Hace 157 años nacía la primera Internacional Comunista.
Fundada en Londres el 28 de setiembre de 1864, la organización desarrolló, hasta su desaparición en 1876, una serie de trascendentales luchas en favor de los proletarios.
Conocida también como la Asociación Internacional de los Trabajadores, su fundación materializó la primera organización internacional de la clase obrera.
La organización ha sido considerada el fruto genuino del que ya era entonces, un cada vez más pujante movimiento obrero internacional que, con sus acciones, mostraba su carácter de vanguardia en la lucha por los derechos de los proletarios y la voluntad de estos de avanzar hacia un estado sin explotados ni explotadores.
El proceso de organización y fundación de la Internacional fue gestándose mediante el trabajo paciente y en condiciones adversas por un grupo de precursores que ya habían difundido las ideas y sentimientos de la solidaridad proletaria.
El discurso inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores pronunciado por Marx en el mitin del St. Martin’s Hall de Londres, el 28 de setiembre de 1864, es considerado a la par del Manifiesto comunista, una radical denuncia al capitalismo y una exposición de las metas de la clase obrera.
En él Marx recordó cómo en el período que va de 1848 a 1864, a pesar de haber sido un período de incomparable desarrollo industrial y comercial, la miseria de la clase obrera no había disminuido.
Marx graficó sus afirmaciones, sobre la situación de los trabajadores, con datos estadísticos recolectados de los llamados Blue Books oficiales sobre la miseria del proletariado inglés y las comparó con las cifras utilizadas por el ministro de hacienda, Gladstone, en sus discursos ministeriales.
Todos los datos aportados por Marx, permitían comprender cómo lo que definió como “el intoxicante aumento de la riqueza y el poder” solo había sido para el privilegio y el beneficio de unos pocos en detrimento de los trabajadores.
“Por todas partes”, afirmaba Marx, “las grandes masas de las clases trabajadoras se hunden cada vez más profundamente, y al mismo ritmo de quienes por encima de ellas ascienden en la escala social (…) Cada nuevo desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo tiende a agudizar los contrastes sociales y a evidenciar los antagonismos de la sociedad (…) Esta época está marcada en los anales de la historia por el rápido retorno, el gran alcance y los efectos mortales de esa peste social llamada crisis comercial e industrial”.
De forma inapelable, Marx recalcaba que “los señores de la tierra y del capital continuarán utilizando sus privilegios sistemáticamente para la defensa y perpetuación de su monopolio de los medios de producción”.
Y que, por ello, la gran tarea de la clase obrera era la de la toma del poder político.
“Los trabajadores se están dando cuenta de esta necesidad, tal como lo demostraron con el resurgimiento de los movimientos obreros en Inglaterra, Francia, Alemania e Italia y con los esfuerzos por organizar políticamente a los trabajadores. Los obreros «poseen un elemento para el éxito, su número. Pero el número pesa en la balanza sólo cuando está unido en una organización y dirigido hacia un fin consciente”, afirmaba Marx quien recalcó que la experiencia de la lucha política de los trabajadores demostraba “que ignorar la solidaridad que debe existir entre los trabajadores de todos los países y dejar de impulsarlos a estar presentes hombro a hombro en todas las luchas por su emancipación, revierte siempre en un fracaso general de todos sus esfuerzos”.
Al concluir su discurso, el luchador alemán hizo resonar, como un grito inmortal de la batalla del proletariado, la arenga ya lanzada en el Manifiesto comunista: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.
Rolando Arbesún