El 14 de marzo de 1985, los últimos 47 presos y presas, de más de 10 mil, quedaban libres.
Gabriel Mazzarovich.
El jueves 14 de marzo de 1985 fueron liberados los últimos 47 presos y presas políticas de la dictadura. Se concretaba así uno de los pasos fundamentales de la recuperación de la democracia: las cárceles quedaban vacías. Seguía el largo camino de búsqueda de verdad y justicia.
Ese día, hace 39 años, cesaba la aplicación del mecanismo principal de represión aplicado por la dictadura uruguaya: la prisión política prolongada, acompañada en todos los casos por la tortura. Se han documentado más de 7 mil casos de prisión política, pero las denuncias de organizaciones políticas y sociales que resistieron la dictadura elevan la cifra a más de 10 mil, uruguayas y uruguayos que fueron detenidos y detenidas por las fuerzas represivas.
La prisión y su acompañamiento infaltable, la tortura, fueron la amenaza permanente para todo aquel que decidiera participar de la resistencia y luchar por la democracia y la libertad. Afectó directamente a decenas de miles de uruguayas y uruguayos, los presos y sus familiares; pero fue también una forma de presión y amenaza hacia el conjunto de la sociedad.
El terrorismo de Estado encarceló y torturó sin pausa durante los 12 años de dictadura e incluso antes, durante la vigencia de las medidas prontas de seguridad. No es un detalle recordar que el último muerto en tortura fue el 16 de abril de 1984, Vladimir Roslik, 7 meses antes de las elecciones y 13 meses antes de la liberación de todos los presos políticos.
Todo eso se expresaba y conjugaba el 14 de marzo de 1985 cuando los últimos 47 hombres y mujeres dejaban las cárceles y eran recibidos por una multitud.
La prisión como instrumento privilegiado de represión
Más allá de las discusiones que aún perduran, tanto en el terreno académico como en el político, las investigaciones en diversas ramas de las ciencias sociales realizadas durante todo este tiempo demuestran que la dictadura fue un proyecto estructurado, que aplicó masivamente el control social y el terrorismo de Estado y que su objetivo fue toda la sociedad.
El terrorismo de Estado tuvo varias dimensiones.
Se vigiló y se reprimió, en distintos niveles a la sociedad entera. Se ha logrado documentar que en Inteligencia de la Policía había 300 mil fichas individuales de ciudadanos y ciudadanas que fueron vigilados.
La Investigación Histórica sobre la dictadura y el terrorismo de Estado en el Uruguay (1973-1985) publicada por la Universidad de la República, documentó 116 muertes, 172 desapariciones y 5.925 presos y presas políticas, entre ellos 69 niños y niñas que o nacieron en prisión o fueron secuestrados junto con sus padres y permanecieron presos, ellos también, durante meses o años.
La propia investigación de la Udelar reconoce el carácter incompleto aún de la misma, la necesidad de acceder a más documentación e información. El número de desaparecidos, por ejemplo, es menor al que denuncian Madres y Familiares de Desaparecidos, esta organización lo sitúa en más de 190.
Algo similar ocurre con el número de presos y presas políticas. Las organizaciones clandestinas de resistencia a la dictadura, políticas y sociales, denunciaron en los años 80 que, entre 10.000 y 11.000 uruguayas y uruguayos, durante diferentes períodos de tiempo, con diferentes modalidades de detención y en diferentes lugares (establecimientos de las Fuerzas Armadas, dependencias policiales, centros clandestinos de detención), fueron prisioneros políticos.
Estas cifras, las documentadas y las denunciadas, le dan sustento a la definición que la investigación de la Udelar realiza: «La detención masiva de personas y su encierro carcelario prolongado fue el mecanismo represivo principal aplicado por la dictadura uruguaya».
Características de la prisión
Todas y todos los presos políticos pasaron por un período de tortura, ya sea en establecimientos clandestinos o en unidades militares y policiales. Algunos de ellos permanecieron períodos variables de tiempo detenidos y no fueron procesados por la Justicia Militar, pero además de las consecuencias físicas y psicológicas, quedaron fichados y con serias dificultades para continuar con su trabajo o sus estudios. Otros miles fueron procesados, en juicios sin ninguna garantía, y condenados por la Justicia Militar. En las prisiones de la dictadura, enfrentaron condiciones de reclusión que eran en sí mismas una forma permanente de tortura; hubo dos establecimientos emblemáticos: el Penal de Libertad, para los hombres, y Punta de Rieles, para las mujeres, pero también se utilizaron unidades militares e incluso dependencias del entonces Consejo del Niño, para las y los menores. Aislamiento, regímenes de castigo, visita limitada y controlada, hostigamiento, negación de asistencia, censura e incluso traslados a interrogatorios y tortura directa.
Ese fue el infierno cotidiano de miles de uruguayas y uruguayos, durante años.
Inclusive la vejación se prolongaba luego de la liberación. Tenían un régimen de libertad vigilada que los obligaba a reportarse periódicamente a una unidad militar y dar cuenta de todos sus movimientos. En una de las muestras más increíbles de la infamia, la dictadura les cobraba a los presos políticos luego de su liberación lo que se denominaba «expensas carcelarias» y se especificaba como «gastos de alojamiento (sic), vestimenta y alimentación». Para decirlo más claro, la dictadura abría cuentas en el BROU para que los presos políticos liberados pagaran por haber estado secuestrados y torturados.
La libertad
Todo este aparato estatal pervertido, -ya que la dictadura transformó la función del Estado de estar al servicio de los ciudadanos, y pasó, en todos sus niveles, a estar para perseguirlos y reprimirlos tuvo como respuesta la organización, la resistencia y la solidaridad. Nunca los presos estuvieron solos, nunca se dejó de denunciar la caída de un militante. Se organizaron redes solidarias para enviar paquetes a los presos que no tenían familias, se rodeó a los niños y niñas, especialmente a los que tenían a sus dos padres presos o muertos o desaparecidos. Se rodeó a los liberados, los entonces llamados «cabecitas peladas», porque en el Penal de Libertad eran sistemáticamente rapados a cero. Las cárceles fueron, en sí mismas, por la conducta ejemplar de la inmensa mayoría de los presos, centros de resistencia a la represión fascista. Cada liberación era motivo de reunión y de solidaridad. Por eso, cuando la dictadura empezó a tambalear y la lucha popular se hizo incontenible, el reclamo de libertad para los presos políticos estuvo siempre: en los 1º de mayo de 1983 y 1984, en las marchas estudiantiles, en el Obeliscazo, en las movilizaciones políticas. Pero obviamente 1985 fue un año especial, luego de asumir el primer gobierno democrático, se votó el 8 de marzo de 1985 en el Parlamento la denominada Ley de Pacificación Nacional, que establecía como plazo para la liberación de los presos el 14 marzo. Quedaban 255 presos: 228 en el Penal de Libertad y 27 mujeres en la Jefatura de Policía.
El domingo 10 de marzo, en medio de una inmensa movilización popular que rodeó el Penal de Libertad, fueron liberados 173 hombres y 20 mujeres de la Jefatura. El martes 12 de marzo fueron liberados otros 15 presos políticos, 13 hombres y 2 mujeres.
Finalmente, a las 20.00 horas del jueves 14 de marzo, cuatro horas antes del vencimiento del plazo legal, fueron liberados los últimos 47 presos políticos. Otra vez una multitud los recibió.
(*) Versión actualizada y reducida de una nota publicada en La República al cumplirse 25 años de la liberación de las y los presos políticos.
Foto de portada
Monumento «Nunca Más» de Rubens Fernández Tudurí en Tres Cruces, Montevideo. Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS.