“El ariete son los 135 artículos de la LUC que son impugnado. Tenemos que romper el ariete llenado de las urnas de votos por el SI”
En la antigüedad, si algún pueblo poseedor de buenas tierras u otras riquezas naturales era objeto de codicia por parte de algún otro pueblo de mayor desarrollo militar, de tanto en tanto el mejor preparado para la guerra atacaba al objeto de su ambición. Si el pueblo atacado tenía su sede principal en una ciudad amurallada, la estrategia del agresor seguía sistemáticamente tres etapas. La primera era la de aislamiento o sitio, donde, cortando vías de comunicación, sembrando el terror en los campos, se obligaba al pueblo víctima a tener que confinarse en la ciudad amurallada, la que era entonces rodeada por tropas de asalto. En una segunda etapa, el actor principal era el ariete, un instrumento destinado a romper fuertes puertas o muros, que en sus primeras versiones era un inmenso tronco empujado por fuerza humana y que golpeaba una y otra vez el punto donde se quería quebrar la línea de defensa enemiga. Cuando tarde o temprano esto se lograba, las reglas de juego cambiaban radicalmente, ya que el agresor entraba a la ciudad y la lucha se volvía descarnada y muy desigual. El final era la tierra arrasada y el despojo del que en su momento fuera un pueblo próspero.
Es sorprendente constatar cómo pueden pasar siglos o milenios y algunas cosas permanecer casi incambiadas.
Uno de los objetivos centrales de la dictadura que nuestro país vivió entre 1973 y 1984 era la instalación del modelo neoliberal en su versión más salvaje y descarnada, de forma de permitir despojar a todo el pueblo uruguayo de sus recursos. Como un viejo pueblo codiciado por otros, nuestro país, en el marco de una ofensiva fascista regional, poseía riquezas que empresarios, especuladores, grandes corporaciones, etc., querían para sí y de forma total, hasta la última gota o moneda, sin admitir el menor reclamo.
Como en los viejos tiempos, primero se desarrolló una fase de aislamiento o sitio: un constante azuzar fantasmas, como el del comunismo que se iba a llevar los niños para Cuba y disparates similares, intentando aislar a sectores de las capas medias de los sectores populares más combativos.
También fue envuelta por esa propaganda fantasmal mucha gente de extracción muy popular, sobre todo en el interior del país, donde más de un paisano temía que “los comunistas” o “los tupamaros” (categorías a menudo mezcladas en ese relato) le quitaran las pocas pertenencias que tenía, sin darse cuenta que su patrón o el oligarca de la comarca ya se había encargado de sacarle prácticamente todo durante décadas.
Así, es innegable que buena parte de las clases medias, y aún de los sectores populares, con el obvio apoyo e incentivo de los sectores privilegiados, dieron la espalda a los sectores más combativos del pueblo uruguayo, dejándolos aislados y cerrando filas como cuando en la antigüedad había que guarecerse en la ciudad amurallada.
Pero instalado lo más combativo de nuestro pueblo en la resistencia, vino el asalto, el ariete. En la ocasión el ariete se llamó Fuerzas Conjuntas, la unificación de las fuerzas represivas del Estado, las que dando rienda suelta a lo más salvaje y abominable de la condición humana, lograron su objetivo de cambiar las reglas de juego radicalmente: nada de sindicatos, ni de movimiento estudiantil, ni de partidos políticos; nada de asambleas, ni de protestar, ni de huelgas, se paga lo que el patrón quiere, el dólar vale lo que dice “la tablita”, nadie controla las corruptas compras del Estado y si alguien reclama o se queja, arriesga lisa y llanamente su vida.
De la mano de eufemismos como la “economía de mercado” o la “flexibilidad laboral” se instaló un despojo monumental, con condiciones de trabajo propias de esclavos en varios sectores de la producción, pauperizando a los sectores populares y llenando de oro a muy pocos. Poco a poco, desde abajo de las piedras, las dimensiones de la ignominia hicieron que viejos combatientes, sumados a nuevas generaciones y también a muchos que en su momento fueron funcionales al sitio o aislamiento, comenzaran a levantarse y se forjara, en una lucha titánica y literalmente escrita con sangre, la caída de la dictadura.
Si bien el neoliberalismo siguió rigiendo nuestros destinos durante dos décadas, no pudo hacerlo de manera omnipotente, pues ahora había sindicatos, había Parlamento, había instancias donde reclamar, hacerse sentir y algunas iniciativas medulares del neoliberalismo, como la venta de las empresas públicas, fue apabullada en las urnas invocadas por el movimiento popular. Hasta que el 1 de marzo de 2005 y tras muchos dolores y horrores, el Frente Amplio (FA) llegó al gobierno, y con las carencias y errores que se deban apuntar, comenzó una etapa diferente de la vida del país: la de los mejores 15 años de la vida de la inmensa mayoría de los uruguayos.
Pero la bestia no estaba muerta, estaba adormilada, y tras el ciclo de tres gobiernos del FA, un Uruguay saneado desde el punto de vista de sus reservas, con una población con los mayores ingresos y amplitud de derechos básicos cubiertos desde al menos la mitad del siglo XX, significó una jugosa tentación que la terminó de despertar. Por ello recomenzó el ciclo por el cual el modelo neoliberal en su formato más salvaje busca imponerse sin contemplaciones.
Primero vino el sitio. Nuevamente asustando fantasmas, como la magnificación ad nauseam de los problemas de inseguridad, que aparecían hasta en supuestos programas de entretenimiento banal. El rol del comunista o el tupamaro ahora le correspondía al “pichi”o al “ñeri”, o a los “vagos del MIDES”, a los que, en un doble salto al vacío lógico, no sólo se les adjudicaba la condición de perezosos, sino que además se suponía que dedicaban su tiempo a robar u otros ilícitos, bajo el dogma casi teológico de que el chorro, el delincuente en general, es pobre. Por más que quienes vacían bancos y quiebran al país una vez cada 20 años, lavan dinero sucio y fugan capitales a los paraísos fiscales sean multimillonarios, el chorro es el pobre mientras que los cretinos que han arruinado una y otra vez al país entero, son “familias bien”. El machacón discurso del único grupo que controla los medios hegemónicos en el Uruguay hizo que sectores de capas medias que 15 años atrás andaban “a pata” y les preocupaba el poder comer todos los días, ahora, con un autito, bien puchereados y con el hábito de vacacionar anualmente, se quejaban por el dinero que debían pagar en impuestos para mantener a “los vagos del MIDES”. Con los sectores populares y con conciencia social y memoria histórica así agredidos, sitiados y aislados, para instalar el neoliberalismo donde el poder hace absolutamente lo que quiere y el trabajador sólo tiene derecho a obedecer o desaparecer, tenía que venir la fase de asalto, el ariete.
Acorde con una estrategia ya instalada, de que lo que antes se hacía con tanques y bayonetas ahora se hace por vías institucionales, aunque sean retorcidas, el ariete de hoy no es más ni menos que los 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración (LUC) impugnados. Si logramos hacer astillas ese ariete, en Uruguay los trabajadores serán resguardados en sus derechos, incluido el derecho a la protesta, huelga, etc. Si no lo logramos, la agresión será total y sin contemplaciones, y tendremos que entrar nuevamente en una fase de resistencia feroz.
Por eso, para no vivir años de terror, de abuso y de explotación envuelta en pomposas loas a la libertad individual, esta vez tenemos que romper el ariete, llenando las urnas con las papeletas rosadas del SI.
Gonzalo Perera