Por Gonzalo Perera
Los integrantes de la generación de mis padres que habitaban Montevideo a mediados de diciembre de 1939, narraban como recuerdo imborrable su mirar desde la rambla montevideana, promediando ya la adolescencia, con suficiente capacidad de comprensión social, pero también con muy densa capacidad de asombro, los fogonazos de la “Batalla del Río de La Plata”, a simple vista.
Ese episodio bélico selló la suerte del acorazado de bolsillo alemán DKM Admiral Graf Spee tras su enfrentamiento con una pequeña flota británica, que resultó muy seriamente afectada, por integrarse con buques de mucha menor potencia de fuego, como los cruceros ligeros HMS Achilles, HMS Ajax y el crucero pesado HMS Exeter.
Cuando el Graf Spee se vio inmovilizado en aguas territoriales uruguayas, el capitán Hans Langsdorff hizo evacuar la tripulación hacia Montevideo y Buenos Aires, colocar cargas explosivas en su nave y hacerla explotar para que se hundiera y no fuera capturada. Luego, en su habitación de hotel en Bueno Aires, vestido con su uniforme de gala y envuelto en la bandera de la marina de guerra alemana, el capitán Langsdorff terminó con su propia vida. Con ese acto daba cumplimiento a un viejo código de honor naval: un capitán no sobrevive a su buque. No pudiendo hundirse con él por la necesidad de supervisar la asistencia a su tripulación, cuando sintió que esa tarea había sido cumplida, dio fin a sus días.
Naturalmente estos “códigos de honor” son cosa de otras épocas, donde la concepción de “honor”, entre otras cosas, estaba impregnada por sesgos de clase, vale decir. Además, a nadie en su sano juicio se le ocurriría defenderlos hoy, sino todo lo contrario: abogaría por el valor superior de la vida, ante todo. Pero, en ese viejo código de honor queda reflejado, de manera excesiva y obsoleta como se ha dicho, lo que significa el ejercicio de una responsabilidad. Aquel que toma un lugar de conducción como el capitán de un buque, debe dejar todo de sí y hasta el final. Se puede equivocar, puede fracasar incluso, y hundirse con su proyecto, pero lo que no debería nunca es buscar un temprano rescate para si mismo, abandonando la responsabilidad que alguien depositó en él.
Ernesto Talvi era para mí un economista neoliberal del que leía notas con destacada mala puntería para el vaticinio, como su augurio de que el 2002 sería un año espectacular. Hasta que se lanzó a la arena política en el Partido Colorado. Exhibiendo una imagen económicamente neoliberal, fuertemente inspirada en Chile (que poco tiempo después estalló en inmensas protestas), pero también una impronta liberal para problemáticas sociales y políticas, despegadas de las posturas más conservadoras que aparecían fuertemente en el Partido Nacional y Cabildo Abierto.
El 30 de junio del 2019 ganó la interna del Partido Colorado, obteniendo casi 100 mil votos y 40 mil votos más que el Gilgamesh de la política uruguaya, Julio María Sanguinetti. En la primera vuelta de las elecciones nacionales, el 28 de octubre del 2019, lo votaron 300 mil uruguayos. Seguramente menos votantes de los que esperaba él, y, en algunos momentos, insinuaban algunas encuestas, pero la confianza de tantos conciudadanos no es poca cosa, por cierto.
Finalmente, fue llamado a ocupar el cargo de Canciller de la República, pretendiendo desde allí rediseñar algunos parámetros de la diplomacia uruguaya, al tiempo que asumía ciertos rasgos de continuidad de la tradición diplomática nacional, como el negarse, en tanto expresión de la política exterior uruguaya, a juzgar la situación interna de otro país.
La pandemia y los temas marinos se le hicieron muy propios, pues fue protagonista principal- y casi exclusivo- de la acción humanitaria en torno al crucero Greg Mortimer, fondeado en aguas uruguayas con varios pasajeros y tripulantes de diversas nacionalidades afectados por el COVID-19. Ese accionar, y el esfuerzo por repatriar uruguayos varados en diversas partes del mundo, si bien no suelen ser las tareas más típicas de un canciller, y más allá de su promoción mediática, fueron actitudes que indudablemente cayeron simpáticas en diversos niveles sociales, pues priorizaban situaciones humanitarias. Así, no fue sorprendente que al conocerse encuestas de popularidad de los diversos ministros y del presidente, el entonces Canciller Talvi liderara claramente, superando los guarismos del propio presidente. Ese fue su momento cumbre, y mientras se aprestaba a lanzar públicamente su política exterior denominada “5.0”, con una obvia intención de afianzar un perfil “moderno” y renovador, anunciaba que en algún momento no muy lejano renunciaría a la Cancillería, pues la misma lo alejaba de la política nacional cotidiana, Ese anunció sorprendió, pues en Uruguay el Canciller es el ministro más estable, y en general, en un periodo de gobierno hay un sólo canciller, mientras que puede haber hasta cinco ministros de Salud Pública, por ejemplo.
Pero eso no fue nada. Mientras empezaba a trascender que había tomado distancia de Lacalle Pou y de Sanguinetti, y que expresó su ira al enterarse que como “retruco” Lacalle Pou hizo trascender que ya tenia previsto como su sucesor a Francisco Bustillo, Talvi hizo dos cosas insólitas: la primera, renunciar al cargo de Canciller a apenas tres meses de haber asumido y segunda y por si fuera poco, dejar traslucir muy claramente en su nota de renuncia su discrepancia con el presidente.
Para ese entonces, todos lo imaginábamos asumiendo su banca en el Senado, para desde allí intentar recuperar el liderazgo del Partido Colorado, que parecía cada vez más en manos de Sanguinetti. Su anuncio de un tiempo para reflexionar en familia sonó a lugar común, simplemente.
Pero los pasados días, nos encontrábamos con que tras la reflexión, con sólo 4 meses de gobierno y a 8 meses de haber recibido el voto de 300 mil conciudadanos, Talvi se bajaba del barco en un bote salvavidas, proclamando que “no se había adaptado a la política” y que “no es lo mío”.
Uno se pregunta sobre lo que sentirán 300 mil conciudadanos que le creyeron, en su afirmación de que quería lidiar con las altas complejidades de decidir el destino de un país. Es imposible no pensar que muchos de ellos se sientan profundamente defraudados. No lo votaron por 8 meses, sino por cinco años. Y no es cuestión de cantidad, sino de fondo cualitativo.
Cuando una persona recibe el voto para realizar una tarea por cierto período, se está comprometiendo a realizarla por todo dicho período. Salvo situaciones humanas incuestionables, como asuntos de salud, familia, etc. Pero si alguna razón de ese estilo interviene, se invoca. La argumentación de Talvi es política al cien por ciento y marca algo así como “la política tal cual es hoy no es mi manera de ver la vida”. Una posición muy sustentable, pero para una persona que no haya convencido a 300 mil conciudadanos a votarlo.
La persona Ernesto Talvi tiene todo el derecho a tomar la decisión que considere, pero no el candidato votado por 300 mil uruguayos.
Que nos legó una cada vez más inverosímil coalición multicolor, en la cual parece haber perdido todo poder de comando o incidencia.
Talvi, con su actitud “moderna” y su admiración a Chile, con su demostrada mala pata a la hora del vaticino…¿ Nos dejó en el gobierno a la trinidad Lacalle Pou- Sanguinetti-Manini Ríos, para luego no hacerse cargo de lo que contribuyó a forjar?
Si así fuera, sería un capitán que, ante el riesgo de hundimiento, escapó en el primer bote salvavidas.