Por Laura Boiani (*)
No tengo recuerdos de mi primera Marcha del Silencio. No recuerdo qué tan pequeña era cuando me llevaron por primera vez, si me llevaron en brazos o si ya tenía la edad suficiente para andar sola. Sin embargo, crecí con ella, rodeada de fotos y sabiendo, de alguna forma, que una de esas pertenecía a mi abuelo. Crecí sabiendo que mi abuelo, Otermín Montes de Oca, estaba desaparecido.
Es así que la Marcha del Silencio siempre fue un lugar de encuentro; de encuentro con mi abuelo, de descubrimiento y abrazo. De encontrarlo allí, rodeada y rodeados por un silencio estremecedor, que cuando se rompe para gritar presente, lo trae (y los trae) al presente.
Los 20 de mayo tienen algo especial, tienen el abrazo a nuestros compañeros, desaparecidos por soñar y luchar por una sociedad diferente, más justa, más solidaria. Tienen el encuentro en la construcción por una memoria colectiva, que se niega a olvidar, que prohíbe el olvido. Allí, en el encuentro, se reafirma la lucha, la convicción de que la verdad, en algún momento, puede y va a triunfar.
De cara a este nueva Marcha del Silencio, adjunto una carta escrita a mi abuelo, en la búsqueda por encontrarlo:
Abuelo… Qué raro será para vos que te digan así, si cuando te llevaron eras apenas padre y esposo. Pero sí, el tiempo te supo hacer abuelo; abuelo de unos cuantos, y entre ellos de mí.
Es extraño escribir esto cuando no me conocés. Pero soy Laura, tu nieta, hija de esa niña que con once años fue testigo de tu secuestro y no te vio volver. Tu nieta, que debe su nombre a vos.
Tantas cosas podría contarte, de mí, de nosotros, de tu familia toda. Al fin y al cabo, no nos viste nacer ni crecer. Pero, si hay algo de lo que podría hablarte, es de las oportunidades robadas. Cuando te llevaron secuestrado, les robaron a tus hijos la chance de crecer a tu lado, de jugar con su padre, de reír y llorar junto a vos. A nosotros, tus nietos, nos quitaron la posibilidad de tenerte. Y así, dejaron una herida abierta muy, muy profunda.
Es extraño, quizá, pero a partir de esa herida fuiste creciendo. Prohibiendo el olvido, fuiste creciendo con y en nosotros. Crecimos viéndote inmortalizado en una única foto, robando de oídas fragmentos de quién eras. Armando un rompecabezas a partir del recuerdo de otros.
Por eso, a veces, es fácil imaginarte acá, imaginar lo distinto que sería todo si no te hubiesen desaparecido. Imaginar todas las posibilidades de algo diferente.
Te imagino, abuelo, grande, alto, con esas entradas en el pelo de herencia familiar. Te imagino serio, de pocas palabras, de mirada severa pero que sabe de ternura. Te imagino sentado a la mesa, con el mate, escuchando a Zitarrosa en el comedor de la casa que fue testigo de tu ausencia. (¿Será, acaso, que te gustaba escuchar al Flaco?).
Te imagino, abuelo, en esa misma casa, viéndonos a todos crecer. Sirviéndonos la merienda, viéndonos camino a la escuela hasta perdernos de vista. ¿Nos habrías levantado en andas? ¿Habríamos visto el mundo desde tus hombros?
Te veo, abuelo. Te veo firme en tus convicciones, en tus ideas. Firme al extender la mano al otro. Decidido a que no nos falte nada, enseñándonos de solidaridad. Con sueños y esperanzas, intentando construir un mundo diferente.
Es ahí, quizá, donde más sencillo me resulta encontrarte. En tus ideas, en tus sueños y en tus luchas, en tu entereza y convicción.
Y, sin embargo, a veces es difícil imaginarte, abuelo, desde el amor y no desde el dolor. A veces, lo más sencillo es preguntarse: ¿por qué? Sentir el frío inhumano del galpón donde te tuvieron y preguntarse: ¿qué te habrán hecho? ¿Qué habrás sentido? ¿Qué habrás pensado y recordado mientras te robaban la vida?
Espero, abuelo, sepas perdonar por a veces recordarte así y no sostenerte en tu humanidad. Espero sepas perdonar por a veces no poder hacer más.
Nos robaron tanto, que a veces sólo quedan esos fragmentos, la memoria de quienes te conocieron y amaron, y de nosotros que, en cierta forma, supimos encontrarte. En una foto, en medio de un silencio ensordecedor, te encontramos.
Eso, abuelo, es lo único que nos resta hacer. Seguir encontrándote.
(*) Nieta de Otermin Montes de Oca, secuestrado y desaparecido por el fascismo en 1975; militante de la UJC.