Por Gonzalo Perera
Dentro del legado histórico de Aparicio Saravia, se encuentran frases, que, como es razonable, a lo largo de la historia, distintos dirigentes del Partido Nacional citan o aluden.
No siempre es claro si los dirigentes en cuestión, trasladados a las épocas de las revueltas blancas en las cuchillas, estarían del lado de la montonera en armas, o de los “dotores” de la capital, que eran su quinta columna. Pero, por respeto a las diversas tradiciones políticas, no es de buen gusto ni de buen talante democrático, privar a alguien que se dice blanco de citar a uno de sus mayores y más míticos referentes.
Así, más de una vez se nos recuerda que “la patria es dignidad arriba y regocijo abajo”, por ejemplo, una expresión muy compartible en su espíritu general, sintética y de gran efectividad emocional, que apela a la fibra emocional desde ciertos valores de demanda de probidad y rectitud de quien gobierna o conduce.
Otras frases quizás sean menos impactantes, pero uno debe reconocer que pueden adquirir especial significación en los momentos aciagos, duros, de derrota o desazón, como, por ejemplo: “Hay orden de no aflojar”. Con menos lirismo que la cita anterior y pese a la apelación al mandato de la superioridad, cabe reconocer que, si alguien está mirando al piso y buscando motivos para no derrumbarse, una frase del estilo puede ser una manera de brindar aliento.
Y al fin y al cabo… ¿quién es uno para dictar cátedra sobre los desánimos y las formas de sobreponerse a ellos?
Hace pocos días falleció el entonces ministro del Interior, Jorge Larrañaga, para todos conocido por su apodo de “El Guapo”. No cruzamos con él más de unas pocas palabras en un par de ocasiones y decir que tenemos alguna amistad en común es casi equivalente a decir que somos uruguayos. Por ende, a la persona sólo puedo decir que no la conocía y, además, ante el fallecimiento de un ser humano, el silencioso respeto suele ser la mejor reacción.
Al dirigente político, hombre públicamente expuesto durante más de dos décadas, por supuesto lo conocimos, y discrepamos en muchísimas más ocasiones de las que coincidimos, particularmente en el último lustro, cuando hizo de la Seguridad su tema preferente y recurrente. No compartimos su posicionamiento en el tema como opositor, no compartimos la reforma constitucional que promovió, no compartimos el tinte de performance mediática que imprimió al accionar policial como ministro, no compartimos para nada algunos excesos en los que ese mismo accionar incurrió. Incluso aquí nomás, en Santa Isabel, en Rocha.
No compartimos, ni compartiremos nunca, esa visión por la cual la parca santifica a quien toca, no nos parece ni republicana ni tan siquiera humana. Al que se va no se le hace ningún homenaje idealizándolo o adjudicándole virtudes que uno no le concedía en vida. Tampoco, obviamente, corresponde demonizarlo y hurgar en lo que a nadie le compete. No es ni sano ni digno atacar a quien ya no se puede defender, pero cabe decir que cubrir toda la memoria bajo un impoluto manto de santidad o es un acto de hipocresía o es privar a la persona concreta del verdadero legado que puede haber dejado, con los matices de apreciación que despierta en los unos y los otros. O, peor aún, es hacer uso de su figura póstuma con fines mezquinos, lo cual cabe más bien incluir en el terreno de las miserias humanas. Al que se va, lo debe llorar y elogiar quien lo quería y/o admiraba, lo debe respetar toda persona, pero ante todo se lo debe dejar descansar en paz y no usarlo para sumar puntos en cuentas de otros. Algo así suena a principio básico de convivencia.
Pero hoy en el Uruguay vivimos una singular dualidad, la de quién nos gobierna y resuelve las acciones medulares (económicas, de vinculación internacional, etc.) a emprender, y la de quien resuelve qué y cómo se comunica para apoyar las decisiones centrales, atenuar o disimular sus impactos.
Nos gobierna una selecta minoría de grandes agroexportadores, especuladores financieros e inmobiliarios, agentes de grandes corporaciones.
Nos comunican lo que pasa un aparato publicitario y los medios hegemónicos que ponen obsesiva atención en insólitos detalles, haciendo a veces confundir lo sublime, lo relevante, lo anecdótico y la pavada de mal gusto.
El real núcleo de gobierno impulsó la LUC, el Estado ya sea policial, ausente o en retirada, el flagrante ataque a los derechos laborales. El aparato publicitario a su servicio, que es básicamente al que dedica su tiempo el propio presidente de la República, ha visto un verdadero derroche de energías tras el desgraciado fallecimiento del Dr. Larrañaga. Tal derroche, que hasta han debido auto cuestionarse algunas patinadas.
Como el Dr. Larrañaga hiciera suya la frase de “Hay orden de no aflojar”, se pintó dicha frase con sus iniciales, en una sede policial. Más allá de la autoría, no parece ni prudente ni sensato el homenaje inmediato en las paredes de un edificio estatal. Por algo la figuración en el nomenclátor (nombres de calles y espacios públicos, etc.) exige un prudente plazo de análisis tras la desaparición física de cualquier personaje público. Pero, además, la cosa no quedó por ahí, hubo “espontáneas” manifestaciones de saludo al extinto ministro por parte de patrulleros abriendo sirenas, de helicópteros, hubo una operación de incautación de drogas denominada “Guapo”, etc. Si la Policía, una institución jerárquica, actúa con espontaneidad, o bien el superior o el subordinado están en falta, elemental constatación. Si un helicóptero, espontáneamente homenajea, con fondos que pagamos todos, quienes deseamos o no ese homenaje, cabe preguntar dónde está la sujeción al mando y al espíritu republicano.
Ha sido tan grosero, que el nuevo ministro Luis Alberto Heber y el presidente Lacalle Pou luego, han debido cuestionar abiertamente la pintada de la frase en la sede policial.
Mientras tanto, en algún lugar distante de la galaxia multicolor, se reprime a docentes por tomarse fotos fuera de ámbitos de trabajo, se prohíben contenidos en carteleras gremiales, se censuran contenidos en tapabocas, se deja sin trabajo a docentes díscolos o cuyos pensamientos o actitudes no encajen con los de la autoridad.
Versión revisitada del republicanismo: si las instituciones del Estado pintan en sus fachadas frases, usan recursos móviles y sonoros y hasta el nombre de sus operativos para homenajear a un dirigente político fallecido, es perfecto ejercicio de republicanismo. Pero si trabajadores, docentes, estudiantes, militantes sociales en general, expresan opiniones a contrapelo del gobierno, es violación a la laicidad. Pero, además, desde el Partido Colorado, que instalara en cada departamento un destacamento militar para reprimir los ánimos levantiscos de los blancos de Aparicio (el de veras), se propone formar una Santa Inquisición de la Laicidad.
Esta derecha que nos gobierna no es nociva sólo por ser derecha sino por ser neoliberal. El neoliberalismo es uno de los fundamentalismos con más víctimas en el mundo actual y con menos denuncias; es una las grandes fuentes inspiradoras de terrorismo puro y duro, de Estado y de coordinación global de Estados. No queda nada claro si se puede decir eso públicamente en cualquier micrófono de los medios del país o ante la DW, la BBC, o casi cualquiera que diga algo incómodo para los cernidores de los mensajes públicos.
Gobierna una derecha que de republicana tiene poco, salvo la Guardia, la que pretende ordenar no aflojar. Amalaya.