“El Ministerio de Relaciones Exteriores del Uruguay expresa su preocupación ante los graves actos de violencia sucedidos en los últimos días en Colombia.
El Uruguay hace votos para que la hermana República de Colombia recobre rápidamente los canales de diálogo y paz en el marco del pleno funcionamiento de las instituciones democráticas y de respeto de los derechos humanos”.
Así de escueto y sin ninguna referencia a los muertos, heridos y desaparecidos, ha sido el comunicado de la Cancillería uruguaya para referirse a la actual situación que desde hace varios días vive el país latinoamericano.
Habrá que buscar la explicación ante tan poca y ninguna condena, en el hecho de que no se trata ni de Cuba, ni Venezuela.
Habrá que comprender que el autor directo de esta masacre al pueblo colombiano, no se halla dentro de aquellos que se usan para armar el icono perfecto a los intereses norteamericanos del consabido “eje del mal”.
A fin de cuentas Duque ahora y Uribe antes, son los “elegidos” de Washington, la punta de lanza contra Venezuela y los artífices de los asesinatos a lideres y lideresas que, a partir de los incumplimientos a los acuerdos de paz, firmados en La Habana, han sido el largo preludio de la actual represión ya desembozada.
No ha habido nunca, por parte de Uribe y Duque, su delfín, una vocación de paz y concordia nacional, ellos son paladines de un Estado al que todos llaman, luego del pasaje como presidente, del mentor de Duque, “narcoestado”.
El escueto y frio comunicado de nuestra Cancillería es el icono perfecto de una diplomacia que, amparada en la supuesta desideologización de la misma, solo sirve para encubrir lo que todos saben: que el gobierno colombiano viene utilizando para reprimir a los manifestantes armamento de guerra.
Se trata de un encubrimiento que, en cada palabra de condena escamoteada, desconoce a los heridos, los muertos y los desparecidos.
Rechazar la “violencia” a secas, como hace el comunicado uruguayo, es ubicar en el mismo plano a un pueblo que se expresa en las calles y a un Estado que los violenta.
No produce asombro ese ejercicio de disolución de la violencia, en esa definición etérea que de ella se realiza, la única palabra que puede definirla es vergüenza.
Cuando se recorren las escasa palabras, el débil impulso de la preocupación, no se puede dejar de pensar que hay comunicados que es mejor no hacerlos, so pena que la historia te recuerde como podés ser cómplice y no fingir que lo niegas.
De alguna forma, le guste o no, a la derecha vernácula, esta complicidad de lo escueto y lo no dicho, también carga los fusiles que, allá en tierra colombianas, masacran a un pueblo que protesta.
Muestra de qué lado están y lo que son capaces de hacer si, llegado el caso, el ejemplo de aquellos, se nos viene a esta tierra.