20220520 / URUGUAY / MONTEVIDEO / Marcha del Silencio bajo la consigna "¿Dónde están? La verdad sigue secuestrada: es responsabilidad del Estado”. Como cada año la movilización convocada por Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, se realizó desde Rivera y Jackson hasta Plaza Cagancha. En la foto: Marcha del Silencio. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS

Cuestión de dignidad colectiva

Gonzalo Perera

La vida determinó que estuviera al lado de mis padres, cuando cada uno de ellos exhaló su último suspiro. A los 84 años ambos, bisabuelos, con varias nanas y muchísima vida en su haber, llegaron al final del camino, con año y medio de diferencia entre sí. En su momento, confieso que me pregunté más de una vez si no debería haber hecho algo más, o decir algo más, hasta que se impuso la paz, fruto de haber acompañado tu último período de vida. En mi memoria siempre están, en mis recuerdos compartidos también, como los seres humanos tan queridos y queribles que son (me niego a usar el pasado). También la vida me permitió ver cuán diferente es el duelo cuando no se puede, por ejemplo por razones geográficas, estar cerca de esos instantes finales. Es mucho más duro, posiblemente porque esas preguntas que es inevitable hacerse sobre si no quedó algo pendiente, en una situación de distancia se hagan más difíciles de apaciguar.

El tránsito de los momentos finales de la vida de un ser querido es obviamente un momento doloroso, muy doloroso. Pero es fundamental, para lo que viene después, tener la oportunidad de recorrerlo lo más cercanamente posible.

Sé, querido lector, que estos comentarios pueden parecer intimistas o de la vida común y quizás por ello, poco políticos. Me permito alegar que una de las enajenaciones de la ideología hegemónica es traducir la política en sus expresiones institucionales o públicas y desvestirla de su profundo carácter de vivencia humana, inseparable de los hechos cotidianos. Más aún,  toda perspectiva revolucionaria comienza por un acto de empatía radical con el otro, y es harto difícil abrirse al otro sin tener al alcance las propias experiencias y emociones.

La muerte es un momento de dolor inevitable. El homicidio es un acto salvaje, negación de la condición humana y su proceso civilizatorio. Pero hay hechos que se hacen difíciles de calificar, por tan abyectos.

La perversidad de la desaparición

La desaparición forzada de personas es un acto absolutamente inhumano, anti-humano, perverso, genuinamente diabólico. Negar a una familia el poder saber el destino de un ser querido, negar por años la posibilidad de saber si la esperanza de reencontrarle vivo tiene sustento, o incluso, si se asienta la convicción contraria, negarle el derecho a ese cierre y duelo que es tan doloroso como absolutamente necesario es una maldad absoluta, incalificable, fruto de lo más oscuro de las tinieblas. No es propio de animales, tal calificación es un agravio hacia todas las especies animales. Por supuesto que muchos animales matan, en general, para alimentarse o para defenderse de una amenaza. Obviamente, no lo hacen a escondidas ni intentan borrar rastros. Y detalle nada menor, ni el más implacable y feroz predador dentro de las especies animales (excluyendo la especie humana) desaparece a ningún otro ser vivo. La desaparición forzada es una atrocidad exclusiva de nuestras sociedades, invención de algunos integrantes vacíos de sensibilidad, empatía, dignidad y ninguna forma de decencia. Sistematizada por el fatal Plan Cóndor, entrenada desde los Estados Unidos, como forma última de la ferocidad represiva. Un intento de negación de la existencia del militante, ya no por la muerte, sino por la negación misma de su existencia y la posibilidad de saber su destino. “El desparecido no es”, dijo el tristemente célebre general Jorge Rafael Videla, entrevistado por un par de alcahuetes muy conocidos en la vecina orilla. Cuán equivocado estaba el general…

Los desaparecidos son y serán. Los vamos a reclamar uno por uno hasta saber de todos ellos. Y cuando sepamos, los seguiremos honrando como lo merecen. Como las más preciosas expresiones de humanidad, víctimas de la más infernal atrocidad. Sus rostros, sus nombres, sus causas, sus legados, seguirán siendo emblema de multitudes. Sus familias, la causa de la solidaridad de todo el  movimiento popular. Porque quisieron hundirlos en el olvido, nos hacen llevarlos para siempre en la memoria más inclaudicable: la de los pueblos, que resiste el paso de los siglos. 

El pasado 30 de agosto fue el Día Internacional del Detenido Desaparecido y el mismo transcurrió en un contexto muy particular.

En primer lugar, en medio de un nuevo intento de instalación del proyecto neoliberal de saqueo devastador de las clases trabajadoras y sectores populares. Como con Pacheco, Bordaberry, como en la Dictadura, como con Sanguinetti, con Lacalle Herrera, con Batlle Ibáñez. Con sus matices, el surfista Lacalle Pou se ha propuesto nuevamente vaciar los sobres de las quincenas y rebosar las grandes cuentas bancarias o colocaciones off-shore y similares.

Los “viejitos”

En segundo lugar, cuando transcurre un movimiento “compasivo” hacia los “viejitos” que han debido enfrentar sus responsabilidades ante la Justicia. Por diversos actos de Terrorismo de Estado, donde no hay edad que exonere, como está ampliamente laudado a nivel internacional.  Con un funcional reflote de la “teoría de los dos demonios”, construcción falaz y falsa, deformación de la historia real, en la que un único demonio, el aparato represivo sistemático montado por el Plan Cóndor, sembró el terror usando todo el poder del Estado, cuando no había ningún movimiento insurreccional en acción. Con reiterados ataques y descaradas presiones al Poder Judicial, adjudicando intencionalidad política partidaria a sus dictámenes, en un acto francamente miserable. Cuando se ha intentado debilitar la institucionalidad garantista de los Derechos Humanos, cuando se ataca un día sí y otro también al sindicalista, al discurso de los movimientos feministas,  a toda reivindicación de más y mejores derechos.

Nada es casual. Nadie fue desaparecido por mero azar, sino por intentar forjar un cambio radical en la sociedad. Los desaparecidos militaban, desde diversas perspectivas, por una sociedad más justa, más libre, más humana, más plena, con más derechos. La decisión del Departamento de Estado de los Estados Unidos de liberar todos los demonios del conjunto de sociópatas uniformados que protagonizaron el núcleo más duro de la represión, llevó a su desaparición. Para que no interfirieran, con su accionar y con su ejemplo, con la instalación del país de hambre amarga para la gran mayoría y de plata dulce y fácil para una muy reducida minoría. En momentos en que se reinstaura el mismo libreto socioeconómico, es necesario lavar o diluir el peso dela culpa sobre quienes sembraron terror y dolor al servicio del modelo. El apelar a compasiones hipócritas, falsear la historia, hacer analogías imposibles, todo sirve al aparato propagandístico del poder para tales efectos.

Nada es casual. Porque queremos la sociedad que soñaron, porque queremos dar vuelta  la sociedad desde sus raíces, porque lo único imposible en materia de luchas sociales es permanecer de brazos cruzados ante el despojo y el atropello, cada nombre que nos falta para nosotros es un  emblema y un imperativo moral. Emblema, para recordarles a los monstruos de ayer y a los cómplices de hoy que no los borraron, sino que, muy por el contrario, los eternizaron. Imperativo moral porque mientras haya alguien digno de considerarse humano en esta tierra, habrá voces que reclamen saber exactamente qué pasó y que paguen su culpa los autores materiales y los autores intelectuales de semejantes atrocidades.

Imperativo moral con mucho más que una consigna porque MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA no es un slogan. Es el requisito indispensable para poder convivir en paz. Es cuestión de dignidad colectiva.

Foto de portada:

Marcha del Silencio el pasado 20 de Mayo. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS

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