Rolando Arbesún
Esta semana nuevos audios del ex jefe del Servicio de Seguridad Presidencial, Alejandro Astesiano, tomaron estado público.
En esta ocasión los nuevos audios hacían alusión a actividades del ex Jefe de Seguridad Presidencial con relación a un espionaje sobre el presidente del PIT-CNT, Marcelo Abdala y a estudiantes y docentes de la enseñanza secundaria.
Publicados por La Diaria y replicados por varios medios de prensa, los nuevos “episodios” del accionar de Astesiano desde su privilegiado puesto, en el piso 4 de la Torre Ejecutiva, despertaron, por un lado la denuncia y la condena de organizaciones sociales, sindicatos y del propio Frente Amplio y el PCU (ver edición 618 de EL POPULAR); y por el otro, habilitaron un capítulo más de la zaga de negaciones de representantes del oficialismo.
Astesiano, en comparación con Judas, ha sido negado más veces que lo que se describe en el relato bíblico respecto al accionar de dicho discípulo con Jesús.
Judas, relata el texto, negó tres veces a Jesús, a Astesiano se lo ha negado siempre y en el mejor de los casos dicha negativa ha estado signada por la disminución de su jerarquía y el alcance de sus acciones.
Ha sido llamado “simple custodio”, “perejil” y hasta “chanta”.
En su afán por sacudir el estigma que su accionar produce en el gobierno, varias figuras del oficialismo no paran de realizar verdaderos malabares discursivos con un único objetivo: blindar al presidente.
Las discusiones que los diversos audios han desatado, al menos a nivel político, han estado marcadas por la “necesidad” de que la justicia investigue la existencia, o no, de alguna de las figuras delictivas previstas en el Código Penal.
Aunque este proceso es relevante, por sí mismo no agota las lecturas políticas que del mismo puedan realizarse.
El accionar de Astesiano, en primer lugar, no puede comprenderse como un acto individual, aunque también lo sea.
Forma parte y coexiste con una vieja práctica del Herrerismo que viene desde hace más años que los meses transcurridos desde que Lacalle Pou, a instancias de Lacalle Herrera, lo nombrara como jefe del Servicio de Seguridad Presidencial.
Dicha práctica se sostiene en base a la discrecionalidad de ciertas acciones y en su negación en caso de ser puesta al descubierto.
La discrecionalidad del accionar del jefe de la Seguridad Presidencial, muestra, en segundo lugar, la debilidad existente en el país para asegurar el uso legítimo y legal de los medios del Estado para el desarrollo y detección de actividades de inteligencia.
De nada sirve, por ejemplo, que la Secretaría de Inteligencia insista en que su tarea es la de producir Inteligencia Estratégica, ello, aunque cierto no significa que no sea parte de su mandato la realización de acciones de contrainteligencia, máxime cuando se trata de alguien ubicado en el nivel de Presidencia.
La negación en este caso, no se reduce a la primigenia negativa de un mandatario que, con cara de “yo no fui” dijera en conferencia de prensa a toda la ciudadanía que desconocía la extensa “trayectoria” de indagaciones policiales de aquél a quien le había confiado su “tesoro más valioso´´: la seguridad de su familia.
Junto a la negación, los heraldos del Herrerismo desarrollaron la tesis de la minimización, un ejercicio que tuvo en el Parlamento la forma de la “degradación oficial” del hasta entonces responsable de la Seguridad Presidencial.
Como se recordará, en la sesión realizada para dar cuenta de este tema, las principales figuras del Ejecutivo, “degradaron” a Astesiano y al mismo tiempo tuvieron la osadía de afirmar que el mismo no tenía acceso a los medios del ministerio del Interior, esos mismos medios que ahora ya sabemos Astesiano revisaba, desde la comodidad de su oficina, un día sí y dos también.
A pesar de ello, la osadía de la mentira al Parlamento se dio rápidamente de bruces con la emergencia de todos y cada uno de los audios.
Hasta hace poco tiempo, el escándalo Astesiano venía siendo objeto de una operación de “reducción de daños”, el problema es que cada vez que se conocen los nuevos materiales, esa operación se torna compleja de sostener sin que ello traiga consecuencias directas para un presidente que ve disminuir lenta, pero progresivamente, los apoyos ciudadanos medibles ellos a través de las encuestas.
A diferencia de aquella llamada “embestida baguala”, este asunto se ha convertido en una granada de acción múltiple y retardada, no estalla de una vez y para siempre, sino que, su secuencia se asemeja más a una batería de artillería cuya autonomía de disparos resulta difícil de controlar.
Esto último, por más que se lo niegue, es más que evidente, nadie, pero nadie, tenía una dimensión exacta del proceder de Astesiano.
Nadie piense que el ex jefe de la Seguridad Presidencial era un “sesudo” operador de acciones de Inteligencia y contrainteligencia, en ese sentido no queda más que acordar con aquellos herreristas y sus nuevos amigos de la coalición multicolor cuando afirman que Astesiano es un “chanta”.
Y lo es, con el agregado de que es un “chanta herrerista” que hizo lo que siempre hicieron sus predecesores y padrinos.
Con el escándalo Astesiano hay que recordar lo que pasó con Somoza cuando el Departamento de Estado, investigaciones mediante del Congreso de Estados Unidos, llegó a la conclusión que el tristemente célebre dictador era un criminal despiadado: “es un hijo de puta”, se afirma que dijo Kissinger, quien agregó, “pero es nuestro hijo de puta”. Repitió la fórmula y la definición con Pinochet.
Es verdad que Astesiano es un “chanta”, pero hoy por hoy, hay que reconocerlo, es el ícono actual del “chanta herrerista” que una vez lanzó el grito de guerra de la “embestida baguala”.
Foto de portada:
El secretario de Lacalle Pou, Nicolas Martínez el martes pasado yendo a declarar a Fiscalía por chats con Astesiano sobre Marcelo Abdala. Foto: Mauricio Zina/ adhocFOTOS.