Rolando Arbesún
La “entrevista”, previamente anunciada con bombos y platillos, realizada por la periodista Patricia Martín del programa televisivo del canal 4 “Santo y seña” y que fuera emitida el pasado domingo acaparó la atención de muchos de nuestros conciudadanos.
De la misma no emergieron datos significativos que permitan “enlazarla” al llamado “Caso Marset”, más que una indagación del accionar delictivo internacional del narcotraficante uruguayo, todos presenciaron una humorada capaz de competir con la más edulcorada telenovela que podamos imaginar.
La base de sustentabilidad de la credibilidad de la misma no se correspondió con los contenidos emergentes del “intercambio” entre la periodista de marras y el delincuente uruguayo, sino en el “supuesto” esquema de seguridad y secretismo bajo el cual se afirma se coordinó el encuentro.
Aviones, helicópteros, camionetas, autos, selva y cortinas fueron la escenografía perfecta de un guión armado para darle a lo que allí sucedió esos aires “telenovelescos” al que nos tienen acostumbrados los culebrones de las series o telenovelas latinoamericanas, en ese seguidismo histórico y colonizador presente a lo largo de su historia.
Todas las expresiones y palabras empleadas en el intercambio, al menos por parte de la periodista estuvieron dirigidos a presentar a tan peligroso delincuente como poco menos que “un buen padre de familia”.
Si alguien dudara de este detalle alcanzaría con que se dedique a explorar los conjuntos de adjetivaciones positivas y neutras usados por la periodista en el intercambio con Marset.
Como es lógico, a cualquiera que le sirvan “ese plato”, la cosa le suena a fiesta y Marset, en su lógica racionalidad capitalística no hizo otra cosa que aprovecharlo.
A fin de cuentas todo se “alineó” para dejarnos una imagen que por momentos sonaba a “trucha” debido a su efecto nemotécnico que, una vez si y otra también, retrotraía a los momentos más publicitados de Pablo Escobar en Colombia, o del Chapo Guzmán en México.
Y es que, del mismo modo que en esos tiempos pulularon los vallenatos y narcocorridos, en los momentos actuales, pululan los folletines televisivos y si lo dudan, revisen la larga lista de Netflix donde los más connotados criminales dedicados al narcotráfico, la desaparición de personas y los sembradores de muerte son poco menos que aclamados sin pudor y sin vergüenza.
Policialmente, la “entrevista” no aportó nada que no se sepa, Marset está prófugo y a imagen y semejanza de los antecesores del narcotráfico en América Latina, intenta con este tipo de movimiento, explorar cuál sería la mejor salida.
No se trata, dejemos la ingenuidad al costado, de la salida de Marset del negocio del narcotráfico, sino de explorar cómo generar nuevas condiciones para mantener el mismo, toda vez que el esquema bajo el cual venía funcionando no solo se volvió más restrictivo, sino que hoy tiene limitaciones y obstáculos de alcances internacionales debido a los pedidos de extradición y las varias y coloridas alertas de Interpol en su contra.
La mejor definición política de la “entrevista” la proporcionó el ministro del Interior de Bolivia, Carlos del Castillo, cuando en momentos que se publicitaba la emisión de la misma, señaló que lo relevante era saber quién la había financiado y propiciado.
“¿Quién ha financiado esa entrevista? ¿Quiénes son los interesados? ¿A quiénes va a lavar la cara esa entrevista?”, preguntó el ministro boliviano que recordó además cómo había sido el accionar de la policía boliviana, quien había alterado de forma relevante las modalidades de acción del narcotraficante uruguayo.
No vamos a especular sobre los entretelones políticos de lo que, claramente, resulta ser una “operación mediática” en la que las ganancias se reparten entre un canal televisivo, muy bien pago por cierto por el actual gobierno y el narcotraficante uruguayo que recibe de la misma, a no dudarlo, una suerte de pago en “especies”: la de hacernos creer a todos que además de un “buen padre de familia” es un notable defensor de los mecanismos legales existentes, eso si, al igual que en los tiempos de Escobar y el Chapo, el límite a tanta veneración de la legalidad se llama “extradición”.
La historia ha demostrado que cuando este límite se equilibra en favor de la ley, la respuesta de los narcotraficantes siempre ha sido más fuego y más sangre.
Pero la historia también muestra que, tarde o temprano, ese juego emparentado con la “mosqueta”, también cae.
En todo esto lo importante no es saber cuánto mintieron los organizadores del “affaire” en su relato del encuentro. Acá lo realmente importante es ratificar que Sebastián Marset es un peligroso narcotraficante y, ya es historia sabida, que al nivel en que el mismo se mueve ello no es posible sin las complicidades políticas necesarias para recibir a cambio protecciones e impunidades.
Como suele decirse en las series y telenovelas, “esta historia continuará”.
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Control remoto. Foto: Pablo Vignali / adhocFOTOS.