Alberto Mediza, al rescate del poeta perdido

Desde El Popular analizaba la escena teatral con agudeza y sensbilidad revolucionaria.

Por Pablo Silva Galván

Rescatar el olvido a quienes nos precedieron es, sin duda, una forma de entender porque llegamos hasta aquí. Esta casa periodística tuvo a lo largo de su historia figuras relevantes de la política y la cultura nacional, pero a veces el paso del tiempo las va sepultando bajo un pesado manto de olvido. Este es el caso de Alberto Mediza, quién fuera en su tiempo considerado el más brillante de los críticos de teatro, director, poeta y periodista. Desde 1966 fue crítico teatral de la página cultural de El Popular y director de la Revista de los Viernes hasta el cierre del diario en 1973. Fue poeta. Fue trabajador del metal, en la empresa Cinoca, delegado de la Untmra y como tal despedido tras la Huelga General. Y fue comunista.

Nació en 1942 en Cardona, departamento de Soriano, pero vivió desde muy joven en Montevideo hasta su exilio en Buenos Aires, donde murió casi solo. Hacia mediados de los años 60 y comienzos de los 70 fue considerado como el más agudo y certero de los críticos de teatro, y sus columnas aparecían publicadas en El Popular donde ingresó a trabajar muy joven. Paralelamente trabajaba en la empresa Cinoca, lugar donde fue delegado sindical.

Por su labor teatral obtuvo varios premios: 

1966: Premio Anual a la Mejor Versión de la Temporada por su adaptación de » Volpone » de Ben Jonson;
1969: Mejor Espectáculo –Círculo de la Crítica- por su versión libre de “Rey Lear” de Shakespeare;
1971: “Florencio” a la Mejor Versión de la Temporada por su adaptación de “Antígona” de Sófocles;
1972: Mención Especial Concurso Casa de las Américas por su libro de poemas “Del viento que cruzó por las ciudades”.

Esta tarea opacó su otra actividad que fue la de poeta. Escribió textos que pueden encontrarse en algunos viejos números de Estudios, aunque hay que hurgar detenidamente para dar con ellos. Publicó un libro de poesía –“Descomposición y otras señales”-, publicado por la editorial Aquí Poesía, esforzado proyecto de otro poeta olvidado, y comunista, como lo fue Rubén Yacovski, además del ya mencionado “Del viento que cruzó las ciudades”.

En más de una ocasión el amigo Alejandro Michelena, crítico, periodista y escritor, ha rescatado del olvido a Mediza y su poesía. Siguiendo esa línea y revisando cosas viejas, me encontré con textos de Mediza, sepultados por años de olvido. Fue en agosto de 1966 cuando, en el marco del XIX congreso del Partido Comunista se presentó un espectáculo de música y poesía dedicado a la heroica lucha del pueblo vietnamita. El espectáculo contó con la dirección de Roberto Fontana y la participación de Villanueva Cosse, Sara Larocca, Lía Kleinman y Dardo Delgado, quienes leyeron textos de Mediza, Silvia Lago, Washington Benavídez, Rubén Yacovsky y Ho Chi Minh.

Escribía entonces Mediza:

Lo que mil años de historia no pueden destruir, es el esfuerzo

la sangre repartida entre los días, el brazo tenso

la vida que fecunda las palabras hasta dejar desarmado

el carozo del tiempo

los hombres llegan y se van, todo desaparece,

y el viento ya no es el viento, y el aire ya no es el aire

y hasta la propia carne muere

y se destruye;

sobre descreido espacio se abraza con la tierra

Pero nosotros somos

el puente y el futuro de la especie

damos lugar al hombre que vendrá.

Solo la realidad humana quedará.

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En esta latitud donde todo se agrieta y se derrumba

donde un monstruo invisible se devora

la tierra, el pan y el cielo

y nosotros andamos

con los ojos hurgando entre los días

detrás de una señal que nos ampara.

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Los niños escondieron sus lágrimas en planchas de hormigón

y se arrancaron a tiempo la memoria.

Sobre los altos edificios cruzan los veranos

con tardes apacibles, con sonrisas.

Cuando el reloj marcó la hora precisa,

estallan los timbres, las sirenas. Las calles se llenaron

de hombres apresurados, de restos de papeles, de automóviles

de voces arrugadas que andaban por el aire.

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El 27 de junio de 1973 llegó el golpe de Estado fascista y comenzó la Huelga General. Mediza estuvo junto a sus compañeros. Ocupó en Cinoca y fue despedido. Posteriormente inició el camino del exilio. Y fue Buenos Aires la ciudad que lo acogió, como a tantos compatriotas.

Allí trabajó intensamente escribiendo para teatro. Junto a Luis Cerminara abrió una academia de estudios teatrales, además de publicar sus trabajos en el diario La Opinión y en la revista Crisis. En 1976 realiza una adaptación de “El Proceso” de Franz Kafka y siguió trabajando en su producción poética la que pensaba reunir en un libro pero la muerte lo sorprendió cuando apenas tenía 36 años.

Pero en Argentina no pasó al olvido. En la ciudad de La Plata funciona la Biblioteca Popular “Alberto Mediza”, un centro cultural que atesora su archivo y biblioteca y rinde homenaje a su obra. Su compañera Sara Silveyra y su hijo Rodrigo Mediza fueron quienes entregaron a la institución la biblioteca y el archivo personal. El Uruguay y su comunidad cultural todavía le deben un homenaje.

Un  ejemplo de la capacidad y sensibilidad de la poesía de Mediza es la siguiente:

 “María entre tinieblas”

Como un cangrejo que baja por la vida,
yo registro las huellas de tu nombre.

Nuevamente,
como culpable de un delito
ejerzo este oficio
de tragalaberintos sin salida.

Ya te he dicho, María, qué tristes son las herramientas
del recuerdo: una luz enferma en que deambulan
besos, palabras, gestos que un día extraje
violentamente de tu cuerpo.
Retazos de memoria, olvidos, mordeduras
lloran sobre la inmensidad de mi cabeza, preguntan
por tus piernas, extrañan los ardores de tu piel,
la geografía del amor que juntos descubrimos,
para luego saber
que detrás de la carne no se hallaba
nada que fuera perdurable.
Por entonces el sol
calentaba los días con un fuego distinto.
La casa era un lugar donde el reposo
siempre escondía una caricia.
Los árboles, aliento que poblaban el aire
con un idioma extraño
como de suaves lenguas,
y el pan de harina fresca y las manos buscando
a lo largo y a lo ancho
la tierna consistencia de tus senos.
También el cielo incorporando su realidad hecha de espacio,
su inmensidad hecha de miedo,
su todo estar sobre los hombres, su todo andar
sobre las bestias,
bajaba a descansar junto a las horas,
cuando tú remontabas palomas de tristeza,
y contabas historias y emprendías
viajes imaginarios
hacia el país de la felicidad completa.
La habitación entonces era un enorme barco
remontado en el tiempo,
y en él se hallaban
—además de tu vientre y de mis huesos—
un cuadro de Van Gogh
con sus cipreses alucinados,
soles desesperados y furiosas tormentas.
Los floreros vacíos, los libros de Vallejo.
Pero pronto, María, muy pronto,
tuvimos que descender sobre la tierra,
volver a tu silencio, golpear en los metales
que se volvieron puertas.
Yo aferré tu sexo a mi cintura, tus mapas imposibles,
los hijos que no fueron
—los que quedaron mudos en tu vientre,
los que en mi sangre se volvieron viejos—,
y con ellos
he salido a caminar por este mundo
—tal vez a tu reencuentro—.
Tarde llegué a saber
que tan sólo el amor nos separaba.
Y el amor es un verbo.

ALBERTO MEDIZA

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