Las grandes alamedas

Por Gonzalo Perera

Una característica esencial de los explotadores es su voracidad. Nunca es suficiente, siempre intentan explotar más, dominar más, controlar más, imponerse en todos y cada uno de los planos de la existencia. No sólo acumulan capitales, recursos naturales, lujos, poder. También pretenden controlar el pensar y sentir de las grandes mayorías, imponiendo su visión día tras día, en la construcción del pensamiento hegemónico y combatiendo ferozmente a cualquier posible alternativa. Buscan extender su dominio hasta al sentido de la estética, de la ética, al lenguaje y hasta a la agenda histórica.

Un claro ejemplo de ello es una fecha: el 11 de setiembre. Posiblemente, en casi cualquier lugar del mundo lo primero que se asocia a esa fecha es el derrumbamiento de las torres gemelas del World Trade Center (WTC, en 11 de setiembre de 2001). Que, más allá de lo confuso de la explicación oficial del atentado y de todas las guerras que bajo su pretexto se detonaron, fue un hecho trágico, donde perdieron la vida muchísimos seres humanos, en su inmensa mayoría trabajadores humildes que prestaban los diversos servicios que el complejo requería. Las víctimas y sus familiares nos merecen el mayor de los respetos.
Pero resulta chocante que de todos los 11 de setiembre de la historia, particularmente de los dolorosos, ése se imponga como el único a recordar y lamentar. Tanto es así, que como en inglés las fechas se escriben con el mes primero y el día después, la expresión 9/11 en casi todo el mundo no se interpreta como cualquier undécimo día del mes noveno, sino como el día del colapso del WTC.
Los pueblos latinoamericanos y los revolucionarios de todo el mundo, con el ya mencionado respeto al sufrimiento provocado por ese episodio, cuando pensamos en el 11 de setiembre nos viene en primer lugar a la cabeza otra fecha, ciertamente tenebrosa y generadora de enormes dolores.
Me refiero al 11 de setiembre de 1973, cuando las fuerzas armadas chilenas, encabezadas por Pinochet, derrocaran e hicieran mártir al presidente y compañero Salvador Allende.
En esa fecha no faltó a la cita ningún elemento de lo más vil de la condición humana. Para empezar la traición de Pinochet, quien se suponía leal al gobierno constitucional y no sólo terminó liderando el golpe, sino que, según consta en audios de su diálogo con el almirante Patricio Carvajal, cuando Allende aún resistía en el Palacio de la Moneda, transmite la orden de ofrecerle al Presidente retirarse con allegados para ser llevados en avión a otro país, pero agregando la frase: “Pero el avión sea cae, viejo, cuando vaya volando”.
Sigue la conspiración empresarial, liderada por la ITT (International Telephone and Telegraph), que controlaba la telefónica chilena CTC, y el diario derechista “El Mercurio”, a la que se sumaron diversos sectores empresariales que provocaron desabastecimiento de productos básicos, paros del transporte y un clima de inestabilidad económica y social. O la participación de la CIA y el Departamento de Estado, organizando y dirigiendo toda la trama. O la complicidad del derechista Partido Nacional, pero también, y menos usualmente recordada, la complacencia del supuestamente centrista Partido Demócrata Cristiano de Chile, con el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular. También los paramilitares, como el grupo “Patria y Libertad”, a quien se responsabiliza en los meses previos al golpe de varios asesinatos, como el del edecán naval de Allende, comandante Arturo Araya, etc. Todo lo más horrible y pestilente que puede producir la especie humana se convocó y aunó para derribar al gobierno legal, democrático y popular de Chile.
Pero esa fecha no fue más que atravesar el portal del infierno, pues en los tiempos siguientes y durante más de una década y media, Chile vivió toda forma de horror: los cadáveres siendo arrastrados por el río Mapocho en pleno centro de Santiago, las ejecuciones en masa en el Estadio Nacional, la tortura, asesinato y desaparición de militantes del campo popular chileno en todo el territorio, el fomento a la escalada bélica contra Argentina por la cual se planificó envenenar las aguas de Buenos Aires a partir de científicos como Berríos, cuyo asesinato se ejecutó y se encubrió en Uruguay durante el gobierno de Lacalle Herrera. Todo ese horror desatado, no fue casualidad, sino que. ante un pueblo fuertemente organizado y alentado por un gobierno de izquierda, se desplegó el modelo neoliberal más duro y salvaje del cono sur, generando extremas desigualdades y altos niveles de exclusión. El mítico “modelo chileno”, al que han elogiado Lacalle padre e hijo, Talvi el breve, Sanguinetti el eterno, y toda la derecha local.
Se podría decir más de la perfidia de la gigantesca obra de destrucción del pueblo de Chile, tanto como de la cobardía de Pinochet para huir permanentemente de a la justicia, pero tanta canallada, en cierto punto, termina por asquear.
Es preferible entonces recordar la última pieza oratoria pública de Allende, lanzada a media mañana del 11 de setiembre de 1973, en Radio Magallanes, que culminó con su profético “… Mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor ¡Viva Chile!, ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Éstas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
La lucha del pueblo chileno fue lo que hizo que la profecía se hiciera y se siga haciendo realidad. No sin inmensas dificultades, pero desde la organización del movimiento social y sindical, desde el movimiento estudiantil que tuvo un papel central muy particularmente en la última década, o bien en las disputas electorales, en todos los planos de manera perseverante y no siempre lineal, con los altibajos de todo proceso histórico, el campo popular chileno ha llegado recientemente a abrir las grandes alamedas para la aprobación de una nueva Constitución, en una histórica derrota de la derecha.
Porque Pinochet no se fue del poder sin dejar al “modelo chileno” impregnando al texto constitucional y haciendo permanentes los abusos y desigualdades instaladas por su brutal dictadura. Terminar con ese macabro legado significa que en definitiva el martirio de La Moneda no fue en vano y que toda la abyección e insanía de la dictadura dejarán de pautar la vida de la sociedad chilena.
Naturalmente ya hay embates de la derecha tratando de recuperar el terreno perdido y habrá muchos más aún en el porvenir, y si algo nos muestra este breve racconto histórico es que no se puede “cortar la historia” para hacer balance en ningún momento dado, pues siempre se seguirá moviendo y transformando, a partir de la síntesis de las contradicciones que en cada etapa emergen y del eterno enfrentamiento entre los explotadores y los explotados.
La historia de Chile se sigue escribiendo cada día, y nunca se pueden celebrar victorias definitivas sino en todo caso, festejar los avances que se alcanzan para desde allí, ir a por más, hacia una sociedad plenamente humana.
Aunque para los grandes medios hegemónicos en particular, el 11 de setiembre sea identificado con el 9/11, para nosotros, siempre será la fecha del martirio de un pueblo y un hombre, que legó la luminosa profecía de que se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

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