Gonzalo Perera
Es inevitable asociar los comienzos de octubre con la foto tomada por Alberto Korda a Ernesto “Che” Guevara, que el 8-9 de octubre (según la fuente) de 1967 se transformaba en “San Ernesto de La Higuera”, al ser ejecutado tras la cacería organizada por la CIA y el ejército boliviano en su contra. La imagen capturada por Korda se ha hecho banderas, remeras, pintadas, representado a “el guerrillero heroico”, como sin dudas fue el Che.
Una imagen de la que también se ha abusado. Al menos para mí, lo más indignante fue que la gigantesca empresa Apple usara esa imagen (junto a la de Gandhi, Einstein, etc.), en una publicidad cuyo slogan era algo así como “Porque se atrevieron a pensar muy distinto, porque cambiaron la manera de ver el mundo, hoy trabajarían para nosotros”. Sólo imaginarse la idea del Che trabajando para Steve Jobs, era una cachetada a la memoria del Che y a generaciones de luchadores revolucionarios y anticapitalistas, que era un claro y grave exceso, aún para un personaje que no conocía de límites, como Jobs. Esto motivó que por aquella época se hablara sobre el riesgo de la instalación del fenómeno “Lady Che”, por obvia alusión a la muy mediática Lady Diana (idealizada y transformada en producto de consumo masivo tras su trágica muerte). El peligro al que se apuntaba era que el sistema al que El Che combatió al punto de entregar su vida fuera capaz, en su hipocresía, de apropiarse de la imagen, previamente descremada y diluida, transformándola simplemente en una juvenil pero pasajera rebeldía, afirmando aún más su hegemonía. Un corolario obvio era la necesidad de rescatar al Che real, al argentino más cubano y universal, al luchador inclaudicable contra el imperialismo yanqui y contra la explotación capitalista.
Ese Che histórico, el Ernesto Guevara De la Serna que, viniendo de una cuna acomodada, de alto nivel educativo y de mente muy abierta para la época, fue trazando un camino por la vida donde sobresalen algunas cosas:
1) El rol aunado de su sensibilidad personal (reflejada en su opción por los estudios y forma de entender la medicina), de las lecturas (Mariátegui habría incidido fuertemente en su pensar en una revolución sobre bases latinoamericanas) y de la experiencia personal del sufrimiento de los oprimidos de América Latina (todo relato apunta a que sus dos viajes le mostraron la miseria y pobreza cruzando todas las fronteras, formando al internacionalista).
2) Su extraordinaria fuerza de voluntad (para un asmático crónico, algunas travesías que realizó como guerrillero, en climas singularmente adversos y sin medicación, son casi imposibles), su firmeza de principios que lo llevó donde entendiera que se le necesitaba, siempre predicando con el ejemplo, pero a la vez con sabia lectura de los matices en los procesos históricos (de lo cual su discurso en el Paraninfo de nuestra Universidad sobre las vías de lucha es un ejemplo paradigmático).
3) Su profunda humanidad, en el más cabal sentido del término. Tuve la oportunidad de conocer en Cuba varias personas que estuvieron a su lado en diversas etapas de la Revolución y si la admiración por el Che era una constante en todos los relatos, también lo era su ternura, sus broncas, sus dolores, sus ansiedades, su sentido del humor, su lealtad, su estímulo al arte y mil facetas que no suelen asociarse con la imagen de Korda. Y, sobre todo, matices que alejan definitivamente al Che del bronce y lo hacen aparecer como lo que es: un ser humano, extraordinario, pero completamente falible y terrenal.
Me puse entonces a pensar que el rescate de la figura del Che de su vaciamiento o secuestro por el sistema pasa tanto por recordar la profundidad de su compromiso revolucionario, antimperialista y anticapitalista como por librarlo de cualquier tentación de llevarlo al bronce y al rincón de los perfectos. Pensé en un Che que es uno de nosotros, solo que más convencido, consecuente, firme y dispuesto a darlo todo. Por ello, se me ocurrió que la mejor manera de recordar al Che es buscarlo en nuestros pueblos, en muchas caras que no son la de la mítica foto de Korda, que son de diversas edades, que son de un él, de una ella o de une elle, que vienen de diversas extracciones sociales, niveles educativos y experiencias de vida, pero que comparten algo: tener parte del espíritu del Che, de esa rebeldía que no es acné pasajero, sino que es compromiso de vida por cambiar radicalmente la sociedad. Las, los, les militantes de fierro. La militancia heroica, que, además, casi siempre es anónima y muy difícilmente llegue a remera, bandera o pegotín, pero que van cambiando la vida a su paso.
Así, pienso por ejemplo en todas las personas que cada vez que la confluencia del campo popular lleva a tener que salir a juntar firmas para defender derechos, se patean de arriba a abajo y de izquierda a derecha todo su pueblo, sobre todo en los pueblitos del interior, donde es muy difícil poder hacer algo sin ser percibido, incluso por el o los poderosos del pueblo, los “dueños del pueblo”, los que por ser millonarios empleadores, poseer contactos políticos y sociales o venir de familias que figuran en el nomenclátor del pueblo hasta reiteradamente, son cuasi omnipotentes. La militancia que a veces sin apoyo, a veces incluso con indiferencia o pretensiones de limitar su accionar de parte de quienes desde la capital deberían apoyarla, compensa con voluntad, con esfuerzo redoblado, con celebrar obtener una firma, aunque se le hayan negado diez, va sumando y sumando, hasta que ya no está tan sola, o hasta que la acumulación que generan comienza a equilibrar distinto la balanza de la sociedad.
Los que salen a recorrer todo un departamento o una región, pagándose gastos de su propio bolsillo, consiguiendo algún alojamiento solidario y a lo mejor algún “aventón”, para sindicalizar, para promover asambleas, para organizar la lucha desde cada terreno concreto, porque todas las luchas son una misma causa, como tempranamente comprendió el Che al ver que, si más allá de las fronteras, la miseria y la explotación era una sola, entonces, más allá de los matices específicos de cada contexto, la lucha en el fondo también es una sola.
Pensé en los comunicadores del “otro relato”, el que ningún medio hegemónico te cuenta, los que abrazan la pluma o el micrófono en cualquier rincón del país como escenario de lucha, para transmitir la verdadera cara de nuestra sociedad, sabiendo que con eso seguramente sea muy difícil tener sponsors o poder ganarse la vida si pretenden dedicarse de lleno a ello. O los que ganándose el pan con otra actividad, reparten EL POPULAR entre vecinos, conocidos y todo aquel que pueda empezar a ojear estas páginas tan disonantes con la verdad oficial, con el discurso hegemónico, y “ya que estamos” entablar conversación “de tú a tú” una y otra semana, para empezar a lograr lo que la militancia popular hace como nadie: convencer con paciencia, desde mirar los hechos concretos y aparentemente inconexos, para muy pacientemente entretejerlos y construir una visión política global.
Al Che, el imperio y los cipayos creyeron que lo habían matado en La Higuera, pero mucho más allá de los discursos, de las banderas, o de las canciones, vive en el corazón indomable y las piernas incansables, en la amable pero firme paciencia de toda esa militancia heroica y casi siempre anónima, que son la más clara evidencia de que el Che sigue estando entre nosotros, hasta siempre.