Por Gonzalo Perera
Milton Friedman fue uno de los impulsores de la llamada “escuela de Chicago”, de la cual egresó el neoliberalismo en su versión más pura y dura. Bien lo sabemos en el Cono Sur, cuando durante las dictaduras los conductores de las economías de nuestros países eran todos “Chicago Boys”, como Alejandro Végh Villegas en Uruguay, José Martínez de Hoz en Argentina o Hernán Büchi en Chile.
Los efectos de esa doctrina económica no los conocimos, los padecimos.
Si tuviéramos que pensar en una imagen que sintetizara lo mejor de la cultura republicana en el Uruguay, muy probablemente la gran mayoría de nosotros pensaría en un grupito de gurises de distintos colores de piel, pelo, peinados, alturas, etc., compartiendo un aula, todos de túnica blanca y moña azul. La escuela Vareliana, laica, gratuita y obligatoria, es sin duda la raíz de un Uruguay que separó tempranamente la Iglesia del Estado, que construyó una sociedad democrática, obviamente atravesada por la lucha de clases, pero donde muchos valores progresistas permearon en muy variados sectores de la sociedad.
Las crisis son oportunidades, se suele decir. Vaya si será así en nuestros días en el Uruguay. El presidente Lacalle Pou permanece en la más absoluta inacción (o acciones desatinadas) para enfrentar tanto la explosión de contagios y muertes por COVID-19, como la enorme crisis social y económica que crece día a día, por lo cual muchas veces uno se pregunta cómo es posible ser tan impermeable a toda opinión o visión ajena, o tan lejano a una visión medianamente clara de la realidad. Pero quizás, al hacer esa pregunta, olvidamos que esta crisis (sanitaria, social, económica) el gobierno puede estarla utilizando como una oportunidad, en varios sentidos.
En particular, que el gobierno esté usando la presente crisis para trasformar radicalmente las bases de la sociedad uruguaya en el sentido más regresivo y conservador. Por eso su actitud no es la de un gobierno omiso, sino algo más serio y complejo: es la de un gobierno que capitaliza la desgracia para impulsar un proyecto reaccionario.
Tomemos por ejemplo la separación de la Iglesia del Estado. Recién asumido, el presidente y muchos de sus principales colaboradores y aliados concurrieron a una ceremonia religiosa pluriconfesional en la catedral de Montevideo. En su momento calificamos ese acto de violación a la laicidad, pues no es el presidente de los seguidores de las religiones allí presentes, ni siquiera de los creyentes en todas las religiones, sino de toda la República Oriental del Uruguay, donde un porcentaje muy significativo de la población no adhiere a ninguna religión. Pero nos quedamos cortos, era un aviso. Una advertencia al navegante. Si comienza a cundir el hambre, el Estado recorta sus políticas sociales y una iglesia ofrece comida en un barrio donde muchos vecinos la pasan muy mal, es lógico y natural que esos vecinos acudan a recibir alimentación. No es humano pedirle a una persona que pasa hambre que rechace un plato de comida caliente en invierno porque se lo brinda una corriente confesional, bastante jodido es que la barriga esté vacía como para andar agregando cargas o culpas. Lógicamente, es muy probable que entre quienes capearon el hambre todo un invierno comiendo gracias al sacerdote X o pastor Y, luego, aunque más no sea por gratitud, se acerquen, vean con simpatía a quien lo amparó, y no pocos se hagan sus seguidores. Resulta entonces de la acción combinada del retiro del Estado en el plano social y de la crisis el crecimiento de la adhesión a las corrientes religiosas que desarrollan actividades asistencialistas. Una tremenda patada de atrás a la separación de Iglesia y Estado: el Estado le acarrea seguidores a algunas religiones.
Teniendo este ejemplo en mente, es más sencillo presentar la tesis que queremos compartir. Si la escuela Vareliana es el punto de apoyo, la piedra angular del Uruguay democrático y progresista, para instalar un modelo profundamente conservador y reaccionario en el Uruguay es obvio que hay que golpear allí.
No es un ejercicio de imaginación, sino de memoria. La dictadura golpeó de manera brutal la Enseñanza en todos sus niveles. La persecución de los mejores docentes (en realidad de todo docente crítico) y la ocupación de cargos docentes por seguidores de la dictadura sin formación alguna, fueron el núcleo de ese ataque devastador. Pero, si se afina la memoria, se recordará que algunos docentes eran expulsados de la Enseñanza Pública, pero se les permitía trabajar en la privada. Por ende, en todo el país, se generó desde el poder un incremento del prestigio de las instituciones privadas de Enseñanza, pues algunas de ellas contaban con docentes debidamente preparados que no podían trabajar en las instituciones públicas. Así, muchos padres que no practicaban religión alguna, pero preocupados por brindar a sus hijos la mejor educación posible, se deslomaban para poder mandarlos a un colegio privado, por la convicción (aunque en algunos casos no fuera cierto) de que allí encontrarían un mejor plantel docente y una mejor atención, pues desde el gobierno se había transmitido esa señal. Obviamente, muchos de esos hijos de padres no religiosos, por la educación que recibieron en su colegio, se hicieron practicantes de alguna religión. Pero, además, se desprestigió (no siempre de manera fundada) la Educación Pública frente a la privada y el prejuicio persistió por décadas. Si Varela lo hubiera visto……
Actualmente, ante la prolongación de la no presencialidad en la Enseñanza, se anunció desde la ANEP que la asistencia virtual debe ser obligatoria o debidamente justificada la inasistencia. No queda claro que es una justificación debida, pero para este análisis poco importa.
No es cierto que todos los uruguayos estemos conectados a Internet, es un mito. Que la penetración de Internet en Uruguay es, gracias a la gran infraestructura y a los trabajadores de ANTEL, la más alta de la región, nadie lo duda. Pero no todo el mundo accede a Internet. Por restricciones socioeconómicas o geográficas, hay quienes no acceden. Además, entre quienes acceden, no todos pueden hacerlo con una calidad de conexión que permita seguir clases virtuales, pues eso cuesta una plata que no tienen. Esa situación se torna misión imposible en el caso de hogares donde conviven varios menores de distintas edades, que compiten por la misma conexión para seguir distintos cursos, requiriendo por lo tanto mayor capacidad de tráfico de datos. Por ende, a ese sector de la población, el más jodido para hablar sin eufemismos, la obligatoriedad es imposible. Claro está, dirá el gobierno, pueden aducir su problemática como una “justificación debida”. Bárbaro, pero la formación de los gurises se resentirá y quedará rezagada respecto a su generación, y en ciertas alturas de la formación, los rezagos son irrecuperables. Ergo: el hijo del más jodido estará más jodido aún, mientras que, en los hogares con más recursos, no habrá problema alguno. Las distancias entre las capacidades de enfrentar la vida de las clases privilegiadas y las más oprimidas crecen, se hacen astronómicas. Que los opinólogos funcionales se ofendan, pero eso es aumentar “la grieta”.
El gobierno está integrado por gente con poca adhesión a la laicidad, nula a la gratuidad y que la obligatoriedad la usa contra la gratuidad y para aumentar las diferencias de clase.
No es desidia ni omisión, es reemplazar en nuestra raíz, a Varela por Milton Friedman.