componente de clase.
El intento de ataque armado hacia Cristina Fernández no es más que la punta de un inmundo iceberg, que se hunde en las profundidades de una sociedad adiestrada por décadas para odiar al “negro”, al “groncho”, o cualquier otra expresión que pretenda referir despectivamente al pobre.
No se trata de condenar solamente episodios, sino de repudiar todo el proceso político, cultural, ideológico, que ha pretendido quemar en la hoguera a quien, por ejemplo, tuvo el coraje de terminar con la estafa de las AFJP. Toda nuestra solidaridad hacia la agredida y, sobre todo, a las multitudes que representa y defiende. Como dice su himno: ¡Al gran pueblo argentino, salud!
Foto de portada:
La vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández. Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS