El foco en el dedo

Por Gonzalo Perera

Se atribuye a la milenaria cultura china el proverbio: “Cuando el dedo apunta a la luna, el idiota mira el dedo”. Frase ingeniosa, claro está, pero que en tiempos actuales y dado el rol de los medios hegemónicos de comunicación, podría merecer revisiones o ampliaciones, como: “Cuando el dedo apunta a la luna, el que te domina puede dejarte ver sólo el dedo”.

El pasado 8 de marzo, en ocasión del Día Internacional de la Mujer, tuvo lugar un acontecimiento mayor. En todos los rincones del país, pese a la emergencia sanitaria que nuevamente alcanza un nivel pico, con todos los resguardos y limitaciones que ello implica, se realizaron grandes movilizaciones en tonalidad violeta, reclamando los derechos diariamente ultrajados por la sociedad capitalista y patriarcal. Sin duda alguna, esa fue la gran noticia del día, puesto que pase lo que pase y aunque a muchos les pese, año tras año las movilizaciones crecen y el proceso lento pero firme de construcción cotidiana de conciencia de la desigualdades de género, del derecho a denunciarlas y del deber pendiente (para toda la sociedad) de corregirlas, avanza y se consolida.

La lista de desigualdades aludidas podría darse por obvia, pero conviene repasarlas.

Obviamente el lugar más aberrante lo ocupan los actos violencia de género, en particular los femicidios, que se siguen dando de manera alarmante (con un caso en la víspera del 8 de marzo, por ejemplo), como demostración extrema de que para algunos (demasiados) varones la mujer con la que compartió vida forma parte de sus pertenencias como cualquier objeto. “Si no va a ser mía, la destruyo”, es la convicción subyacente, de manera más o menos consciente, detrás de esos actos de barbarie, que en muchas ocasiones incluyen, por si algo faltara, el homicidio de descendientes, en actos que una y otra vez hacen pensar hasta qué profundos abismos puede caer la naturaleza humana. Pero una capa más profunda de esa construcción ideológica y psicológica es que la mujer tiene que ser “de alguien”, propiedad de, no puede ser por sí misma y en su propia historia, no puede considerarse un ser humano libre, sujeto y no objeto. Sin comparar, obviamente, los niveles de gravedad, pero tan profunda es la inserción en la cultura de los pueblos de la noción de “mi mujer”, que en la tradición hispánica si Juan Pérez se casaba con María Rodríguez, ella pasaba a ser María Rodríguez de Pérez, mientras que él no pasaba a ser Juan Pérez de Rodríguez, sino que seguía siendo Juan Pérez. En la tradición sajona o gala la situación era aún peor: si Robert Smith se casaba con Paula Jones, ella pasaba a ser Paula Smith, y él… seguía siendo Robert Smith. Puede parecer una nimiedad, pero al comienzo de mi carrera académica, en la era pre-Internet, era bastante difícil hacer un seguimiento bibliográfico completo de una científica, porque si empezaba a publicar soltera, se casaba, se divorciaba y se volvía a casar, la misma colega aparecía con tres rúbricas distintas, mientras que el científico varón siempre tenía una misma firma. La concepción de “la mujer de” va desde lo más espantoso a lo más sutil, pero siempre enajenando, privando de identidad y de la condición de ser humano libre y autónomo.

En la ideología dominante, la mujer es “de” porque se le considera un objeto y por ende, bajo la lógica del sistema capitalista, una mercancía. Como objeto, es privada del control de sus decisiones, de su cuerpo, de su sexualidad, de su manera de vestir, actuar y hablar y puede ser acosada en la calle o en el trabajo, y en su expresión extrema, abusada, violada.

Como mercancía puede ser objeto de trata, desterrada y desligada, forzada a prostituirse, ser usada para satisfacción y recaudación ajena.

La profunda inserción en las raíces de la sociedad de la desigualdad, lleva a que, por ejemplo, en el Uruguay de hoy, estadísticamente hablando, mientras que las mujeres estudian más, trabajan menos. Con datos del 2019, la proporción de la población de entre 25 y 65 años que realizó estudios terciarios era, entre mujeres, del 27.8% y entre varones, del 19.4%, una diferencia muy significativa. Pero en el mundo laboral, mientras la tasa de empleo entre mujeres era de 49,1%, en varones era de 65%., una diferencia que exonera comentarios.

Pero así como luce terrible, inquietante, profunda y extensa esta desigualdad, un dato medular es que, no sin muchos dolores y sobre todo, no sin mucha lucha, hay cambios. Muy concretitos, como todas las vidas de mujeres jóvenes que pudieron salvarse desde que la legislación creó las Interrupciones Voluntarias del Embarazo, de manera asesorada y contenida. Muy hondamente instalados en la cultura, como se puede apreciar observando a quienes hoy rondan los 20 años y recordando cuando nosotros teníamos 20 años.

Las mujeres ni toleran, ni permiten, ni soportan hoy lo que antes sí. No se privan, limitan, censuran de lo que antes sí. Y los varones no se atreven, permiten o burlan como antes. Ha cambiado y no fue magia, fueron muchas las marchas y los actos cotidianos de rebeldía y resistencia de los 364 días entre marcha y marcha, prolongados, sostenidos y acumulados durante años.

Si habrá pues de qué hablar, en profundidad, con análisis, con datos, con testimonios y contextualización histórica, sobre la temática de género en el Uruguay. De problemas, avances, retrocesos, de diversas lecturas y miradas. Como para llenar varias ediciones de cualquier medio de comunicación, sin duda.

En ocasión de la movilización del pasado Lunes 8, se dio un incidente, que confieso no entendí, entre algunas compañeras que marchaban y las cámaras del informativo “Subrayado”. La conductora, Blanca Rodríguez, indicó al aire a la “movilera”, sin mayor aspaviento, que ante la situación, se retirara. Fin de una anécdota que debió ser tratada como tal, frente a la relevancia de la movilización y de todo el marco de situación antes desarrollado. Sin embargo, en los días siguientes, en todos los medios hegemónicos de comunicación, en portales web, en redes sociales, en casi cualquier ámbito de discusión, en lugar de hablar y discutir sobre las movilizaciones, sobre su impacto, sobre los muchos y graves problemas pendientes, se discutió sobre este episodio puntual, sobre las protagonistas, sobre los periodistas, a niveles realmente descarados. Gestando así un caso verdaderamente icónico de cómo operan los medios hegemónicos, eligiendo donde poner el foco para consolidar su ideología. Porque la mayor parte de la gente que vio esos programas, escuchó las polémicas, leyó en los portales o redes sociales y se sumó a la polémica menor, no son idiotas mirando el dedo e ignorando la luna. Son gente a la cual los medios hegemónicos le sacaron de cuadro la luna y le muestran, amplificado y reiterado hasta el cansancio, el dedo ¿ De qué otra cosa podrían hablar, entonces?

Para lo poco que pueda servir, quisiera dejar muy claro que algunos, en particular varones y no precisamente jóvenes, miramos y seguiremos mirando la luna: los problemas y luchas por los derechos de género y políticas profundas al respecto.

Hay cambios. La hija de unos queridos amigos tiene apenas 7 años. Su maestra, en el retorno escolar, propuso que una actividad separada en varones y niñas. Ella se rebeló, diciendo que no tenía ningún sentido la separación. La maestra finalmente, ante la contundencia del alegato, cedió y la actividad se hizo de manera integrada.

Por más que nos la quieran sacar de foco, la luna está, brilla, y a veces, ilumina.

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