Nueve años y cuatro meses para el expolicía torturador en Canelones.
Victoria Alfaro
El expolicía Alejandro Ariel Ferreira fue condenado a nueve años y cuatro meses de penitenciaría por torturas a detenidos durante la dictadura en Canelones, en el caso conocido como Los Vagones. EL POPULAR consultó al abogado de las víctimas, Pablo Chargoñia, quien destacó la importancia de este juicio de lesa humanidad, el primero de carácter oral y público.
«La sentencia de condena del juez Héctor Iriarte por el delito de tortura tiene dos aspectos de gran trascendencia. El primero es que se trata de la primera sentencia enmarcada en los juicios orales y públicos del Código de Proceso Penal del 2017, y el segundo aspecto es que es la primera sentencia de condena por el crimen internacional de tortura», aclaró el abogado.
«Hubo un procesamiento anterior, pero fue revocado por un Tribunal de Apelaciones en lo Penal, en cuanto al tipo penal imputado. Concretamente, el juez considera que el Derecho Internacional aporta el dato fundamental de cuál es la conducta ilícita, que consiste en la tortura, y que debe ser reprochada. Por tanto, no imputa uso de autoridad contra el detenido sino este delito de tortura que señala el juez que está plenamente probado: el acusado tuvo participación directa, no solamente como custodia de los detenidos en Los Vagones, sino como agente activo en los interrogatorios y malos tratos», afirmó Chargoñia.
La sentencia judicial «es un documento de un enorme valor conceptual que habrá que analizar, porque tiene consideraciones sumamente valiosas respecto de la dignidad humana como concepto eje de la protección del Derecho Penal y también el concepto del Deber Humano de protección, que resulta absolutamente resentido cuando un agente tortura», explicó.
«El juez señala claramente que se trata de un crimen de Lesa Humanidad porque la tortura de Los Vagones fue parte de una práctica generalizada, en tanto implicaba a miles de víctimas, y era sistemática porque implicaba una política de Estado terrorista basada en la Doctrina de la Seguridad Nacional», agregó el abogado de las víctimas.
«Hace una muy importante consideración respecto a que la tortura puede o no dejar marcas en el cuerpo. Hay una tortura psicológica que también se probó en el caso y que forma parte de lo que imputa. Básicamente cuando se realiza el comportamiento inhumano, cruel y degradante, lo que se está haciendo es violentar la libertad del sujeto, al que se lo transforma en un objeto del agente torturador. Estas reflexiones son sumamente importantes para ubicar el crimen en su verdadera dimensión. No es un delito común de lesiones o de privación de libertad, sino un crimen que ofende a la conciencia de la humanidad», añadió.
El pueblo unido jamás será vencido
El juicio comenzó en 2019 cuando el juez decidió la prisión preventiva de Hugo Orestes Guillén, Winston Mario Vitale y Alejandro Ariel Ferreira. Los dos primeros fallecieron durante el proceso judicial. Fue comprobada la participación de los tres policías
En este marco, ayer el secretario general del Partido Comunista de Uruguay (PCU), Juan Castillo, fue a saludar a Blanca Calero y Ricardo Etcheverry luego del procesamiento de sus represores. Calero afirmó que costó mucho, pero «que lo que no cuesta no se siente y como comunistas tenemos la obligación de seguir luchando; esta es una etapa y queda mucho para hacer. Con el pueblo unido jamás seremos vencidos».
Etcheverry le dijo a EL POPULAR que hacía suyas las palabras de Chargoñia sobre la importancia del carácter de la sentencia judicial que sienta precedentes para futuros juicios. “Estamos muy satisfechos porque al fin se hace justicia. Hubo muchas dudas aún en esta ciudad, de gente que no creía lo que pasó, aun cuando por Los Vagones pasaron más de treinta personas que se vieron perjudicadas por la oleada represiva de aquella época”, afirmó.
“Lo que pasó da para reflexionar, en el sentido de que no puede ser que cuando se necesita un cambio para favorecer al sector dominante se llegue a estos extremos como paso en la Dictadura. Esto perjudica sobre todo a la clase trabajadora y a todos quienes estamos junto a ella. Sucedió en todo el país, todos estaban bajo sospecha en aquella época y podían terminar en un lugar como Los Vagones”, añadió Etcheverry.
“Hablo contigo, pero me siento rodeado de los demás compañeros y compañeras, que fueron dieciséis denunciantes, y con ellos coincidimos en la totalidad con respecto a los conceptos vertidos aquí. Esta muy bueno el hecho de que la Justicia haya fallado a favor de nosotros, que se vea que la verdad siempre llega. Estamos armando un cartel para nuestro Comité de Base con la siguiente leyenda: ‘la verdad camina descalza, pero siempre te alcanza’”, dijo, y agregó “esa es la mejor síntesis”.
Los vagones de la tortura
El caso “Los Vagones” se denomina así porque en setiembre de 1975, en la intersección de la calle Rodó y la Ruta 5 del departamento de Canelones, “se ubicaba una dependencia policial en la que se habían dispuesto dos vagones de tren, más exactamente vagones de carga”, dice el alegato presentado por Chargoñia en representación de las víctimas Etcheverry y Calero.
Los testigos de esta causa son dieciséis. “La abrumadora tragedia coral de hombres y mujeres que narraron en juicio (reviviéndolo en cada caso como fue ostensible dado el estado emocional de cada uno de ellos) conforman una prueba muy sólida del acaecimiento de los elementos materiales requeridos por la figura típica. El encapuchamiento, el plantón, las golpizas, las colgadas no producen, en el cuerpo y en la psique atormentados, lesiones leves sino lesiones graves”, afirma.
Una de las víctimas relata parte de lo allí sucedido: “en una sesión de plantón algunos agentes la tocaban y otros la golpeaban: ‘Te tocaban la cola y los senos y otro venía y te pegaba’. Como forma de caracterizar una forma específica del maltrato, la víctima apunta: ‘siempre en condición de mujer’. Respecto de otra mujer detenida, la testigo dice ‘creo que la llevaban a ver las cosas que me hacían a mí, eso fue lo que me contó ella después’. (…) La tortura demoró unos 15 días, el procedimiento era ir aumentando la dosis de tormento, no comer, no beber y no dormir. De ahí, otra vez de nuevo al plantón. Si uno se caía dormido, había alguien que te pateaba y te ponía de nuevo parada. Y además que era intermitente. Te llevaban y te traían, no era una cosa continua (…) empiezan a colgarme, me sacaron casi toda la ropa (…) te dejan suspendida en el aire (…) cuando me bajan había un colchón en el suelo y yo empiezo a tener convulsiones (…) no tenés derecho ni a lavarte ni a bañarte, el baño era una taza en el suelo sin puerta (…) está hecho para que uno sienta asco de sí mismo (…) cada vez que me decían que traían a mis hijas me hacían temblar”.
Otro testigo narró “que los captores llevaron a sus padres y los desnudaron (…)”, otro dijo “’que su hermana quedó paralítica más de un mes y que la llevaron al Hospital Vilardebó, que en una ocasión la vio en un colchón tirado en el piso, estaba ida completamente, no estaba muerta porque movía los ojos, fue por lo único que me di cuenta de que no estaba muerta’. El testigo no duda que su hermana quedó en ese estado a raíz de las torturas recibidas en ese lugar”, agrega el documento del alegato.
Otra víctima afirmó en el juicio que “lo que me queda no sé si es la secuela (…) estuve 2555 días entre que me detuvieron y el 23 de setiembre del 83 que volví a casa. Ahí perdí gente muy querida. En el medio de eso mis hijos se gastaron una gran cantidad de días y horas de juego por ir a la cárcel y a Libertad a vernos. Sufrieron ellos también el destrato de alguien que consideraba que nosotros, por ser de un partido de izquierda, éramos casi monstruos. Igual siguieron adelante y se pusieron la primera túnica y patearon la primera pelota. Y casi no me lo podían contar. Me queda esa secuela. Que es como una especie de brecha que me queda en mi vida. 2555 días en la vida de un hombre son muchísimos días (…) una brecha existencial demasiado importante como para no tenerla en cuenta”.