20220930 / URUGUAY / MONTEVIDEO / Marcha por la Diversidad desde Plaza del Entrevero hasta la Plaza Primero de Mayo. En la foto: Marcha por la diversidad. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS

La lección de la diversidad

Gonzalo Perera

Este viernes 29 de setiembre tiene lugar en Montevideo la “Marcha Por la Diversidad”, bajo la consigna “Basta de impunidad y saqueo de derechos”. Algunas frases que resumen la convocatoria, publicadas en el sitio de la red social X (antes Twitter) de la Coordinadora de la Marcha por la Diversidad (@MarchaDivUY) el pasado 19 de setiembre, son clarísimas: “Como todos los años, el último viernes de setiembre volvemos a las calles. Basta de impunidad y saqueo de derechos. Estamos cansades de que se nos violente, nos pasa en las calles, en las instituciones ¡Hasta nuestres parlamentarios promueven discursos de odio anti LGBTQIA+! “. Y en otra publicación en la misma red y día, el mensaje se redondea: “Un año más, tomamos las calles y las llenamos de colores, música y alegría. Para luchar por nuestros derechos. Para gritar acá estamos. Para que se acabe la discriminación. Como todos los años llenamos las calles y las llenamos de color.”
Creo que la segunda cita es una gran síntesis de lo medular del proceso de adquisición de derechos y la primera, de cómo se defienden y preservan.
Sinceramente, no se me ocurre ni un solo ejemplo de un derecho que los pueblos, o partes sustantivas de los mismos, hayan recibido por concesión graciosa de un gobernante magnánimo. El derecho al libre pensamiento (en términos de separación de iglesias y Estado), la jornada laboral de 8 horas, el voto femenino, el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, los derechos en materia de identidad de género, los derechos civiles de los afroamericanos en el mal supuesto faro de la democracia (USA), los derechos ambientales y todo avance para toda o alguna parte especialmente vulnerada de la población, en todas partes del mundo, ha surgido de un proceso de conquista. Han sido objeto de movilización y reclamo constante de sectores especialmente concientizados, organizados y movilizados durante un tiempo considerable. Lapso durante el cual al comienzo se manifestaban cien personas, luego mil, luego diez mil y cuando llegaron (mero ejemplo), a los cien mil, llamaron la atención a gobernantes y legisladores con la sensibilidad e inteligencia suficientes para oír ese auténtico clamor, que se volvió ley y derecho formalmente adquirido. Pero nunca, jamás, he visto que sin esas primeras cien personas que se fueron multiplicando a fuerza de coraje y perseverancia, y por mero acto de la buena gobernanza, se haya conquistado algún derecho significativo. Menos que menos cuando afecta temas que han sido considerados tabú por la ideología hegemónica (como las diversas identidades de género, no como mero biologismo ni como reflejo de la vida sexual, sino como identidad en términos psicológicos, sociales, culturales e integrales de la persona) o cuando afectan al núcleo económico de la sociedad, o más precisamente, el circuito de distribución o acumulación de riqueza (derechos laborales, derechos de jubilados y pensionistas, etc.). Nunca he visto que, sin reclamos de los trabajadores, jubilados o pensionistas, un buen gobierno, por acto gracioso, haya enfrentado las múltiples presiones del gran capital concentrado y sus múltiples voceros, para redistribuir riqueza porque eso “les mete la mano en los bolsillos” a los sectores más privilegiados. Más aún, suponiendo que asume el gobierno el equipo con las mejores y más nobles intenciones, la movilización popular en reclamo de derechos le resulta un aliado crucial y hasta si se quiere, el argumento irrefutable para poder implementar políticas más justas. Siguiendo con el ejemplo material, las clases dominantes consideran que sus bolsillos son intocables y que los bolsillos de trabajadores, jubilados y pensionistas son una suerte de alcancía a la que vale recurrir, aunque sea por una simple monedita. Si un gobierno justo decide afectar sus intereses para redistribuir riqueza, esos sectores privilegiados reaccionarán con verdadera indignación y si el gobierno de marras sólo actúa por motu proprio, no le será fácil soportar las presiones a las que se verá sometido. Pero si ese mismo gobierno puede acercarse a la ventana y mostrar multitudes reclamando fervorosamente esa medida redistributiva y pregunta a los privilegiados si están dispuestos a enfrentar a esa muchedumbre, convengamos que al menos es factible que los eternos poseedores del mango de la sartén, de la sartén y hasta de las llaves de la cocina, pensarán mucho mejor antes de dar un paso de ira apresurado o en falso.
Las generaciones de militantes que se han desplegado en las diversas marchas de la diversidad y en general, en todos los reclamos por las temáticas de género, en su mayoría mucho más jóvenes que nosotros, han sido una bendición y una verdadera lección para los que, a fuerza de machucones, corremos el riesgo de olvidar lo central. Los derechos no se ruegan, se luchan, no se regalan, se conquistan, por no decir que se arrancan. Nos recuerdan que, ocupando las calles, con colores, alegría, pero también firmeza, es que se empieza a ganar y conquistar el derecho a ser, nada más ni nada menos. Tremebunda lección, singularmente oportuna para todo proceso donde estén en juego nuestros derechos.
Pero más aún, ante hechos que rompen los ojos – las dificultades para hacer realidad derechos de género consagrados en ley y los discursos cavernícolas sobre el sustento ideológico de dichas leyes que rebuznan dirigentes políticos de derecha – nos dicen “Basta de impunidad y saqueo de derechos. Estamos cansades de que se nos violente”. Al hacerlo, nos recuerdan que los derechos no sólo se conquistan, sino que, para preservarlos, hay que defenderlos del mismo modo que se conquistaron: con movilización, en la calle, con alegría, llamando la atención a toda la sociedad que hay cosas que no tienen vuelta atrás. Esto también es una enorme lección para quienes alguna vez podemos pensar que los derechos que la restauración neoliberal te quita, es cuestión de esperar a una buena virazón gubernamental para que se reinstalen. Que nunca es cosa simple y en todo caso, como hemos dicho previamente, es bastante más viable si los nuevos vientos de buenas intenciones gubernamentales pueden apoyarse en multitudes que reclaman.
Por razones generacionales, en estas fechas he pensado más de una vez si no correspondía recordar la marcha del estudiante de 1983, de la que fui parte siendo un jovencito. Por supuesto que aquellos hechos merecen el mejor de los recuerdos, que son imborrables en nuestras memorias.
Pero se me ocurrió que la mejor manera de honrar aquella convocatoria a “salir afuera venciendo la soledad”, como decía la marcha que para mi generación es himno, es saludar y agradecer a quienes hoy son jóvenes, salen afuera, ya sea de forma literal o de otros encierros culturales o simbólicos, para, venciendo la soledad, reunirse” para gritar acá estamos. Para que se acabe la discriminación”. Un mensaje magnífico si los hay, pero también, porque salvo que se nos haya envejecido el espíritu, los mayores siempre estamos a tiempo de aprender de los jóvenes, sin demagogias ni facilismos, sino muy seriamente, una gran lección de cómo se conquistan y se defienden los derechos. Es en la calle, con alegría y firmeza, no solamente en los escritorios, que en todo caso consagran lo que la multitud ya hizo sentir.
Salud a la Marcha de la Diversidad, a su organización y a todes sus participantes, sobre todo les más jóvenes. Simplemente: gracias por la lección, tan oportuna y contundente.

Foto de portada:

Marcha por la diversidad del año pasado. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.

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