¿Cómo te hace sentir la basura en tu barrio?

Pablo Da Rocha (*) 

Desde hace un tiempo, estamos intentando conectar a la economía desde otros puntos de vista menos notorios. En general cuando al ciudadano de a pie le mencionan la palabra “economía” piensa en inflación, déficit fiscal, o desempleo; lo cual está bien. Pero no se debería perder de vista que la disciplina económica (o teoría) persigue fines y cometidos sociales, por lo tanto, nada de lo humano, le es ajeno. De modo, cuando hablamos de empleo o salario, hablamos de economía, pero también cuando hablamos de seguridad o violencia, o incluso como hoy, cuando hablamos de la basura. Intentamos contribuir desde otra perspectiva, pero que en el fondo sigue siendo la misma, mejorar el bienestar de las personas.

Desigualdad

Si vives en un barrio popular, seguramente has visto cómo la basura se acumula en las esquinas, en terrenos baldíos o incluso cerca de tu casa. ¿Cómo te hace sentir eso? Indignación, frustración, impotencia… Esas montañas de desechos no solo afectan la estética del lugar que llamamos barrio, sino que son un recordatorio diario de cómo la desigualdad se manifiesta en nuestra vida cotidiana. No es casualidad que las zonas más afectadas por la acumulación de basura sean también las que sufren más pobreza y exclusión. La basura en nuestros barrios no solo huele mal; es un síntoma de un sistema que nos deja de lado y que necesita un cambio profundo.

En las ciudades de los países más desiguales, la basura no es solo un problema ambiental, sino también un reflejo palpable de la desigualdad económica y social que sufren millones de personas. Los barrios pobres, donde la mayoría de los trabajadores y sus familias viven, se ven especialmente afectados por la acumulación de desperdicios, la falta de recolección adecuada y la contaminación. Esta realidad, lejos de ser casual, está profundamente arraigada en las políticas públicas ineficientes y en la distribución desigual de los recursos. Se trata de un problema mucho más profundo, íntimamente relacionado con un modelo de acumulación. La basura (entre otras cosas) es apenas una manifestación coyuntural de un problema estructural.

Según el informe “What a Waste 2.0” del Banco Mundial, los países de ingresos bajos y medios enfrentan mayores desafíos en la gestión de residuos. La falta de infraestructura adecuada y la escasa inversión en servicios básicos como la recolección de basura son parte de un círculo vicioso que perpetúa la desigualdad. 

En América Latina y el Caribe, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), las personas que viven en barrios marginados son las más vulnerables a los efectos de la mala gestión de residuos. Sin acceso a servicios municipales adecuados, estos barrios se convierten en vertederos informales, donde la basura se amontona y se convierte en una amenaza diaria para la salud y el bienestar de quienes allí residen. Este problema es tanto un síntoma como una causa de la pobreza y la exclusión social: los basurales en los barrios son una manifestación física de la desigualdad.

La evidencia es clara: los países con altos niveles de desigualdad económica presentan una gestión de residuos insuficiente, que perpetúa condiciones insalubres y afecta principalmente a los sectores populares. Existe infinidad de casos en el mundo, que se agudizan en función al grado de desarrollo, o profundización del capitalismo extractivista. Un ejemplo relevante de América Latina es el caso de Lima, Perú, una ciudad donde la desigualdad y la mala gestión de residuos están estrechamente conectadas, especialmente en los barrios más pobres de la periferia. 

En estas áreas, que concentran a miles de familias trabajadoras, la basura no se recoge con la misma frecuencia ni eficiencia que en los distritos más acomodados, perpetuando un ciclo de exclusión y precariedad. 

Este caso muestra cómo las políticas públicas insuficientes y la falta de inversión en infraestructura afectan desproporcionadamente a los sectores populares, agravando la desigualdad y perpetuando condiciones insalubres. Lima, como muchas otras ciudades de América Latina, necesita un enfoque integral que no solo mejore la gestión de residuos, sino que también ataque las raíces de la pobreza y la exclusión social que marcan a estos barrios.

Para enfrentar este problema desde la raíz, es fundamental diseñar políticas públicas que no solo se enfoquen en mejorar la gestión de residuos, sino que también aborden las causas estructurales de la desigualdad. No se trata solo de recoger la basura, sino de cambiar la manera en que los recursos se distribuyen y se gestionan, promoviendo la inclusión social y la dignidad para todos. Existe algo más que una política en torno a la basura, se trata de una nueva forma de abordarla, de entenderla, no deja de ser cultural.

No hay duda, y parece ser siempre la respuesta a los reclamos ciudadanos: fortalecer la infraestructura de gestión de residuos en las áreas más vulnerables. Lo cual, implica no solo aumentar la frecuencia de recolección, sino también proporcionar contenedores adecuados y asegurar que los servicios lleguen a todos los rincones de la ciudad, incluyendo los barrios populares que históricamente han sido ignorados por las políticas públicas. Pero ¿es suficiente? Encarar exclusivamente de esta forma el problema, es casi, como matar al perro porque tiene rabia.

Porque no basta con mejorar los servicios de recolección; también es esencial integrar a los trabajadores informales del reciclaje en el sistema formal. Estos trabajadores, muchas veces invisibles y sin derechos, son la primera línea de defensa contra la acumulación de basura. Formalizar su labor, brindándoles apoyo, capacitación y acceso a equipos, no solo mejoraría las tasas de reciclaje, sino que también generaría empleo digno y reduciría la pobreza.

La educación y la concienciación también juegan un papel fundamental. En los barrios de bajos ingresos, las campañas educativas pueden empoderar a las comunidades para gestionar sus residuos de manera más efectiva, reduciendo la contaminación y mejorando las condiciones de vida. Estos programas deben diseñarse con la participación activa de los vecinos, para que respondan a sus necesidades y realidades cotidianas. Respondería a varios planteos desde varios colectivos y diversos enfoques.

Es imperativo reorientar los recursos públicos hacia la mejora de los servicios básicos en las zonas más desfavorecidas. Esto incluye desde la gestión de residuos hasta el acceso a agua potable y saneamiento. La creación de zonas verdes y espacios de recreación también puede transformar los barrios, mejorando no solo el entorno físico, sino también la salud mental y el bienestar de sus habitantes. Pero esta labor, no es exclusiva del gobierno departamental, de hecho, lo trasciende. De algún modo y sin perjuicio a las necesidades de políticas públicas nacionales con fondos presupuestales que aborden el problema de raíz, sus factores causales y su incidencia cultural, se requiere de un compromiso mayor de todos y todas.

La basura en los barrios populares no es solo un problema de limpieza; es una manifestación de una desigualdad que se ha enquistado en nuestras sociedades. Abordar este desafío requiere una respuesta integral, que ponga a los trabajadores y sus familias en el centro, y que promueva una gestión de residuos justa y equitativa. La lucha por barrios más limpios es, en última instancia, una lucha por un futuro más justo, donde la dignidad y la calidad de vida no sean privilegios de unos pocos, sino derechos de todos y todas.

Desde el gobierno de Montevideo, se han entendido profundamente las preocupaciones de los ciudadanos respecto a la recolección de residuos y la acumulación de basura en nuestras calles y barrios. Se ha trabajado incansablemente para mejorar los servicios y garantizar que la ciudad esté más limpia y ordenada. En los últimos años, se ha incrementado la frecuencia de la recolección en los barrios más afectados, se han instalado nuevos contenedores, modernizado la flota de camiones y fortalecido los servicios de limpieza en puntos críticos. Además, se han impulsado campañas de concientización para promover una mejor gestión de los residuos a nivel domiciliario.

Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, la realidad es que los problemas de acumulación de basura no se explican únicamente por cuestiones de gestión departamental. La basura que vemos en nuestras calles es solo la punta del iceberg de un problema mucho más profundo, que tiene sus raíces en la desigualdad y la pobreza estructural que afectan a nuestro país. La falta de servicios adecuados en los barrios más vulnerables no es una simple cuestión de recoger más basura o mejorar la logística; es un reflejo de cómo las políticas nacionales no logran atacar las causas estructurales del problema.

El desafío de la basura en la capital, y seguramente del resto del territorio está estrechamente vinculado a la exclusión social, la informalidad laboral y la falta de oportunidades. Muchas de las personas que viven en nuestros barrios más afectados también son quienes menos acceso tienen a servicios públicos básicos. Esto no es solo un fallo de gestión, sino un indicativo de que necesitamos políticas transversales y nacionales que aborden la pobreza y la desigualdad de manera integral.

Desde nuestro lugar, hemos propuesto y seguimos impulsando la formalización de recicladores informales, el apoyo a cooperativas de reciclaje, y la creación de programas de empleo verde que puedan brindar oportunidades dignas a quienes históricamente han sido invisibles para el sistema. Pero estas medidas, por sí solas, no son suficientes sin un respaldo fuerte y decidido a nivel nacional que redistribuya recursos y promueva la equidad.

Para avanzar más allá de la limpieza de nuestras calles, necesitamos una estrategia nacional que contemple la inclusión social y económica de los sectores más desfavorecidos, que garantice un acceso igualitario a servicios y que promueva la justicia social. Solo con políticas coordinadas y un compromiso real de todos los niveles de gobierno podremos transformar nuestras ciudades y, con ello, la vida de quienes en ellas habitan.

Estamos convencidos de que una ciudad más limpia y justa es posible, pero requiere un esfuerzo compartido y una visión que vaya más allá de la simple recolección de residuos, tocando las fibras de las desigualdades estructurales que tanto daño han causado a nuestras comunidades. Por eso, seguimos comprometidos y trabajando para que el cambio no solo se vea, sino que también se sienta en la vida de cada vecino y vecina.

(*) Economista

Foto

Basura en un arroyo de Montevideo. Foto: Javier Calvelo/ adhocFOTOS.

Compartí este artículo
Temas