El elefante blanco y la bandera roja

Por Gonzalo Perera

Montmartre es un barrio parisino, turístico por excelencia. Pese a ello es muy hermoso, con su callecitas, sus posadas y su intensa actividad artística, reflejo de lo que supo ser más de un siglo atrás, cuando oficiaba de guarida de pintores, escritores, músicos y buena parte de la bohemia parisina. Ubicado en un zona muy elevada de la vieja Lutecia, ofrece además vistas panorámicas hermosas, y por similar razón es visible desde todo Paris. Particularmente un edificio, una suerte de elefante blanco inmóvil, que desde la primera vez que lo vi, me pareció un atentado contra la estética. Tan blanca, como rígida, nada consonante con sus alrededores, se erige la Basílica del Sacre-Coeur. A los pies de Montmarte, Pigalle, uno de los barrios más conocidos de Paris, no por sus actividades religiosas, sino por el Moulin Rouge, los sex shop y afines.

Ese rechazo visceral al edificio pomposo y dominante, debo decir que me llamó la atención. Pocas veces en mi vida experimenté algo tan nítido contra una edificación, lo cual me hizo pensar que, quizás, había más que la mera apreciación estética. Leyendo su historia, entendí que quizás por intuición había captado más de lo que suponía: ese elefante blanco se había construido “para expiar los pecados de la Comuna de Paris” y ya las cuentas quedaban claras.

La Comuna de Paris fue una de las primeras experiencias, espontánea, de gobierno obrero en el mundo. Enmarcada en las sempiternas beligerancias franco-germanas, entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871, inicialmente apoyada por sectores de la burguesía que luego abandonaron el barco, esta experiencia revolucionaria marcó a fuego la experiencia rebelde de los postergados del mundo.

El 26 de enero de 1871 en el Palacio De Versailles, se firmaba un armisticio entre la Francia derrotada y la fuerzas del imperio alemán (centrado en Prusia y su gran tradición guerrera) que la ocupaban. El Canciller alemán Bismark exigió, entre otras cosas, el inmediato desarme de los soldados y milicianos parisinos (la llamada “Guardia Nacional”), que algunas fuentes estiman en una 200.000 personas, mayoritariamente de extracción popular, que elegían sus comandantes y que resistieron el ataque de las tropas prusianas durante seis meses, y que consideraban humillante la rendición y sus condiciones.

En febrero, 2.000 delegados de la federación de los batallones de la Guardia Nacional eligieron un “Comité Central”, que votó nuevos estatutos para reorganizar la Guardia y que no se dejarían desarmar por el gobierno, llamando a las principales ciudades francesas a que les imitaran. Las tropas prusianas tenían previsto entrar simbólicamente en París el 1º de marzo y un día antes, el 28 de febrero, el comité de la Guardia Nacional mandó pegar en todo París el llamado «Cartel negro» como, por un lado, señal de luto y por otro, vía de recomendación a los parisinos a no salir de sus casas y evitar enfrentamientos. El 1º de marzo el ejército prusiano desfiló en una ciudad desierta, la que abandonó al día siguiente.

Días antes de que los prusianos entraran en París, la Guardia Nacional había guardado buena parte de los cañones de los que disponía en las alturas de Montmartre.

Resultados electorales que privilegiaban posturas conservadoras en Francia mientras que en París (por ese entonces ya con más de 2 millones de habitantes) la opinión evolucionaba hacia posiciones más republicanas y avanzadas, sumados al peso de las leoninas indemnizaciones de guerra y a las intensas tensiones de clase hacían una intensa erosión. El 3 de marzo, una asamblea de los delegados de la Guardia Nacional eligió un Comité Ejecutivo provisional de 32 miembros, con posturas fuertemente enfrentadas con las del gobierno del momento. Más aún, el gobierno regó fuego en pastos ya muy secos: el el 10 de marzo suprimió la moratoria sobre alquileres (que en París afectaba a 300.000 obreros), suprimió el salario de integrantes de la Guardia Nacional, dejando así a miles de familias sin recursos, clausuró 6 periódicos de diversas tendencias republicanas, etc., Como respuesta el Comité Central de la Guardia Nacional tomó posturas cada vez más radicales y sentidas por las clases populares parisinas. En medio de esas turbulencias, el 18 de marzo las tropas gubernamentales intentaron recuperar las piezas de artillería guardadas en Montmartre, pero los residentes avisados con campanas se precipitaron para interponerse, mujeres a la cabeza, conformando un mar de gente que confrontaba pacíficamente. Los soldados felizmente respondieron a su clase, a su pueblo y no a las órdenes superiores. Cuando se les ordenó disparar a una muchedumbre desarmada, dispararon, pero para fusilar a quienes dictaron tales órdenes. Rápidamente se esparció la sublevación de tropas y la rebelión popular. Otras unidades armadas se unieron a la rebelión, que se extendió tan rápidamente que el gobierno, sus funcionarios leales y su propia cabeza, Adolphe Thiers, así como los miembros de las clase altas, huyeron de París, quedando el gobierno de la ciudad en manos del Comité Central de la Guardia Nacional a partir de ese 18 de marzo. Como primera medida dispuso organizar elecciones para el 26 de marzo. Se instaló así el gobierno de la Comuna de París, el 28 de marzo. Los 92 miembros del «Consejo Comunal» eran obreros, artesanos, pequeños comerciantes, médicos, periodistas, políticos. Abarcaban todas las tendencias republicanas, desde las más moderadas a las más radicales. No obstante, sus medidas de gobierno marcaron una clara tendencia: reducción de precios de alquileres, abolición del trabajo nocturno en las panaderías de París, abolición de la guillotina, concesión de pensiones para viudas e hijos de los caídos de la Guardia Nacional, abolición de intereses en las deudas y, punto crucial, el derecho de los obreros a tomar el control de las empresas abandonadas por sus dueños. Se separó la Iglesia del Estado y las propiedades eclesiales pasaron a la órbita estatal, prohibiendo la religión en las escuelas y obligando a que los templos religiosos fueran sede de las reuniones políticas ciudadanas. Amplia participación popular, republicanismo, laicismo, fueron algunos de los factores sobresalientes en esta rica experiencia social.

La Comuna fue asaltada desde el 2 de abril por las fuerzas militares que el gobierno de Thiers concentró en Versailles, y la ciudad fue desde entonces bombardeada de manera sistemática.
Mujeres, hombres, revolucionarios de otros países, combatieron y regaron su sangre en defensa de la Comuna (que no se replicó en el resto de Francia). El 21 de mayo comenzó la reconquista de París por parte de las tropas de Versailles, y la llamada “Semana Sangrienta”.

Nombre bien ganado, ya que durante la misma, las tropas del gobierno asesinaron a miles de ciudadanos desarmados. Además, caída la Comuna el 28 de mayo, comenzaron las feroces represalias. Más de 20.000 parisinos fueron fusilados y más de 40.000 personas fueron encarceladas por “comuneros”, quedando París bajo ley marcial durante un lustro.

Según palabras de Lenin: “La causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la completa emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en este sentido es inmortal”.

Algún día, donde se erige ese elefante blanco que recuerda salvajismo, autoritarismo y atropello, ondeará por siempre una luminosa bandera roja: la de la Comuna de París.

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