No podemos mirar para el costado

No dejemos de hablar sobre Palestina, no dejemos de hablar sobre la verdad. 

Por Pepper Potts.

“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”; Antonio Gramsci.

En un mundo donde la impunidad se vuelve regla y la verdad es arrasada por discursos de odio, decir las cosas como son se vuelve un acto de valentía. Como lo hizo Francesca Albanese, Relatora Especial de Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados. Su último informe (A/HRC/59/23), presentado ante el Consejo de Derechos Humanos, es un nuevo llamado a no mirar para otro lado, a no dejar de hablar de Palestina.

El documento de 39 páginas es una denuncia firme, clara, con base en el derecho internacional, contra el Estado de Israel por crímenes que, según la relatora, configuran un patrón sistemático que podría constituir genocidio. Lo respalda con pruebas, con testimonios, con números, con hechos que desgarran. Es una ofensiva total sobre un pueblo sitiado, empobrecido y que lleva décadas resistiendo.

Desde el 7 de octubre de 2023, cuando se produjo el ataque del grupo terrorista Hamas al sur de Israel, el gobierno israelí desató una ofensiva brutal sobre la Franja de Gaza. Pero lo que vino después no fue una respuesta militar común. Fue un castigo colectivo. Un intento deliberado de destruir las condiciones mínimas para la vida de más de dos millones de personas, en su mayoría mujeres, niñas y niños. Albanese detalla como el hambre se volvió arma de guerra. Como se bloqueó la entrada de ayuda humanitaria. Como se bombardeó infraestructura sanitaria, escuelas, hospitales, centros de refugio. Como se ejecutaron ataques indiscriminados contra civiles, periodistas, personal médico y trabajadores humanitarios.

El informe también señala responsabilidades más allá de Israel. Porque esta masacre no sería posible sin el apoyo político, financiero y militar de potencias como Estados Unidos, Reino Unido o la Unión Europea. Y tampoco sin la complicidad de decenas de empresas, muchas de ellas multinacionales, que sostienen con tecnología, cemento, seguridad y financiamiento el aparato de ocupación y colonización.

Más de sesenta compañías (incluidas gigantes de la infraestructura, de la construcción y de la vigilancia digital) están implicadas en la expansión de asentamientos ilegales en Cisjordania y Jerusalén Este. Esas empresas, a través de contratos y servicios, facilitan el despojo territorial, las demoliciones de viviendas y la segregación del pueblo palestino.

Pero no se trata solo de tierra. Se trata también de recursos naturales y del derecho a una economía propia. El informe denuncia cómo Israel controla el acceso al agua, la tierra cultivable, los minerales. Impide el desarrollo agrícola e industrial palestino. Bloquea las exportaciones. Condiciona el trabajo. Genera pobreza deliberadamente. Busca, con estas herramientas, vaciar Palestina no solo de su pueblo, sino también de su sustento, de su posibilidad de futuro.

Albanese habla de una “economía del genocidio”. Y tiene razón. Porque lo que empezó como ocupación se transformó en un modelo de negocios. Desde principios del siglo XX, entidades como el Fondo Nacional Judío impulsaron la compra de tierras y la expulsión progresiva del pueblo palestino. Hoy, ese proceso continúa con otros nombres, con empresas que invierten, aseguran, comercializan o investigan en función de un objetivo común: sostener una estructura colonial que expulsa, borra y reemplaza.

Incluso el conocimiento científico está implicado. El informe detalla cómo universidades israelíes (y también convenios académicos internacionales) han colaborado con el desarrollo de armas, sistemas de vigilancia y discursos que legitiman el apartheid. La neutralidad académica, dice Albanese, muchas veces funciona como una cortina de humo para ocultar el horror.

Después de octubre de 2023, toda esa estructura (económica, tecnológica, diplomática) se activó con una intensidad aún mayor. Lo que antes era ocupación ahora es exterminio. La maquinaria del despojo se convirtió en la maquinaria de la masacre. La relatora lo llama por su nombre: genocidio. Porque la intención no es solo ocupar un territorio. Es hacer desaparecer a un pueblo entero.

Y acá no se trata solo de un conflicto lejano. Se trata del lugar que ocupamos como sociedad. Se trata de si vamos a seguir hablando de derechos humanos como principio universal, o solo cuando conviene o cuando es fácil. Se trata de si vamos a seguir mirando para el costado cuando lo que ocurre en Gaza es un crimen contra la humanidad. Se trata de si aceptamos que las empresas que lucran con esta situación sigan siendo tratadas como parte “normal” de la economía global. Se trata, en definitiva, de entender para qué sirve la “justicia internacional”.

Informe completo desde el sitio oficial del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos:
https://www.ohchr.org/sites/default/files/documents/hrbodies/hrcouncil/sessions-regular/session59/advance-version/a-hrc-59-23-aev.pdf

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