Por Mariana Arias
Nunca fui fan de Maradona. Su mística la entendí de escuchar a mis amigos, de asados que se paraban para poner una jugada o una entrevista, y todes mirando la pantalla. Empecé a entender también su trascendencia fuera de la cancha. Su drogadicción y sus excesos no me interpelaron, lo que me interpeló fue su machismo.
Tal vez me falla la memoria, pero en el eterno ciclo de endiosamiento y demonización de Diego, cuando llegaba esta segunda parte la patada en el piso era por sus adicciones, las mismas que en épocas de endiosamiento le celebraban y divertían. No fue hace tantos años que empezó a ver un señalamiento constante hacia su machismo.
Creo que el hecho de que la imagen que acompañe el cuestionamiento de “¿este es tu ídolo?” sea de Maradona con menores, y no drogandose, refleja un avance en la sociedad, que cambia los ejes de lo condenable poniendolos donde corresponde.
Como todos, es hijo de su tiempo y su espacio, de los lugares que habitó y de quienes se rodeó. Y fundamentalmente es hijo de este sistema, capitalista y patriarcal.
No hay que dejar de destacar su compromiso social y su conciencia de clase, porque efectivamente es destacable, y no hay que permitir que se olvide. Es destacable que un pibe de la villa, que pasó de tener nada a tener todo, en todo el mareo de la gloria y los fracasos, del hoy sos D10S y mañana Maladroga, no se olvidara de dónde venía, y siempre estuviera con el pueblo y las causas populares.
Pero lo machista y misógino, nada lo justifica o exculpa. Así como no le resta importancia que seamos concientes de que así funciona todo el mundo del fútbol, bah, todo el mundo. Tampoco le resta importancia que sepamos que ciertos sectores se lo señalan y reprochan a él por ser villero y zurdo, y no a los chetos europeos.
Maradona no tiene contradicciones, las contradicciones son nuestras. Él es casi todo lo que el sistema quería: un villerito que llega a la gloria, que se cree (porque este sistema se lo permite) impune, que se entrega a una vida de excesos, y no asume responsabilidades. Pero es algo que el sistema no le perdona: un defensor de las causas populares. Y en este mundo en que los ídolos futbolísticos son ejemplos de frivolidad en muchos sentidos, Diego resalta, destaca por su conciencia social. Y eso no lo podemos olvidar o ignorar. Así como no podemos olvidar ni perdonar como desde su lugar de privilegio ejerció distintas violencias hacia las mujeres. Ahí está nuestra contradicción, ¿cómo sentir que es un ejemplo de ídolo cuándo es una representación de lo más cruel del machismo?
El punto está en tener la capacidad de que las cosas malas, que no son pocas y sí son graves, no dejen olvidar una parte de él que necesitamos reivindicar para que el ejemplo para pibes villeros sea que si este sistema te deja llegar a la gloria no tenés que olvidarte de dónde venís. Y más importante aún, ser capaces de que esas virtudes no escondan ni oculten lo que en él se encarna de las peores violencias que sufrimos las mujeres, para que Diego sea también ejemplo de lo que no queremos en los ídolos del pueblo.