20 de mayo: el horror, sus causas y su combate

Por Gonzalo Perera

Hay dimensiones del horror que son difíciles de imaginar para quien no las padeció. Pese a ello quisiera compartir una reflexión, que intenta ser política, desde un rincón muy humano, el de intentar aproximarnos a lo que se siente desde realidades muy extremas. Porque cuando se intenta pensar la vida desde la realidad de las demás personas, con piel, huesos, sudor y sangre, es cuando creemos que los razonamientos pueden ir más al nudo de las cuestiones políticas.

El dolor que produce la pérdida de un familiar o ser querido es una de las experiencias más penosas de la vida, que todos los seres humanos alguna vez padecemos. Duele siempre y mucho, independientemente de cualquier contexto y situación, me consta. Pero hay formas de dolor que me cuesta imaginar, que es cuando la pérdida invierte la cronología, cuando en lugar de tener que despedir a un ancestro o un par (pareja, hermano, primo, etc.), se debe despedir a un descendiente. Sinceramente no puedo imaginar el dolor de despedir un hijo o un nieto. Por lo que he visto en personas queridas que lo han debido afrontar, es una experiencia devastadora.

Pero hay un nivel de dolor que ya es horror puro, que supera todo lo que podría considerarse experiencias humanas trágicas y que incursiona en niveles francamente inconcebibles, que es cuando a un padre o madre se le desaparece un hijo o hija y durante más de cuatro décadas no sabe sobre su destino.

El dolor de la ausencia es inmenso, pero agravado por la incertidumbre, por no poder ni siquiera procesar el duelo, pues no hay un punto final en el relato de esa vida tan querida, sino interminables puntos suspensivos. Si, además, ese padre o madre se entera que su hijo o hija desaparecido dio lugar a una nueva vida, a un nieto o nieta, un bebé que se sabe que nació, pero que nunca se vio porque fue robado y remitido a otra familia munido de una falsa identidad, sinceramente me quedo sin palabras. Cuando llegamos a este nivel, no hablamos de dolor, hablamos de horror perverso, de crueldad demoníaca, de sadismo infinito.

Porque estos actos que constituyen delitos de lesa humanidad, en Uruguay y en todos los países del Cono Sur por dónde pasó el Cóndor, fueron conscientemente pensados, decididos, calculados, programados y luego escondidos, con participación de civiles y militares, quienes instalaron en Uruguay el terrorismo de Estado, en el marco de la forma más radical de imponer un modelo económico y de sociedad.

Ante el terrorismo de Estado y ante los Estados terroristas, sea en Uruguay, en Colombia o en Palestina, no cabe otra cosa que ponerse del lado de las víctimas, de los pueblos, denunciar los delitos de lesa humanidad y reclamar Memoria, Verdad y Justicia, saber dónde están los desaparecidos, quién los desapareció, cuándo y por qué, dónde están los bebés robados.

Ante las madres y abuelas que se han ido sin la posibilidad de saber la verdad, sólo cabe decir que el acto criminal del que fueron víctimas ya no tiene forma razonable de pagarse. Porque se fueron sin saber, porque si algún nieto secuestrado descubre su verdadera identidad, pero sus abuelos y padres ya no están, no podrá escuchar historias, no podrá compartir fotos, no podrá recibir anécdotas familiares, no podrá, ni siquiera retroactivamente, intentar ser plenamente quien en realidad es, porque a las décadas robadas se le suma la pérdida de quienes más cercanamente podían compartir el duro camino de reconstruir su identidad y sus vínculos.

La condena de las barbaries cometidas en continuidad por civiles y militares desde hace décadas, que se siguen cometiendo cada día que no se abre espacio para la Verdad y la Justicia, debe ser absoluta, sin titubeos, pues el daño infringido es infinito.

Por cierto, con similar intensidad deben condenarse los autores y los encubridores, los que cegaron la justicia ante estos actos inhumanos y los que siguen haciendo operaciones (u operetas) para generar confusión y despistar, revictimizando a quienes ya tanto han sufrido.

Quien pueda pensar que estas palabras son meras consignas, esgrima verbal o cualquier cosa por el estilo, le pido por favor, amable pero claramente, que intente ir a hablar y llevarle paz a la Tota Quinteros o a Luisa Cuesta. Cuando me diga que lo pudo hacer, seguimos discutiendo.

El terrorismo de Estado, en Uruguay, en Colombia o en Palestina, siendo inmundo, no es caprichoso, sino un acto político extremo y esto lo hace aún más grave, ya que no se trata ni de errores ni de excesos, sino de una política.

Ante amenazas de cuestionamiento o insurrecciones, ante la necesidad de concentrar aún más las riquezas, de incrementar vertiginosamente las ganancias del gran capital, el sistema capitalista cada tanto genera expresiones fascistas, donde trata de exterminar a todo quien constituya un peligro para ese modelo de sociedad exclusiva y excluyente, concentradora y explotadora, abusadora, marginadora.

La implantación de tales políticas no siempre lleva a tales desenfrenos. Pero esos horrores brotan cada tanto de la mala siembra de ese modelo, instalado en nuestro país desde la década del 60 bajo los dogmas del neoliberalismo. El que fue el modelo económico dominante, con mejores o peores modales, pero sin interrupción, desde Pacheco Areco hasta el 2005, cada vez que han gobernado los partidos tradicionales (juntos o separados) y claro está, la dictadura. Datos concretos: si uno revisa los economistas que actuaron a partir del 68 con Pacheco, los que con el dictador Bordaberry redactaron el programa económico que se llevaría adelante en todo el período dictatorial (aún tras desprenderse de Bordaberry), los que condujeron la economía con Sanguinetti, con Lacalle Herrera, nuevamente con Sanguinetti o con Jorge Batlle, uno se encuentra de manera reiterada algunos nombres: Ramón Díaz, Végh Villegas, Zerbino, Bensión, etc., todos ellos con participaciones “destacadas” en más de un período de gobierno, con presidente uniformado o de traje, electo o impuesto. La ejecución operativa de los delitos de lesa humanidad se concentra en parte de este recorrido, en el resto tocó el encubrimiento o la negación, pero el modelo fue siempre exactamente el mismo.

Pero peor aún, desde la asunción multicolor, se reinstaló el viejo libreto. Los nombres no son los mismos, por razones biológicas, pero aparecen pupilos que también han sabido saquear a los trabajadores en más de un período de gobierno. Para muestra, basta un Isaac Alfie.

Pero mucho peor aún, el despojo en este período de gobierno se hizo ley. A través de 135 de los 476 artículos de la LUC, proteger al gran capital, al gran agroexportador, al especulador financiero o inmobiliario a expensas de privar de derechos básicos a trabajadores, lesionar derechos civiles, destruir las mejores tradiciones de la Educación Pública y todo cuanto constituye la médula del modelo neoliberal, pasa a ser un imperativo legal, lo que la normativa pauta como “deber ser”. Lo que la misma dictadura no logró, transformar el saqueo en norma, es lo que está ocurriendo ahora mismo en nuestro país.

Condenemos el horror. Digamos fuerte y claro Memoria, Verdad y Justicia una vez más, apelando a la imaginación, que fue de la creatividad popular que surgió la marcha del silencio.

Pero como el horror tuvo y tiene causa en la pretensión de imponer el modelo neoliberal, hay que combatir el atropello.

Unamos pues una margarita, una firmita y unas huellas digitales, por un genuino NUNCA MÁS.

 

 

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