Los incómodos “Papeles Suizos”

Por Santiago Manssino

José Arenas nació en 1989 en Montevideo pero vivió su infancia y adolescencia en Nueva Helvecia. Es escritor, poeta, performer, letrista, investigador y difusor de tango. Publicó los libros de poesía “Fueye hembra” (Ed Milena Cacerola, 2014) y “Sofía, el tango y otros desaciertos” (editado de forma independiente, 2015), ambos de claro aire tanguero, y las novelas “Los rotos” (Civiles Iletrados, 2017) y “Con un hilo de voz (Yaugurú, 2019). Ha participado de varias antologías de tango y poesía, y ganado menciones de narrativa con algunos de sus cuentos.

A principios de este año publicó “Papeles Suizos” (Pez en el Hielo, 2020), donde un narrador sumido en la locura cuenta la historia de su familia y de “La Colonia”, un lugar muy similar al pueblo donde vivió el escritor. Dentro de ese mundo siempre ficticio, pero en donde se puede ver el revés del relato de ciertos sucesos, los orígenes suizos aparecen desmitificados, se aborda la presencia nazi, tragedias familiares…

Para el día del libro la librería Helvecia Libros Café organizó un evento donde los autores subían videos leyendo fragmentos de sus obras. José Arenas participó leyendo “Papeles Suizos”, y fue a través de este video, y no antes, que algunas familias de linaje se enteraron de la existencia de la novela. A partir de allí empezaron las quejas, insultos y amenazas a la librería y al autor, exigiendo la censura del libro. Parece que cierta clase social se sigue sintiendo en el derecho de prohibir lo que le molesta.

Sobre la novela y su repercusión EL POPULAR dialogó con el autor.

– ¿Cuál es el germen que da origen a «Papeles suizos»?

– El germen real carece de épica. Estaba escribiendo una novela policial que aún espera edición, pero necesitaba descargar ciertas violencias, algunas cosas que el lenguaje de esa novela no me permitía. Pensé en la palabra «papeles», en «papeles suizos». Me imaginé a un loco, robando la esencia Polleri, que contaba cosas de su niñez encerrado en un manicomio. Entonces exorcisé, bajo el ala de la ficción, algunos asuntos. Por un lado escribía la novela policial, que ya te digo, me tienen encajonada hace casi dos años, y por el otro me sacaba las ganas gritando en esos papeles. Una vez me puse en contacto con «Pez en el hielo» y les dije que quería editar poesía con ellos. Me sugirieron narrativa. Así que les pasé la novela y les copó.

– El pueblo del relato tiene paralelismos claros con Nueva Helvecia, y es un lugar común la afirmación de que «toda novela es autobiográfica». ¿Cómo se entrelaza en el relato tu historia personal con la historia colectiva de «la Colonia»?

– En el mundo ficcional que creo para poder «poner» la novela, todo lo que aparece allí es «visto y oído», sucede que lo deformo a través del lente de la imaginación. Todo allí es «posible» salvo que está puesto bajo mi antojadizo tiranismo de escritor. La historia es A, y yo escribí B. Por eso no aparece el nombre directo, sino que es «La Colonia», como si fuera la única. Está lo que yo quise inventar más lo tenebroso que no necesitó ser inventado. La realidad es la mejor novelista. Vuelvo a Polleri. Él dice que si la biografía no entra por la puerta principal, encuentra cualquier intersticio para meterse.

– El supuesto género se nos advierte desde la tapa: «Novela histórica». ¿Cómo pensaste el juego entre ficción y «realidad histórica», más allá de lo que puede haber de irónico en esa categorización?

– Habría que preguntarse, en principio, ¿qué novela no es histórica? Por otro lado jugué con varias cosas. Primero con el género de «novela histórica» que parece ser el que más vende en este país. Todo el mundo va hacia allí. Me gustó hacer esa jugarreta sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de las novelas históricas uruguayas tienen 10 de historia y 90 de antojo. ¿Por qué yo no? Después, Nueva Helvecia tiene en su lugar para las cocardas varias novelas «históricas» locales donde todo es maravilloso, idílico, lleno de una ética intachable del trabajo y la bondad. «La historia de la maravillosa mujer que hacía dulces», «El fantástico mundo de Adolf y su amor por esta tierra», son de ese estilo los títulos -estos son inventados, claro, pero por ahí andan- entonces jugué con meter fechas apócrifas salidas de la cabeza del loco que narra. En su mundo de chifladura esa es «la historia». Como todas las historias.

– El narrador cuenta la historia de su familia y de su pueblo desde un hospital psiquiátrico. También está con él la Gringa, la otra protagonista del relato. De familias pudientes, son los desplazados de su clase social por la locura. ¿Hay una toma de partido por los marginados en esa elección, por los silenciados? ¿Solo ellos pueden decir lo ocultado por las familias poderosas?

– Hay una toma de posición. Primero porque si lo contaba desde la que podría ser mi condición real vuelta personaje, podía caer en el terreno del resentimiento. Esta es gente que pudiendo elegir estar arriba son «exiliados» por pertenecer forzadamente a «lo otro», en ambos casos, la locura. Además, solamente ellos conocen bien la entraña de lo narrado. Ellos son voz autorizada a la vez que lo que dice el narrador bien pudieran ser divagues hijos de su locura. Pero solo un loco puede desbocarse así y narrar lo «enterrado». También me fascina el mundo de la locura y las terribles vejaciones que los locos padecemos. Yo no estuve allí, pero casi. Es terrorífico andar en esos bordes y poder caer. Anécdota: en medio de todo el revuelo, donde los detractores fueron cinco o seis de voces poderosas, hubo mucha más gente que se sintió «vengada». Lo sé porque me lo hacían llegar directa o indirectamente. Alguien me dijo -y para mí fue muy fuerte- «me alegré porque acá siempre se está contando la intimidad de nosotras, que para ellos somos negras putas».

-En ese sentido se traza una línea inevitable con el mundo onettiano. ¿Fuiste consciente de ello mientras escribías el relato o después?

– Nelson Díaz me lo decía en una entrevista que me hizo hace unas semanas. Tengo noción pero voy a citar el título de una película: «jamás leí a Onetti».

– A algunas mentes reaccionarias y conservadoras de Nueva Helvecia no les cayó nada bien la novela. Al tiempo empezaron a llegar las amenazas y los insultos, a vos, a la librería Helvecia Libros Café y al diario Helvecia. A la librería se le exigió que no vendiera más el libro, por ejemplo, pero se mantuvo firme en la defensa de la libertad creativa y de circulación. ¿Esperabas una reacción así de las familias conservadoras del lugar?

-Te mentiría si te dijera que no. Desde luego que esperaba algo así. Pero lo más triste es que lo esperé cuando empezó a circular un video mío leyendo un fragmento casi seis meses después de publicada la novela. ¿Qué quiere decir? que hasta entonces casi nadie allí la había leído. Nadie lee. Son, además de reaccionarios, lúmpenes. En otra época de este país -y no hago apología de la clase alta- ser oligarca era, además de ser todo lo nefasto que ya sabemos, ser culto: saber piano o violín, leer todo lo que fuera «curioso», hablar en cuatro idiomas, estar siempre al tanto de las novedades del teatro o el cine. Los que se creen hijos de Suiza, no por origen, sino por linaje -que es bien distinto- sólo tienen su pobrecito antifaz de cartulina. Por otro lado, no entiendo el orgullo de venir de un país de mercenarios y garcas que lavan dinero. Si no hubiera habido amenazas y «sugerencias» sobre la novela a terceros -y te hablo, por ejemplo, de una diputada o ex diputada del Partido Colorado, de una profesora de literatura de la zona, entre otros- no me hubiera hecho eco. Pero me sentía en obligación de no caer bajo pero no dejar que nos amedrentaran en lo más mínimo. Fijate que en Nueva Helvecia tenemos la memoria querida y admirada de dos enormes como fueron Nelson Viera y Omar Moreira – a quien conocí y quise mucho- que fueron dos profesores de literatura censurados, sacados de su cargo, perseguidos por los milicos. Y ahora hay docentes de literatura que «sugieren» que mi novela no se venda.

– La censura y persecución ocurrida hacen pensar en lo que le sucedió al «Bocha» Benavides en 1955 con «Tata Vizcacha», obra en la que denunciaba a algunos personajes de la oligarquía de Tacuarembó y el grupo de ultraderecha Movimiento de Acción Democrática compró todos los ejemplares en la ciudad y los quemó en la plaza pública. Se pensaría que esas cosas ya no suceden, pero apenas se escarba un poco surgen los mismos poderes de siempre con su clasismo y su moralina castradora. ¿qué reflexión te merece lo ocurrido?

-Suceden. Y en épocas como ésta que arranca en 2020 más aún. Hay gente que estaba esperando coyunturas como la que hoy vivimos para volver a frotarse las manos sintiendo que tiene un poquitito más de poder o, al menos, de aval. No creo que este caso de «Papeles Suizos» vaya a ser una excepción en tiempos que vienen. Pero si hubo gente que se sintió con el ánimo para amenazar a distintos lugares de la ciudad para que no presentaran la novela, o la presión que hubo sobre el diario y la librería, quiere decir que sienten el derecho de decidir «qué si, y qué no». Quizá tengan ganas de volver a la lista negra, ahora que se acordaron de eso.

Papeles Suizos
José Arenas
Novela
107 págs
Pez en el hielo Ediciones
Montevideo
2020

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