Por Gonzalo Perera
Nunca, absolutamente nunca, había demorado tanto en escribir una nota en EL POPULAR tras haberme dispuesto a hacerlo. Es que aunque escriba opiniones, pretendo hacerlo a partir de informaciones medianamente sólidas. Porque las opiniones siempre son discutibles, pero si se basan en información endeble, se vuelven más bien descartables.
Por ende, queriendo emitir una opinión política sobre la situación nacional, en particular la situación actual de la Covid-19, resultaba imprescindible tratar de clarificar cuál era la situación del Uruguay respecto a su plan de vacunación, y en particular, a su programa de adquisición de vacunas.
Fue así que me encontré con una especie de comedia de enredos, donde cada día lo que era firme no lo era, al otro volvía a serlo, para el siguiente no era ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario. No estoy bromeando: el presidente anunció solemnemente que Uruguay había cerrado acuerdo directo con casas matrices para recibir una cantidad muy precisa e importante de vacunas de los laboratorios Pfizer y Sinovac.
A los pocos días, el Director del Instituto Butantan de San Pablo, que actúa como brazo operativo de Sinovac en América Latina, niega que haya acuerdo con Uruguay, apenas negociaciones. Al día siguiente un ofuscado presidente en conferencia de prensa dice que sí hay acuerdo con Sinovac, pero no a través de la casa matriz, sino a través de un representante comercial autorizado, un intermediario.
Poco tiempo después, sin mencionar países ni casos específicos, Sinovac denuncia en un comunicado la existencia de falsos representantes comerciales que invocan su nombre en vano. El mismo día, pocas horas después, el Director del Instituto Butantan afirma que Uruguay y Costa Roca sostienen negociaciones directas con Sinovac. Días después se dan conocer contactos directos entre el gobierno nacional y el gobierno chino por este tema. En una línea paralela, mientras el ministro Salinas sigue insistiendo con el recurso a COVAX, el sistema internacional de adquisición más equitativo de vacunas que pretendía evitar lo inevitable (que los países más ricos compraran por la propia grandes cantidades de dosis de vacunas), el presidente lo ignoraba.
Cuando Salinas veía con buenos ojos la Sputnik V, el presidente lo ignoraba.
Por cierto, cuando el presidente argentino Alberto Fernández ofreció a Uruguay y Bolivia acceso a la Sputnik V, Bolivia hizo lo lógico y empezó a vacunar, mientras el presidente del Uruguay….lo ignoró. Nuestro presidente ratificaba además tener segura la disponibilidad de las dosis anunciadas de las vacunas de Pfizer mientras la Unión Europea entera presentaba sendos reclamos por incumplimientos en cantidades y plazos. Si algo faltara para terminar de enredar la piola, parece haber resucitado el mecanismo COVAX para hacer llegar a Uruguay…la vacuna de Astra Zeneca (llamada “de Oxford”).
Honestamente querido lector, habiendo puesto el mayor de los esfuerzos en entender algo de todo este sainete confieso no tener la menor idea si Uruguay tiene asegurada vacunas o no, cuáles serán, ni cuándo estarán disponibles.
Deseo que sean las mejores posibles y que estén los más pronto posible, obviamente, pero realmente no entiendo absolutamente nada sobre dónde estamos parados.
Entiendo que el gobierno anunciando cuántas vacunas dará por mes, en qué locales vacunará, etc., sin tener nada firme sobre la vacuna aún, hace pensar no sólo en que no hay que vender la piel del oso antes cazarlo, sino que no hay que elegir en que rincón de la casa se colocará como alfombra la piel del oso antes de cazarlo.
Entiendo que entre Salinas (más bien Manini, seguramente) y el presidente hay un tironeo bastante poco disimulado sobre un tema donde no sólo el gobierno debería actuar unido, sino debería haber aceptado el gran acuerdo nacional que se le propuso.
Pero a todo esto, un tema nada menor, que debería considerarse más seriamente, es que no sólo por encuestas, sino por varias fuentes de información, al día de hoy se estima que, dado que la vacunación sería voluntaria, no más de un 55% se vacunaría. Y para producir el efecto de inmunidad poblacional, se calcula que una vacunación debería cubrir como mínimo al 70% de la población. O sea, si éste porcentaje de vacunados no es muy superior (15% del Uruguay, la diferencia entre 55% y 70%, es medio millón de personas), se puede haber hecho un esfuerzo muy grande, una erogación muy grande, no sólo para nutrir las cuentas de los laboratorios (que de todas maneras amasarán fortunas en todo el mundo), sino para cubrir toda la cadena logística, para, en definitiva, al fin de cuentas, seguir con el virus en estado de circulación comunitaria.
Alguno de los coordinadores del GACH, Grupo Asesor Científico Honorario del gobierno (no del Estado, detalle nada menor, lo cual en los últimos días generó otro capítulo de roces y hasta renuncias en su seno) ha dicho que amén de publicitar las ventajas de la vacunación, confía en que a medida que la gente vea a los demás vacunarse, pierda el miedo y se vacune. Esta frase que debería comenzar con “si tenemos suerte”, suena a cualquier cosa, menos a un plan.
Pero se agregó como argumento el recurso a la solidaridad: si uno se vacuna protege a los demás. Ahora bien, otro de los coordinadores (el Dr. Cohen, para ser más precisos) admitió que la vacunación protege a la persona que es alcanzada por el virus, inhibiendo el desarrollo de la enfermedad Covid-19, pero que no existe evidencia sobre que el vacunado no pueda retransmitir el virus a otras personas y contagiar. Razón por la cual, tal como pasa en todo el mundo que ya viene vacunando hace un tiempo, se mantiene el uso de tapabocas, etc., aún en personas vacunadas. O sea, que el argumento solidario parece un poco liviano.
Reitero una y mil veces que deseo lo mejor para el país, para todos, que todo salga bien y lo antes posible. Entiendo que manejar un pandemia que golpea a todo el mundo al mismo tiempo no es ninguna pavada. Pero tengo la sensación de estar frente a un nivel de improvisación, de parece que sí pero no, de asesoramientos que no se entienden, de asesores del gobierno que recomiendan reducir movilidad mientras el gobierno los ignora y la aumenta, de actitudes de arrogancia y falta de aceptación de los ofrecimientos de ayuda, de pataditas bajo la mesa entre los propios integrantes del gobierno, que supera mi capacidad de asombro.
Los números oficiales sugieren que la ola de contagios que se crispara en octubre parecería estarse calmando, y se impone usar el condicional porque ya sabemos lo que puede significar cantar victoria antes de tiempo. Porque olas como esa se llevan mucho, demasiado.
Concretamente, hay un número que rompe los ojos. Desde el 13 de marzo hasta el 31 de diciembre, fallecieron por la pandemia 181 personas. Durante el mes de enero, fallecieron 255 personas. En un mes, la ola se llevó mucho más vidas que en ochos meses y medio previos.
Si no terminamos de entender que esto no debe ser materia para UNA manera de enfrentar los problemas sino para UNIR las fuerzas que pueden enfrentar los problemas, está difícil.
Si el presidente o sus allegados, se distraen con cómo puede incidir en sus índices de aprobación pública el lograr solitariamente “vencer a las Matemáticas”(sic) en lugar de buscar razonablemente una manera sensata, ordenada y lo más consensuada posible de salir del brete, estamos mal.
Porque cuando esta ola pase, y esperemos que no haya otras, no habrá sino empezado el desafío. Cómo hace una administración dogmáticamente neoliberal e incapaz de aceptar acuerdos para levantar un país pauperizado en medio de un mundo convulsionado y malherido. El contador Enrique Iglesias, no sospechable de comunismo, ha declarado que solamente un plan de inversión pública dinamizador de la Economía puede ser la salida a un contexto mundial como éste.
Entenderá querido lector, porqué demoré tanto en escribir esta nota.
Porque por momentos, sinceramente, no puedo creer lo que está pasando y porque me temo que mientras desde el gobierno se sigue apostando al malla oro y a ser el héroe solitario, el país real, el de los trabajadores y sectores populares, está quedando lisa y llanamente en el olvido del gobierno, apretando los dientes, unido en el dolor, unido en la dignidad de las ollas compartidas, de las reivindicaciones que no ceden, pero sabiendo que vendrán tiempos muy difíciles.
Tarde o temprano, los pueblos salen adelante y los que los pauperizan suelen pasar al olvido. La pregunta es a qué costo…