Por Gonzalo Perera
En términos militares, los primeros puntos de una costa que se conquistan durante el desembarco de tropas, se llaman “cabezas de playa”. Juegan un rol crucial, pues una vez consolidadas esas posiciones, allí se concentran fuerzas y recursos para comenzar un despliegue ofensivo, que permita conquistar cada vez más territorio. Por otro lado, suelen costar mucho, pues implica el descenso de tropas desde lanchones, las que deben tratar de ganar tierra mientras reciben todo el impacto del fuego defensivo. En la segunda guerra mundial, el célebre “día D”, el 6 de junio de 1944, en que las tropas aliadas desembarcaron en las costas de Normandía, entonces ocupada por los nazis, culminó con la conquista de 5 cabezas de playa, pero se estima que a expensas de 10.000 bajas aliadas. Sin duda, fue uno de los eventos más destacados de la guerra, pues a partir de allí, entre la impresionante contraofensiva soviética en el este y el gradual pero casi constante avance que se desarrollaría en el oeste, la Alemania nazi quedaría completamente rodeada y de hecho, menos de un año después, firmaría su rendición incondicional. Más allá de que somos gente de paz, el término “cabeza de playa” es una manera eficiente de describir fenómenos que nada tienen que ver con tirar ni un solo tiro, pero donde es necesario conquistar y consolidar algunos puntos, para desde allí hacerse fuertes e ir a por todo.
Repasemos dónde estamos parados: en este momento el presidente Lacalle Pou se siente barrenando la cresta de la ola, y ha comenzado a cometer errores que son claras señales de soberbia. En primer lugar, dentro de la propia coalición de gobierno, se le reclama infructuosa e insistentemente, sobre todo desde el Partido Colorado, algún espacio de intercambio para coordinar las acciones multicolores y son varios los analistas que han señalado el excesivo personalismo de Lacalle Pou. En segundo lugar, y pese al voto contrario del Frente Amplio, insiste con proponer como embajador uruguayo en la OEA al antiguo “soldado de Sanguinetti”, Washington Abdala, autor de múltiples declaraciones y publicaciones en redes sociales agresivas hacia otros presidentes sudamericanos que lo hacen impresentable como representante de la diplomacia uruguaya. Tercero, entrevistado en la TV argentina por el periodista Alfredo Leuco, en un programa de alto rating, Lacalle Pou tiró varias piedras al presidente Alberto Fernández, al remarcar conceptos que forman parte del discurso de la oposición macrista. Un tweet de un ciudadano argentino es el mejor resumen: “El líder de la oposición en Argentina se llama Luis Lacalle Pou”. No sólo tal actitud es muy impropia de un presidente, sino que además es extremadamente imprudente, porque tarde o temprano, vendrá la factura a pagar. Cuarto, posiblemente Lacalle Pou se tonifique al leer algunas encuestas que le indicarían buenos niveles de aprobación en la opinión pública, y, más allá de la credibilidad de las encuestas, cabe recordar que en su primer año y medio de gobierno Jorge Batlle también tenía buenos niveles de aprobación en la opinión pública, y parece innecesario recordar cómo le fue a él y a casi todos los uruguayos. Finalmente, buena parte de las opiniones favorables a Lacalle Pou se basan en su gestión de la pandemia, donde obviamente Uruguay está teniendo números muy por debajo de sus vecinos. Sin ser mezquinos ni quitar mérito a nadie, cabe señalar que, buena parte del combate al coronavirus se basó en las capacidades desplegadas por los gobiernos del FA, como la cobertura universal que brinda el Sistema Nacional Integrado de Salud, el despliegue territorial de las Redes de Atención Primaria, que permiten conocer a fondo las realidades locales y trabajar desde dentro mismo de las comunidades, la ampliación y mejora de la capacidad y calidad de atención hospitalaria, así como el muy importante crecimiento de las capacidades científicas nacionales que posibilitaron pasar de 200 tests diarios a 1500 tests diarios, como señalara en EL POPULAR, Marcos Carámbula. Pero adicionalmente, gana espacio en revistas internacionales como “Nature”, la tesis de que la vacunación masiva BCG, como la que se practica en Uruguay, genera cierto grado de inmunidad ante el coronavirus. Sin dar nada por cierto apresuradamente, convengamos que cabe la duda de si los bajos números de COVID-19 en Uruguay no son más bien reflejo de características de la sociedad uruguaya con las que Lacalle Pou nada tiene que ver. Para culminar con algo mucho más importante que las veleidades de Lacalle Pou, los recortes que se venían produciendo desde diversos sectores del Estado en materia de políticas públicas de alto impacto, acaban de ser elevados a la enésima potencia por la ministra Arbeleche, quien anunciara que, sin mejoras fiscales, habrá que hacer serios recortes. Como próximamente dirá, pues es parte de su credo, que para lograr mejoras fiscales es necesario recortar, el círculo vicioso se habrá cerrado, se consagrará el ajuste por el ajuste, y en el medio, ahogada, quedará buena parte de la población uruguaya, sobre todo los más vulnerables.
Frente a esta realidad tan oscura, obviamente hay que organizarse y combatir, y combatir organizadamente, no tirando manotazos al aire.
Frente a esta invasión neoliberal, desde el campo popular hay que comenzar la contraofensiva, y para ello es necesario conquistar algunas cabezas de playa. Ese es el rol estratégico que cumplen las próximas elecciones departamentales y municipales.
Como se mostrara en nuestras páginas en entrevistas a Intendentes frenteamplistas, la contención que se brindó y se brinda desde éstas intendencias a la emergencia alimentaria en la que está inmerso el Uruguay, ha sido altamente destacable y contrasta enormemente con la inacción del gobierno nacional. El ejercicio del gobierno en varios departamentos será fundamental, en primer lugar, para contener o paliar las penurias por las que pasará buena parte de nuestro pueblo, y en segundo lugar, porque será oportunidad de contrastar las políticas multicolores con las del FA .
A su vez los municipios, los gobiernos de cercanía, los que llevan las políticas a la especificidad de cada territorio dándoles mayor profundidad, son espacios sumamente relevantes. Donde gane el FA el gobierno departamental, ganar en la mayor cantidad de municipios posibles permitirá ser más eficientes e incisivos en las políticas departamentales, ante los enormes desafíos que se avecinan. Y donde no se gane el gobierno departamental, conquistar algunos municipios claves puede ser la oportunidad para ir construyendo dentro del departamento la acumulación de experiencia y fuerza como para crecer y llegar a ser mayoría.
Puede parecer simplista o incluso exagerado, pero, sin desmerecer la lucha cotidiana del FA y de las distintas organizaciones sociales del campo popular, estoy convencido que las elecciones departamentales y municipales son absolutamente cruciales para que el calvario en el que estamos entrando no dure más de cinco años y para que, al menos para parte de los uruguayos, el sufrimiento sea menor, por encontrar en al menos una parte del Estado un muro de contención de la marejada neoliberal.
Departamentos y municipios son las cabezas de playa a conquistar y consolidar, para, desde allí, acumular suficiente fuerza como para poder llevar adelante con éxito la gran contraofensiva popular que tanto necesitamos. No será fácil. Enfrentamos al poder. Pero acumulando argumentos y militancia se puede ganar la tierra y consolidarla.