Gonzalo Perera
La guerra de Las Malvinas fue un manotazo de ahogado de la dictadura argentina, que empezaba a enfrentar una enorme oposición, para prolongar su gobierno por la vía de embanderar con una causa que es de extrema sensibilidad en la vecina orilla y de absoluta justicia: las Islas Malvinas, fueron, son y serán argentinas y no de la potencia colonial que las ocupó en 1833, el Reino Unido. Al estallar la guerra, el Reino Unido definió una “zona de exclusión”en el Atlántico Sur, consistente en un círculo de 200 millas marinas (370 km) de radio en torno al centro de las Islas. Hablando claro, la zona de exclusión es la zona de guerra y lo que se moviera dentro de ese círculo, se consideraría parte del enfrentamiento bélico y lo que no entrara allí, no.
El 2 de mayo de 1982, el General Belgrano, crucero ligero de la Armada Argentina, navegaba con 1093 tripulantes a bordo- muchos de ellos jovencitos- fuera de la zona de exclusión y con proa hacia el continente , por lo cual era evidente que no se dirigía a la zona de guerra. Al encontrarse con el submarino nuclear británico Conqueror, el sumergible recibe la orden de hundir el buque argentino.
El comandante del Conqueror, Chris Wreford-Brown, consciente de que tal ataque constituía un crimen de guerra, pidió la ratificación de la orden, especificando coordenadas y la ubicación fuera de la zona de exclusión. La primera ministra Margaret Thatcher en persona confirmó la orden, y un par de torpedos del Conqueror hundieron al General Belgrano, cobrando 323 vidas, la mitad de las vidas argentinas segadas en toda la guerra. Por ende, Margaret Thatcher no fue sólo una primera ministra que devastó los derechos sociales de los trabajadores británicos, sino que fue una criminal de guerra. Y si hay un país donde eso está claro y genera particular sensibilidad es en Argentina. Donde “Muchachos”, la canción que arengaba a la selección campeona del mundo de fútbol, en una parte de su letra dice: “y los pibes de Malvinas, que jamás olvidaré”.
El domingo 12 Sergio Massa hizo retóricamente trizas a Javier Milei en el último debate presidencial. En base a su experiencia y oficio político, puso contra las cuerdas al “libertario”, lo dejó expuesto no sólo en sus contradicciones, sino en su enorme desconocimiento de casi todo tema de gobierno, revelando que no sólo es facho, que ya ni él mismo sabe qué propone y qué no, sino que además, es simplemente un chanta, que desconoce casi todo tema que toca, intentando llamar la atención usando innecesariamente palabras sofisticadas para cosas simples, como “dominación estocástica” o “falacia ad populum”. Hemos dicho una y otra vez que no se trata de idealizar la figura de Massa, con quien se puede discrepar en muchas cosas. Pero el contraste entre uno y otro candidato no pudo ser más terminante, dada la magnitud de los disparates de Milei.
Pero más allá de esa lectura general, hay un pasaje en el que Milei hizo algo que en Argentina es imperdonable. Reivindicó como una de sus referentes a Margaret Thatcher, la criminal de guerra, y minimizó y distorsionó las tradicionales políticas argentinas sobre las Malvinas. Algo consistente con su manera de ver las relaciones internacionales, donde concibe como aliados estratégicos a USA e Israel y donde propone distanciarse de Brasil y China, como corresponde a un tosco y genuino cipayo Pero si una parte del electorado que aún no resolvió su voto no está muy politizado, es posible que abra paso a sus emociones. Y tocar la fibra de los sentimientos del pueblo argentino sobre las Malvinas, honrando a la criminal de guerra Thatcher, puede ser pegarse un tiro en el pie.
Obviamente, no es fácil pronosticar el resultado de la segunda vuelta electoral en Argentina y no tiene mayor sentido el esfuerzo, pues el pueblo argentino se encargará de laudar el domingo 19 a la noche.
Pero lo que sí cabe indicar es que, más allá de cualquier crítica que pueda merecer Massa, la decisión del próximo domingo es toda una batalla civilizatoria. Porque un economista chanta, con varias denuncias por plagio en sus textos «académicos», con un pseudo discurso técnico tan sólido como la gelatina, con su negacionismo del terrorismo de Estado, con el franco coqueteo de su candidata a vicepresidente (Villarruel) con los neofascistas y violadores de derechos humanos, difundiendo como una gracia videos de Ford Falcon verdes, donde se comenta en off cuántas personas entran en la maleta, con su propuesta económica de dolarización y destrucción del Banco Central, de supresión de subsidios y políticas sociales, con promesas de recortes salvajes, es realmente el descenso al último círculo de los infiernos.
Argentina no merece eso, el pueblo argentino no merece semejante involución. Massa será mejor o peor presidente, pero será una conducción política sobre lógicas más o menos previsibles y transitables desde la disputa democrática.
Milei, que se presentó como el enemigo de todos los políticos y que terminó fungiendo de peón de Macri, es una sola certeza: la del estallido social de Argentina, y en breve plazo. Un presidente que muestra cero tolerancia a la más mínima oposición, que propone objetivos económicos irrealizables salvo que se viole todo marco constitucional, que seguramente despertará enormes resistencias a nivel popular a poco de arrancar camino, que no entiende que no contará con apoyos legislativos ni de gobernadores o intendentes y que sus propuestas necesitan e incluso requieren enmendar la Constitución, es un boleto sin retorno a una escalada de tensión y violencia.
El acercamiento de Milei a Macri alejó a muchos que le creyeron que enfrentaba a “la casta política”. Por lo tanto su piso electoral no es el 30% que obtuvo en primera vuelta, sino unos puntos menos. El 37% que votó a Massa en primera vuelta, seguramente volverá a votar en segunda vuelta. Los gestos conciliatorios de Massa hacia otros sectores, desde la derecha a la izquierda, que le han ganado algunos apoyos públicos, más el voto racional de quien analice un debate que fue paliza, más los actores populares que sientan revueltos sus sentimientos ante los elogios de Milei a Thatcher, son algunos de los puntos que hacen pensar que es posible que Milei sea finalmente derrotado.
Pero es necesario que lo sea, porque sino será la Argentina entera la que naufragará y las víctimas serán todas las personas que verán cercenados sus derechos. Y toda la cultura democrática se verá enajenada por el negacionismo fascista. Y toda aspiración de tender puentes regionales desaparecerá ante el seguidismo hacia USA e Israel. Nunca fue cierto que “cuanto peor, mejor”, es harto evidente que “cuanto peor, peor. Porque el deterioro en materia civilizatoria, que es esa la dimensión que tendría un triunfo de Milei, riega hambre, violencia, privaciones, ignorancia, autoritarismo, mentiras, discriminación y subordinación al gran capital.
Argentina y su pueblo, el gran pueblo hermano del otro lado del charco, se merece construir su futuro en paz. Que requiere muchísimos cambios, que probablemente Massa no hará. Pero que no puede sufrir las muchas víctimas y el verdadero estallido generalizado fruto del sumergirse en el oscurantismo que implica un triunfo de Milei.
Que al pueblo argentino lo ilumine lo mejor de su tan rica cultura, de su Arte, de su Ciencia, de su deporte, de sus mejores tradiciones. Que este domingo el gran pueblo argentino espante las tinieblas, para no volver siglos atrás.
foto de portada
Vista del obelisco desde la calle 9 de Julio, en Buenos Aires, Argentina. Foto: Pablo Vignali / adhocFOTOS.