Abuelas de Plaza de Mayo comunicó este martes el fallecimiento de Aída Kancepolski, quien por varios años integró la comisión directiva de la organización de derechos humanos, reconocida por su labor de búsqueda y restitución a sus familias de niños arrebatados a padres desaparecidos en medio de la última dictadura militar en Argentina.
Activa aun a sus 96 años, durante los últimos días la tenaz abuela preparaba, junto a su nieto Sebastián Rosenfeld Marcuzzo, desde casa, «un video para alentar la búsqueda de los casi 300 nietos y nietas que faltan».
Nacida en 1924, de pequeña conoció el esfuerzo que hacían sus padres y el valor de la solidaridad. Ayudó a cuidar de varios hermanos. Su padre, carpintero de profesión, defendió con vehemencia los derechos de los trabajadores.
A los 23 años contrajo matrimonio y tuvo tres hijos: dos mujeres y un varón, Walter, nacido en 1956. Transcurridos 10 años y separada de su esposo, Aída comenzó a trabajar junto a sus hermanos para criarlos. Walter creció escuchando las historias de su abuelo, quien «siempre estaba más preocupado por los que tenían menos que él», y admiró a su mamá porque «militaba en algo».
Tras terminar sus estudios secundarios, el hijo se quedó a estudiar en Mar del Plata, donde conoció a Patricia Marcuzzo y se enamoraron. Patricia estaba embarazada cuando los jóvenes fueron secuestrados en octubre de 1977.
Como todas las Madres y Abuelas, Aída comenzó la búsqueda en comisarías, reparticiones militares y organismos de derechos humanos, hasta que finalmente conoció a las Abuelas.
Gracias a sobrevivientes de los centros clandestinos de detención, Aída supo que, en abril de 1978, Paty -como llamaban a Patricia sus compañeras de cautiverio- tuvo un varón. Pese a continuar buscándolo, Aída nada supo del bebé, que fue localizado en 1983 por la filial Mar del Plata de Abuelas.
Ese niño, Sebastián, continuó viviendo junto a su abuela materna hasta que creció y comenzó a viajar a Buenos Aires, donde hace años reside y cuidó de su Abuela hasta la mañana de este martes, cuando ella se durmió y no volvió a despertar.
Aída era una mujer inquieta, activa, dedicada a su familia, y entre otros muchas virtudes se le recordará por «su lucidez para discernir lo justo de lo injusto». Sus compañeras prefieren recordar que su legado «es el compromiso que seguirá intacto en nuestra búsqueda».
Fuente Telesur