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El sujeto omitido y la esperanza prohibida

Paul Halmos fue un reconocido matemático húngaro-estadounidense que en 1951 realizó una estadía de trabajo en el Instituto de Matemática y Estadística de la Facultad de Ingeniería, invitado por quien lo fundara en 1942, Rafael Laguardia. A comienzos de la década de los 80, Halmos escribió un libro sobre sus vivencias como matemático, publicado en 1985, titulado: “Yo quiero ser matemático”. 

Halmos dedica un capítulo de su libro a Montevideo, con una descripción minuciosa de los integrantes del Instituto, donde resalta la figura de José Luis Massera, a quien elogia por su actividad académica y por el trato cordial y amistoso que le dedicó. Ese capítulo culmina con una frase escrita a comienzos de los 80, con Laguardia fallecido, Massera preso y la casi totalidad de personas que conoció en aquel Instituto fuera del país. La frase es impactante pues, pero absolutamente ajustada a los hechos: “La Matemática en el Uruguay hoy está muerta, tan muerta como estaba antes de Laguardia; quizás pueda volver a vivir nuevamente algún día”.  

Esa remota posibilidad que Halmos abre al final de su tan dura y fidedigna frase, se hizo realidad. Cuando los matemáticos formados antes del 73 que estaban en prisión salieron y cuando los que estaban en el exilio volvieron, asumieron la formación de nuevas generaciones y así la Matemática volvió a vivir en el Uruguay. Pero vaya si habrá costado, y si se habrá sentido el lastre del tiempo perdido. 

Esta historia, absolutamente verídica y que de 1985 en adelante me tocó vivirla desde distintos roles, guardando para siempre la debida gratitud a las generaciones “pre-73”, que volvieron a convocar a pensar y hacer Matemática a los que entonces éramos jóvenes, es un ejemplo paradigmático de un principio muy básico en el desarrollo de la Ciencia. Cuesta muchísimo construir núcleos de investigación científica de calidad donde no los hay, cuesta generaciones, cuesta décadas; pero en cambio, se puede destruir en apenas un rato, y lo roto, vuelve a costar un inmenso esfuerzo reconstruirlo, si es posible.

Para sus dimensiones poblacionales, no es un acto de nacionalismo barato afirmar que el Uruguay tiene un nivel de desarrollo científico muy interesante, con tradiciones y núcleos de alta calidad en diversas disciplinas y especialidades: es la más pura realidad. Obviamente no hay especialistas en todos los temas que a uno se le puedan ocurrir, eso requeriría una cantidad inmensa de científicos profesionales y dado el permanente surgimiento de nuevos temas y áreas de especialización, perseguir ese objetivo es utópico aún en países mucho más grandes. Pero en muchos terrenos, muy diversos, hay gente muy sólida y que trabaja al mayor nivel de exigencia internacional. La inmensa mayoría desarrolla sus tareas en la Universidad de la República, la que además cumple obviamente una función educativa, cultural y de promoción social, sumamente relevante. 

Pero siendo esta dimensión de impacto comunitario tan evidente, queremos concentrarnos en lo menos visible: en la investigación que se realiza en la Universidad de la República y las consecuencias de su promoción o desaliento.

El Uruguay, para tener un futuro sustentable, necesita investigación. No puede seguir viviendo a expensas de algunos commodities agropecuarios, debe transformar su matriz productiva, agregar valor y hacerlo de forma sustentable, ambientalmente responsable. Ello requiere progresos tecnológicos, necesita conocimiento científico novedoso y profundos cambios culturales, en la sensibilidad de nuestras comunidades. Además, no viene mal recordar que en la era de Internet, las industrias culturales son una muy importante oportunidad de generación de valor en sí mismas.

Si se trata de generar nuevas tecnologías, desarrollar conocimiento científico original, promover cambios culturales en la matriz de la sociedad, es evidente que se requieren investigadores y creadores en todo el ancho mar de la experiencia humana: desde la música hasta las llamadas “ciencias duras”, pasando por las tecnologías y las ciencias de la salud, por el deporte, la literatura, la comunicación social y un muy largo etc. La existencia de ese mar habitado por creadores bien formados, sólidos, de alta calidad, no es garantía de que sea posible transformar la matriz productiva, por supuesto que no. Si se me permite la analogía, tener buenos jugadores en cada puesto no hacen un buen equipo de fútbol: se necesita un plan de juego, una estrategia y recursos tácticos. 

Pues bien, si se tienen los jugadores (los investigadores, los creadores) que hacen muy bien las distintas funciones que requiere cada lugar de la cancha (especialidades), para poder generar transformaciones sustentables en la matriz productiva, el “plan de juego” requerido es una política que, sin coartar la inventiva o inspiración individual, ofrezca canales de ida y vuelta entre los avances científicos, tecnológicos, artísticos, etc., y las necesidades o aspiraciones comunitarias, muy particularmente de los sectores populares. Esos canales de ida y vuelta, esas conexiones y estímulos, estrategia y recursos tácticos, se llaman aquí “políticas de inserción del conocimiento desarrollado en la vida de la sociedad y en la transformación de la matriz productiva”. 

Ahora bien, si no hay buenos jugadores, no hay plan de juego que te valga. Si no hay investigadores, si no hay creación, es lisa y llanamente imposible emprender la transformación productiva que el Uruguay necesita. La existencia de investigación de calidad no es suficiente, no alcanza por sí sola, pero es necesaria, es una condición indispensable para abandonar un modelo productivo donde unos muy pocos son poseedores de mucho, mientras extraen recursos naturales finitos, no necesariamente de forma ambientalmente responsable y amasan fortunas dando empleo a pocos. Y como recordamos, no desde la teoría, sino desde el testimonio, construir ese requisito indispensable, ese nivel e intensidad de actividad de investigación, requiere muchísimo esfuerzo, pero cuando se alcanzó, puede destruirse muy rápido.

Una Rendición de Cuentas donde la Universidad de la República es sujeto omitido, hace pensar, obviamente, en el riesgo claro de que los núcleos de investigación vigorosos que tiene el Uruguay, que tanto costó consolidar, se pierdan. Es bueno resaltar que lo que se puede perder en dos o tres años de falta de recursos para la investigación, puede ser irrecuperable.

Pero vayamos un paso más lejos: en un gobierno signado por la restauración, por devolver y ampliar los privilegios a los muy pocos que son propietarios de casi todo, anular las posibilidades de desarrollo de la investigación científica, es también una forma de asegurar el no poder salir nunca del país exportador de commodities agropecuarios, concentrador de la riqueza y el poder.

Por lo tanto, en esta Rendición de Cuentas donde la Universidad de la República es sujeto omitido, hay una esperanza condenada al fracaso o a tener que rehacer un camino ya recorrido con enorme esfuerzo para hacerla viable: la de un nuevo modelo de país, con una nueva matriz productiva, con un lugar digno para todos, con riqueza de ideas, con riqueza cultural, con la sensibilidad que asegure el manejo cuidadoso de los recursos naturales.

Es la Rendición de Cuentas del país congelado, no por el invierno, sino por la decisión política gubernamental de perpetuar lo que ya fue, de restaurar el pasado a pleno.

Es la Rendición de Cuentas del sujeto omitido y de la esperanza prohibida.

Gonzalo Perera

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