Muchas cosas pasaron esta semana, en Uruguay, en el continente y el mundo, hasta la muerte de un Papa, pero respetando todas las perspectivas, opinamos que nada fue tan importante como la asunción por Lula de la presidencia de Brasil.
El 1° de enero se concretó un cambio histórico, que impacta en Brasil, claro está, pero por el peso político y económico de este país, también lo hace en América Latina y en el mundo.
Lula se transformó en la primera persona en asumir tres veces la presidencia de Brasil, también es el presidente más votado de la historia, el único que superó los 60 millones de votos. Es cierto que fue en una elección muy reñida, la más ajustada de la historia de Brasil, que Jair Bolsonaro y su neofascismo mostraron su fuerza y el poder de la manipulación y del clientelismo más descarado y vil.
Pero no menos cierto es que Lula recuperó la presidencia luego de una campaña miserable y cruel de aniquilamiento político y personal en su contra. Que incluyó un golpe de Estado contra Dilma Rousseff. Luego una persecución judicial inédita en su contra, armada con la complicidad de la oligarquía y de parte del aparato judicial de EEUU. Después 580 días de injusta prisión. Esa prisión buscó impedirle a Lula ser candidato en las elecciones anteriores, porque si lo hubiera sido, Jair Bolsonaro nunca hubiera llegado a la presidencia de Brasil. Cuando se analiza la victoria de Lula, que junto a Gerardo Alckmin encabeza una amplia y muy diversa coincidencia de partidos, no se puede obviar esta situación. Todo eso vencieron Lula, la izquierda, el movimiento popular brasileño y la confluencia de partidos progresistas y democráticos que acompañaron su candidatura.
Bolsonaro y el neofascismo, los sectores más vinculados al agronegocio y el capital financiero, la mayoría de las iglesias neopentecostales (poseedoras de una enorme estructura capilar en todo Brasil, de decenas de canales de televisión y centenares de estaciones de radio), los sectores más reaccionarios de las Fuerzas Armadas y de las fuerzas policiales, hicieron lo imposible porque Lula no asumiera. Denunciaron un fraude inexistente, luego organizaron bloqueos de carreteras y actos vandálicos en varias ciudades, organizaron concentraciones frente a los cuarteles pidiendo la intervención de las Fuerzas Armadas. Todo para impedir que Brasil “cayera en el comunismo”, o, según expresiones textuales, para “salvar a Brasil del demonio”. Eso también tuvo que enfrentar Lula antes de asumir.
Bolsonaro finalmente huyó, usando el avión presidencial brasileño, rumbo a Miami, esa cloaca a cielo abierto, refugio de corruptos, ladrones y dictadores de la peor calaña, para evitar responder por sus crímenes.
Contra todo eso, el 1° de enero llegó y Lula asumió la presidencia. Cientos de miles, en paz y en medio de una expresión multitudinaria de alegría, siguieron las ceremonias en Brasilia y en toda la geografía de ese enorme país.
Lula hizo dos discursos este 1° de enero. El primero, el más formal y extenso, ante el Congreso, en el que expuso las líneas principales de lo que será su gobierno. Es un discurso que tiene ribetes históricos. Lula se mostró en él como el gran estadista que es, como defensor y garante, junto a su pueblo, de la democracia y la libertad, que enfrenta los peligros del “fascismo”, dijo, sin utilizar ningún eufemismo ni buscar ningún refugio. Denunció la terrible situación en la que encontró el país y señaló con claridad la responsabilidad de Bolsonaro y las fuerzas que lo respaldaron. Se comprometió a reconstruir el país y a tener como prioridad el combate al hambre y la pobreza. “Ninguna nación se ha levantado sobre la miseria de su pueblo”, dijo en una de las frases contundentes que marcaron su discurso. El segundo discurso de la jornada lo realizó de cara a la gente, su gente, en la gigantesca Explanada de los Ministerios, desbordada por cientos de miles de personas. Allí resolvió de la mejor manera el ultimo desafío miserable de Bolsonaro y sus acólitos. Ni Bolsonaro, escondido en Miami, ni el vicepresidente, el todo poderoso general Hamilton Mourão, aceptaron transferirle la banda presidencial. Lula decidió recibirla de una delegación colectiva que expresó lo mejor del pueblo brasileño. Allí su discurso fue muy emotivo, muy coloquial, de agradecimiento y de compromiso.
La victoria de Lula es una excelente noticia para Brasil, para su pueblo, se reconstruirá la democracia, se recuperarán derechos, se retomará la lucha contra la pobreza y el hambre, se negociará con los sindicatos, se defenderán los derechos de las mujeres, las y los negros y los pueblos indígenas, la educación, la cultura, la innovación y la ciencia, la defensa de la naturaleza, en particular de la Amazonia, serán prioridades.
No será fácil. La destrucción ha sido bestial en estos cuatro años de oscurantismo neofascista. El bolsonarismo tiene un importante peso en el Congreso y gobierna estados muy importantes. Lula, la izquierda brasileña y el movimiento popular, han tenido que hacer amplios acuerdos para ganar las elecciones primero, para conformar el gabinete de gobierno y construir mayorías en el Congreso, después.
La conformación de un amplio frente político de izquierda, que trascienda lo electoral, la construcción de la unidad política y social de la izquierda y el movimiento sindical y popular, adquieren enorme relevancia, para posibilitar el gobierno, cumplir los compromisos, responder a las urgencias del pueblo brasileño y trazar una perspectiva de desarrollo y emancipación social.
Esta es una dimensión fundamental para calibrar la importancia de la asunción de Lula como presidente de Brasil: el impacto en ese país y en su pueblo. Pero hay otra dimensión igualmente relevante: con Lula en la presidencia y la izquierda y las fuerzas democráticas en el gobierno, Brasil vuelve a jugar un papel muy positivo en la escena internacional.
Tanto Lula, como su canciller Mauro Vieira, fueron muy claros en que “Brasil está de vuelta” para el mundo. Los cambios anunciados en política exterior son de gran relevancia. Se terminó la alineación automática con EEUU, casi nada de anuncio. Para América Latina y el Caribe “nuestra ideología será la integración”, dijeron, reivindicando la vigencia y la necesidad del fortalecimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y del MERCOSUR, e incluso del relanzamiento de la UNASUR, instancia de coordinación regional dada por muerta por los gobiernos de derecha. También una política constructiva y de cooperación con Cuba y Venezuela, se terminaron las provocaciones. El retorno a la histórica política de respaldar la solución de dos Estados en el diferendo entre Israel y Palestina. Los derechos humanos y la protección de la naturaleza como dos centros de la política exterior. La democratización de la ONU. Y como si todo esto fuera poco, el fortalecimiento de la coordinación con África y Asia.
Hay que recordar que uno de los espacios de coordinación económica y política que plantea una alternativa a EEUU, la Unión Europea, la OTAN, o el G7, son los BRICS, el espacio conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sud África. Lula y su canciller han comprometido un papel mucho más activo de Brasil en esa instancia. Para que no queden dudas, Vieira dijo que el nuevo gobierno brasileño va a estudiar la invitación de la OCDE a ingresar a esa organización, que no tienen nada decidido, ni ningún apuro. La simple enumeración realizada, sin mayor profundización, alcanza y sobra para calibrar el cambio del que estamos hablando y su potencial impacto en todo el mundo.
Antes de terminar solo un párrafo, porque no merece más que eso, para hablar de la posición en la que quedó el gobierno de la coalición de derecha y en particular el presidente Luis Lacalle Pou ante la asunción de Lula. Lacalle Pou, varios legisladores y dirigentes del Partido Nacional y el Partido Colorado no solo no condenaron el golpe contra Dilma, se negaron a calificarlo de tal e incluso lo celebraron sacándose fotos con golpistas, en los cónclaves de partidos conservadores de la región. Lo mismo ocurrió con la injusta prisión de Lula, la derecha uruguaya la celebró. Varios celebraron también la victoria de Bolsonaro, el malogrado Novick se fue a Livramento a bailar y festejar, pero también Manini Ríos se sacó fotos con Mourão y hasta permitió con felicidad que algunos avezados analistas le llamaran “el Bolsonaro uruguayo”. Para colmo a Lacalle Pou no se le ocurrió mejor momento para montar el espectáculo de una pataleta anti MERCOSUR, que pocos días antes de que asuma en Brasil un gobierno cuya “ideología es la integración”. Sería saludable que hubiera un amago de autocrítica, aunque sea. Quizás la presencia de Mujica y Sanguinetti junto a Lacalle Pou en la asunción de Lula sea una manera muy sui generis de hacerla. Claramente no alcanza.
Todo eso implicó la asunción de Lula como presidente en Brasil. Esta vez en las calles celebraron los sin tierra, los militantes sindicales, los movimientos feministas, los sin techo. Esta vez los artistas cantaron sin censura. Esta vez no hubo milicias con saludos nazis ni amenazas.
Por eso emocionó, y mucho, ver a un grupo de militantes del Movimiento Sin Tierra, que, al llegar Lula a la Explanada de los Ministerios, le cantaron a capela un pedacito de ese hermoso himno que es: “Pra não dizer que não falei das flores”, de Geraldo Vandré. Esa canción fue un himno de la lucha contra la dictadura, pero no fue solo por eso que se la cantaron a Lula el día que asumió nuevamente la presidencia. Esa canción la entonaron miles de gargantas durante cada uno de los 580 días que Lula estuvo injustamente preso en la Cárcel de Curitiba. La escuchó todos los días desde su celda. Sin faltar ninguno. Por eso sus lágrimas y su mano en el corazón para agradecer a quienes se la volvieron a cantar: “Vem, vamos embora, que esperar não é saber. Quem sabe faz a hora, não espera acontecer”.
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