De fugas y fugados…

Las fugas de los establecimientos penitenciarios no son nuevas ni tampoco patrimonio de ningún gobierno, han ocurrido desde siempre y sin dudas que la más emblemática fue la consagrada literaria y cinematográficamente, “Papillón” (del francés Henri Charrière).

El impulso irrefrenable por obtener la libertad es inherente a la condición humana y en tal sentido hubo y seguirán existiendo fugas a quienes se los prive de ese valor intrínseco al ser humano: su libertad.

Lo que no se debería permitir es usar políticamente esas situaciones circunstanciales para buscar algún rédito político que -por cierto- será efímero y tendrá el inevitable efecto rebote cuando quien lo usó tenga la responsabilidad de que no ocurran.

Eso es lo que precisamente les pasa ahora a las autoridades de gobierno que se rasgaron las vestiduras tras la fuga de Morabito, pero han propiciado -con sus propias acciones- la fuga de un narco pesado y peligroso como Marset. Amén de otras “fuguitas” que no pueden explicar sino con las mismas razones que tanto criticaron siendo oposición. 

Fugas eran las de antes

Que todo tiempo pasado fue mejor, es una frase que se repite siempre; así como decir que el hermano era mejor jugador que el astro de fútbol que brilla en la actualidad. Frases que el ingenio popular han hecho inmortales y que tienen su referencia también en el tema que hoy nos ocupa sobre las fugas de los centros de reclusión. 

Es que “la fuga”, en Uruguay, tiene nombre propio y es aquel escape colectivo de los tupamaros que se escabulleron por las cloacas tras meses de cavar un túnel con singular experticia y ante la insólita custodia que jamás reparó tal actividad.

Particularmente narrada por uno de sus protagonistas – el Ñato Huidobro- en ocasión de la despedida al seleccionado uruguayo que brilló en Sudáfrica 2010, lo pueden leer en la columna “Un presidente, un maestro y un sueño mundial”. Un relator propuesto por el entonces presidente Mujica, quien había sido interpelado por el capitán celeste -Lugano- porque los muchachos querían conocer de primera mano, “¿cómo se escaparon del penal de Punta Carretas, presidente?”. 

Aquella fuga tuvo la espectacularidad de ser masiva y arriesgada, pues llevó meses perforar todo el piso superior del establecimiento para conectar a todos los involucrados y luego convencer a uno de los presos comunes del piso inferior (donde se cavaría el inicio del túnel) para poder así estar todos en la huida. Los pormenores que recuerdo de aquel relato dan cuenta de una fuga sin parangón en la historia nacional, en la que un conjunto de privados de libertad burló las defensas de un recinto de máxima seguridad desafiando custodias y protocolos. 

Morabito NO se fue por la puerta

Más acá en el tiempo, la fuga de uno de los líderes de la mafia calabresa – Rocco Morabito- sería uno de los principales focos de crítica para la gestión del fallecido Eduardo Bonomi. Una fuga que no se perpetró como quieren hacer creer quienes pretenden imponer la falsa imagen de una fuga por la puerta ante la vista y paciencia de los celadores, cuando en realidad se fugó por una ventana y una azotea lindera al viejo edificio de Cárcel Central.

Morabito contó con ayuda gracias a una de las condiciones que no pierde un narcotraficante en el sistema uruguayo: su poder. Porque el sistema no le quita ese poder concentrado en bienes y dinero mal habido, y que es la moneda de cambio que le permite manejar voluntades en el encierro. Tal como ocurrió en su escape. Porque sólo con ayuda se pudo concretar una fuga que no ha podido demostrar otra cosa a pesar de la insistencia de un gobierno que ha protagonizado situaciones mucho más escandalosas e inexplicables.

Una privación administrativa a la espera de su extradición, que tuvo la complicidad de un sistema que impide compartir establecimientos con presos comunes a quienes esperan ser extraditados. Un combo perfecto y a pedir de boca para quien solo necesita tener la oportunidad para concretar su fuga. Si será complejo encontrar responsables de ese espectacular escape que ha pasado mucho tiempo sin que la justicia pueda cerrar el caso ni encontrar alguna responsabilidad en las autoridades de aquel entonces. Las mismas que, ni bien se conoció la noticia, puso todo el andamiaje para su recaptura, algo que hoy no ocurre pues se fugan y nos enteramos cuando se entregan o son recapturados (en el mejor de los casos). Porque ya no se comunican fugas, abandonando una práctica de la pasada administración que ni bien ocurría alguna se liberaba orden de captura con difusión de imágenes y solicitud de colaboración a la población para permitir la recaptura, lo cual se ofrecía de forma anónima por el servicio 0800 5000.

Discépolo tenía razón

Como lo inmortalizó en la letra de Cambalache, “… que siempre ha habido chorros” y podemos agregar que siempre hubo fugas, y seguirá habiendo. Por lo dicho al comienzo, el anhelo a la libertad es inherente a la condición humana.

Esa condición bastaría para no atreverse a criticar situaciones que se pueden revertir como un boomerang, mucho menos cuando quienes lo dicen son capaces de cometer actos como los que permitieron a Marset seguir libre de la justicia internacional. Porque quienes protagonizaron esos hechos no tienen autoridad moral para esbozar cualquier crítica y son los que empiezan a sufrir en carne propia los excesos verbales que cometieron entonces. Claro que con una altísima dosis de cinismo que les inhibe de cualquier sensación de culpabilidad, al menos que se les pueda notar siquiera un poco.

En esta administración han ocurrido fugas insólitas como las del cuñado de Marset -casualmente- o la más reciente del detenido en Zona IV que pidió para ir al baño y se fugó no sabemos por donde ni gracias a quien. Y las muchas otras fugas de establecimientos penitenciarios que no sabemos porque no se informan.

Han disparado tanta crítica sin sentido y sin tener el más mínimo conocimiento que hoy sufren y padecen su propio veneno. 

Es que, si escupís para arriba,en algún momento te cae encima…

el hombre se escapó por la punta,

el perro lo corría de atrás…

Fernando Gil Díaz – «El Perro Gil»

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