20230208/Pablo Vignali/ Argentina/ Buenos Aires/Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, ubicada en Av. Pres. Figueroa Alcorta 2263, C1425 CABA, Argentina. En la foto: Facultad de Derecho de la ciudad de Buenos Aires. Foto: Pablo Vignali / adhocFOTOS

Las lágrimas y el punto de inflexión

Gonzalo Perera

Si digo Diego Armando Maradona, Lionel Messi, “Manu”Ginóbili, “Lucha”Aymar, Guillermo Vilas, Juan Manuel Fangio, Víctor Galíndez, está claro que me refiero a algunas de las glorias del deporte argentino. Si hablo de Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Osvaldo Pugliese, Luis Alberto Spinetta, Atahualpa Yupanqui, María Elena Walsh, Mercedes Sosa, Alfonsina Storni, Norma Aleandro, es obvio que estoy hablando de ilustres aportes de la rica cultura argentina. Si digo Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini, Adolfo Pérez Esquivel, es evidente que refiero a enormes aportes de Argentina en materia de Derechos Humanos y lecciones de dignidad.

Pero también estoy hablando de notables aportes de la sociedad argentina si nombro a Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir o César Milstein, quienes ganaran el Premio Nobel (de Química en el caso de Leloir, de Medicina en el de Houssay y Milstein), en 1947, 1970 y 1984, respectivamente.

Si la riqueza cultural de Argentina es fascinante con sus identidades regionales nítidamente marcadas que le dan mayor amplitud y color, no menos evidente es el desarrollo que logró en el terreno específico de la Ciencia y la Tecnología. Alcanza con pensar en la capacidad desarrollada para diseñar y producir satélites de telecomunicaciones, para constatar los logros en la materia, fruto (como siempre en Ciencia y Tecnología) de un largo proceso de acumulación, no constante, con altibajos, pero que se fue construyendo paso a paso por varias generaciones. El desarrollo científico-tecnológico es un importante motor para el desarrollo productivo, para mejorar las condiciones de vida de la población y es un ingrediente fundamental para poder proyectarse hacia una genuina soberanía, hacia la posibilidad de vincularse con el mundo para intercambiar en beneficio mutuo, pero sin depender ni estar sometido.

Dicho desarrollo científico-tecnológico obviamente está sustentado en múltiples factores, pero dos son sobresalientes.

Por un lado, la amplia red de Universidades Nacionales, que son públicas, laicas, gratuitas, sin restricciones para el ingreso, y que se despliegan en todo el territorio argentino. Estas 66 Universidades Nacionales son el ámbito donde estudian hoy más de dos millones setecientos mil argentines, entre sus programas de grado y posgrado. Esa impresionante matrícula creció en la última década la friolera del 67%, fundamentalmente impulsada por las dotaciones presupuestales de los gobiernos kirchneristas y medidas muy concretas, como la creación de varias universidades nuevas y la generación de diversos programas de becas, dos medidas que facilitaron el ingreso a la universidad a hijes de hogares humildes, y a los habitantes de regiones donde históricamente no había una universidad relativamente cercana, que fuera accesible en comparación a los elevados costos de vida de las grandes ciudades de mayor tradición universitaria.

En un sistema federal como el argentino, hay recursos y responsabilidades que incumben al gobierno nacional y otros a los gobiernos provinciales. En el caso de la Educación Pública, los niveles primario y medio son competencia de las provincias, pero el nivel terciario depende directamente de los fondos del gobierno nacional.

El tradicional desprecio y ataque a la educación pública de los neoliberales, en el caso de Javier Milei ha alcanzado niveles de odio recalcitrante. En realidad, su odio es multidireccional y recortó importantes recursos a los gobiernos provinciales dentro de una política de ajuste criminal. Pero con el sistema universitario público, la virulencia es increíble, al punto que, bajo la pobre excusa de acusar a la Universidad de Buenos Aires (la UBA, la mayor de las universidades nacionales) de “adoctrinamiento zurdo” de sus estudiantes (un disparate total para cualquiera que haya estado en la UBA al menos un día y vea su clima intelectual y sus contenidos curriculares), decidió dejar de transferir a las universidades públicas los fondos necesarios para cubrir sus gastos de funcionamiento. Mientras tanto, la pavorosa inflación aniquila los bolsillos de docentes y funcionarios (cuyos salarios se mantienen a los valores de setiembre del 2022). Si bien toda la Educación Pública está bajo la metralla libertaria, la ya referida vinculación de los niveles primario y secundario con los gobiernos provinciales, les permiten recibir al menos alguna ayuda o consideración que para las universidades no existen. Por ende, varias universidades, entre las cuales la UBA, comienzan a tener dificultad para pagar sus facturas de electricidad y han debido considerar seriamente la posibilidad de cerrar sus puertas en los próximos tres meses.

El segundo factor que impulsó la Ciencia y Tecnología en la era kirchnerista fueron los programas y fondos para la investigación que facilitaban instituciones como el CONICET, que permitieron incluso el retorno a Argentina de científicos que se habían instalado en el extranjero durante la dictadura o el menemismo. Naturalmente, el huracán Milei hizo volar en pedazos al CONICET y a toda política de estímulo a la investigación, que, como todo, considera debe obedecer y ser entregada a “el mercado”.

Así las cosas, la gravedad de la situación universitaria y de la Ciencia y Tecnología (y más en general la investigación y el conocimiento) en Argentina, es de una gravedad nunca antes vista en su historia. Pero la destrucción sin precedentes generó reacciones sin precedentes.

El movimiento estudiantil universitario en Argentina tiene una rica tradición, basta con referir al Manifiesto Liminar de Córdoba en 1918 para constatarlo. Pero se ha visto golpeado por el mismo mal que afecta a las centrales sindicales y a casi todo el movimiento popular: la fragmentación en diversas tendencias, que usualmente no logran alcanzar acuerdos que les doten de mayor capacidad de movilización y lucha.

Pero el pasado 23 de abril, las autoridades de las universidades nacionales ( e incluso de algunas universidades privadas), todas las tendencias del movimiento estudiantil, las 3 centrales sindicales que tiene Argentina, muchas otras organizaciones sociales y una enormidad de ciudadanos que estudiaron alguna vez en una universidad pública o tienen un familiar que lo hace, se unieron bajo una misma plataforma, marchando en defensa de las universidades públicas. Es un hecho absolutamente sin precedentes y su dimensión, extraordinaria: en Buenos Aires, 800 mil personas marcharon hacia Plaza de Mayo y, las marchas realizadas en las provincias hicieron que se movilizara en todo el país un millón y medio de personas, que a su paso eran aplaudidas por quienes por diversas razones no pudieron participar. Una demostración de fuerza que aún un salvaje como Milei debería sopesar.

Una joven muchacha fue entrevistada por el canal C5N al culminar la marcha. Comenzó explicando que su familia era muy humilde, de Formosa, pero que ella había tenido la oportunidad de estudiar en la UBA, y acto seguido se quebró en un profundo y conmovedor llanto, alcanzando apenas a balbucear que quería la misma chance para todos “los pibes”.

Me dolió en el alma e hizo lagrimear la reacción tan honda de esta piba formoseňa que no tengo ni idea cómo se llama. Pero si pudiera, le daría un abrazo, y le diría que estoy seguro de que este 23 de abril marca un punto de inflexión. Porque el campo popular entero se unió para ganar las calles de manera masiva. Y cuando esas compuertas se abren, son muy difíciles de cerrar.

Foto

La Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en Argentina. Foto: Pablo Vignali / adhocFOTOS.

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