UJC
En nuestro hemisferio todos los 21 de septiembre llega la primavera, eso es así al menos astronómicamente hablando, aunque el clima no siempre acompañe. Ese formalismo en el calendario no siempre llega de la misma forma, ha habido primaveras frías, calurosas y húmedas.
En la vida de la gente hay primaveras que vienen acompañadas de progreso, florecimiento de proyectos personales y colectivos; y también de las otras, primaveras que se parecen tanto al invierno que han pasado desapercibidas, años donde los desafíos se hacen especialmente duros.
Todos, en especial los que tienen más primaveras acumuladas, podrán recordar ejemplos de unas y otras. Sin embargo, en la primavera de 1920 floreció algo que se mantiene hasta hoy, atravesando años y estaciones de todo tipo. Veranos cálidos de conquistas y avances que quedaron registrados en las mejores páginas de la historia de nuestro país. También inviernos, especialmente crueles y fríos, que también quedaron registrados; inviernos de esos que hielan la piel, arrasan los campos y secan la tierra. Ni los veranos calurosos, ni los inviernos que quemaron lograron que nuestro Partido, florecido hace 104 años un 21 de septiembre de 1920, perdiera su vitalidad y perspectiva de futuro.
La historia tiene esas coincidencias que reflejan de forma mucho más clara lo que las formulaciones teóricas deben esforzarse por hacer comprensible; a veces, sin lograrlo del todo. Es que ese 21 de septiembre no se inventó un partido, haciendo tomar forma la elucubración de dirigentes y sesudos pensadores en un claustro. Tampoco es que apareció un partido, como un fenómeno imprevisible que irrumpió en nuestra historia, como consecuencia contingente y azarosa, casi un capricho de la historia. Ese 21 de septiembre floreció un Partido.
Nuestro partido fue sembrado muchos años antes, querer recoger toda la historia de su siembra seguro nos haga caer en insuficiencias, pero sin duda encontramos gran parte de ella en las luchas contra el colonialismo. Esas semillas que regaron estas tierras y las vecinas con lo mejor de las aspiraciones de soberanía, de fogones y democracia popular. Esas semillas de integración y reconocimiento recíproco entre criollos, indígenas, mestizos y zambos; con el principio claro de que en estas tierras nadie debía ser más que nadie. El horizonte plantado como estaca por el Artiguismo de la pública felicidad, y el reconocimiento como enemigo a todos aquellos que se oponen a ella. El camino claro de que mientras exista desigualdad, aquellos que se encuentran en la posición más jodida tienen que ser los más privilegiados por nuestras acciones.
Esa siembra fue abonada por las luchas de miles de trabajadores y obreros por condiciones de trabajo y vida digna en un país en crecimiento; por mujeres valientes que alzaban la voz para que se las reconociera política, económica y socialmente en pie de igualdad; por estudiantes que se organizaban para reclamar que la ciencia y la cultura estuvieran al servicio del desarrollo de la mayoría, organizando espacios de educación y reflexión crítica en las calles; de cientos de inmigrantes que llegaban corridos por la guerra en el «viejo continente» y traían en su piel, su corazón y su conciencia el rol reservado para los que menos tienen en un mundo organizado al servicio de los privilegios de los poderosos. El desgarro de sus vidas por la guerra entre imperios por sus colonias a comienzos del S.XX era el testimonió irrefutable de aquello que luego escribiría Atahualpa Yupanqui, «las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas».
El Partido germinó, al calor de los procesos de lucha y transformación que los distintos pueblos del mundo desarrollaban en otras latitudes; al calor de sus conquistas, de las noticias que llegaban en los barcos, se imprimían en periódicos, se pasaban de boca en boca o se gritaban arriba de un cajón de verdura en asambleas y actos improvisados. De los obreros que generaban formas alternativas de conducir y organizar el Estado, y los ejércitos que apuntaron sus armas contra el poder absolutista que mandaba a los trabajadores al frente de batalla a morir por intereses ajenos.
Todo eso floreció el 21 de septiembre de 1920 sintetizado en forma de partido, un partido que surgió como una necesidad de los trabajadores y trabajadoras uruguayas para continuar luchando en mejores condiciones, orientados a conquistar el poder y desplegarlo al servicio de hacer posible una vida que para todos valga la pena ser vivida. Un partido de los trabajadores, sin más ideología que la defensa de sus intereses y la denuncia de las formas de organización política, económica y social que oprime su libertad y vulnera sus derechos. Un partido para tomar el poder y «dar vuelta el tiempo como la taba», democratizándolo todo para hacer democrática la felicidad.
Ese partido que floreció hace 104 años, creció enredado en la historia de las y los uruguayos y su derrotero. Sus avances y conquistas, sus retrocesos y derrotas. A la suerte de las y los uruguayos unió sus objetivos políticos y a su lucha puso a disposición la vida de decenas de miles que han sido parte de sus filas. Como ejemplos de ello está su protagonismo en la larga noche en la que el poder le declaro la guerra a las y los trabajadores de nuestro país, durante el terrorismo de Estado; resistiendo en la cárcel, la tortura, el exilio y la clandestinidad. También el haber impulsado como el que más, junto a miles, las transformaciones durante los gobiernos de nuestro Frente Amplio.
Pero como lo hemos dicho muchas veces y su historia lo atestigua, el Partido no floreció para ser objeto de recuerdo, pieza histórica para admirar y estudiar o un contendiente más de la disputa por posiciones institucionales. Floreció para cambiarlo todo, por eso también hemos dicho que lo más importante es su futuro. El Partido y sus 104 años son una esperanza y una invitación: la esperanza de un futuro de felicidad compartida, y una invitación a pasar a la acción y hacerla posible.
104 años después vemos como quienes tienen el poder pretenden hacer de la política un instrumento de sus privilegios, poniendo al Estado y los recursos de todos al servicio de sus negociados. Vemos como la corrupción campea y pretende naturalizarse, buscando generar apatía y rechazo en aquellos a quienes la política y la democracia solo les da la posibilidad de votar cada 5 años, mientras les niega derechos tan básicos como poder alimentarse de algo que no sea la basura, trabajar sin dejar la vida, vivir bajo un techo que no se llueva y sobre algo distinto a la tierra.
En momentos en donde asistimos, a veces si la indignación suficiente, a un país que crece económicamente y tiene al mismo tiempo casi 3 Estadios Centenarios de gurises pobres. Donde crecen los depósitos millonarios en dólares en cuentas que ya eran millonarias, mientras medio millón de uruguayos y uruguayas ganan menos de $25.000. En tiempos en los que el suicidio se consolida como la principal causa de muerte entre adolescentes, y la violencia y el abuso golpea a las jóvenes en los barrios, las instituciones y sus casas ente la ausencia, incapacidad o complicidad del Estado. Cuando parece más posible que la depredación de recursos y la guerra sean protagonistas de nuestro futuro que el bienestar y la justicia. En estos tiempos que corren, el partido que floreció en 1920 es más necesario que nunca.
De la esperanza en un futuro de felicidad compartida se trataba y se sigue tratando, pero, sobre todo, de animarse a hacerlo posible. Para ello, las y los uruguayos tenemos un espacio que se llama Partido Comunista de Uruguay. En construcción, aprendiendo de la experiencia, perfectible, pero con la certeza de que estará mientras exista desigualdad y opresión, siempre del lado de los oprimidos y con un lugar para pasar al frente y transformar la vida.
Al partido de la primavera, de la esperanza de la felicidad compartida y la posibilidad de hacerla realidad, salú.
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Militantes de la Unión de la Juventud Comunista (UJC) en el acto por el 103 aniversario del PCU del año pasado. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.