Rafael Radi. Foto Presidencia de la República.

El velo y la bestia

Por Gonzalo Perera

Una de las características esenciales de la Ciencia es que todo es cuestionable. No hay temas prohibidos ni vacas sagradas: todo tema o conclusión puede ser criticado, revisado. Naturalmente en base a la argumentación racional, rigurosa y respetuosa. Todo estudiante de cualquier disciplina científica aprende que no tienen cabida los “argumentos de autoridad”. Es decir que, por más encumbrado que sea el opinante, la posición que expresa no vale más que la de cualquier otro, porque la discusión científica sólo se basa en la solidez de la argumentación con que se sostiene una opinión determinada.
Para decirlo bien clarito. el más crack de los cracks puede equivocarse y el más novato de los novatos puede tener razón. La historia de la Ciencia está regada de páginas muy relevantes en las que todos los científicos encumbrados se equivocaron y alguna persona joven y no reconocida era quien atinaba. Naturalmente, esto tampoco puede ser un aliento a posiciones intelectualmente adolescentes, de oponerse a algún científico muy respetado por el simple hecho de querer mostrarse rebelde o mucho menos dejarse cegar por los celos, la envidia, o cualquier otra variante de la mezquindad o de la inmadurez.
Cuando la pandemia del COVID-19 recién se había instalado en el Uruguay, el presidente Lacalle Pou generó el Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) para asesorarlo en el análisis de la situación y caminos a tomar. En estos días, el grupo está recibiendo un “entierro de lujo”, planteándose un homenaje público para el 8 de julio, tras haberlo desligado de la responsabilidad asignada e ignorar buena parte de sus recomendaciones desde febrero.
La actuación del GACH en las diversas etapas de sus aproximadamente 15 meses de actuación ha sido objeto de polémicas. Ha merecido opiniones diversas en los actores políticos y discusiones societarias, con valoraciones que van desde el panegírico hasta la demonización, con todos los puntos intermedios imaginables. Más aún, particularmente entre algunos actores políticos, se han dado valoraciones oscilantes: de las loas y alabanzas iniciales, se pasó a la crítica y sugerencia de estar queriendo asumir el gobierno del país y perseguir objetivos partidarios, con clara asociación entre estos virajes y el grado de coincidencia o discrepancia entre las recomendaciones del GACH y las acciones del gobierno. Pero más aún, no es un secreto para nadie que también ha habido polémicas sobre la actuación del GACH dentro de los ámbitos científicos. Nuevamente el menú ha sido amplio: desde el completo aval y reconocimiento, hasta la crítica muy severa por el rol asumido o la forma de implementarlo, con toda la gama intermedia imaginable.
No vamos a opinar al respecto, pero lo que importa aquí es dejar bien claro que el GACH y su actuación son un tema polémico, sobre el cual se pueden tener distintas visiones, y, punto nada menor, dejar constancia que no pretendemos realizar ningún tipo de “defensa corporativa” en torno a su actuación.
Quienes nos dedicamos a la actividad científica, obviamente conocemos al Doctor Rafael Radi desde hace ya mucho tiempo, por la sencilla razón de que es un científico muy destacado. Si bien su nombre ha aparecido en el pasado reiteradas veces en los medios masivos de comunicación por distinciones que ha recibido durante su carrera, es evidente que es justamente su rol de principal referente del GACH lo que lo ha hecho conocido para la mayoría de la sociedad.
Recientemente se dispuso custodia policial en el hogar del Doctor Radi, tras haberse pintado en su fachada frases amenazantes tildándolo de traidor o de operador del “biocontrol del Partido Comunista Chino“ (sic). Obviamente, independientemente de cómo se valore el accionar del GACH, es de orden solidarizarse con el Doctor Radi ante estos hechos. Además, lo delirante de la acusación y lo que parece indicar la investigación en curso, apuntan a un hecho aislado protagonizado por una persona a la que se realizará pericia psiquiátrica. Pero veamos más allá del hecho puntual, ya que no pocos procesos sociales muy graves inicialmente emergen bajo la forma de actos aislados y de apariencia delirante.
En los últimos tiempos la incomodidad generada en el gobierno por opiniones científicas varias (no sólo el GACH), ha llevado a varios de sus voceros, como mencionábamos anteriormente, a sostener un discurso de que los científicos pretenden conducir el país, que se lava el cerebro en la Universidad de la República para crear operadores de la izquierda, etc. Afirmaciones que, para cualquier persona que conozca efectivamente las comunidades e instituciones aludidas, son de una falsedad y ridiculez superlativa. Ese hecho, sumado a que la autora de algunas de esas
expresiones es una parlamentaria a la que nadie toma muy en serio, hicieron que no se haya prestado particular atención a la “manija” que se estaba dando contra la Ciencia y los científicos. La aparición de este hecho puntual, por delirante que sea, empieza a llamar la atención sobre algo muy básico: no hay “manija” sistemática sin consecuencias, y por eso, no puede minimizarse.
La formación científica de una sociedad suele ser muy inconveniente para quienes pretenden dominarla. La capacidad de pensar críticamente y de forma consistente, la capacidad de procesar y analizar información cuantitativa, el conocimiento específico de diversos terrenos de la experiencia humana, habilitan a cuestionar la ideología hegemónica.
La educación en general, y en estos tiempos, muy particularmente la formación científica en su sentido más amplio (incluyendo las ciencias sociales, económicas, y las habitualmente denominadas “humanidades”), puede ser una herramienta que habilite a proponer discursos alternativos sólidos. Puede serlo, porque es evidente (y ese hecho lo ignora la reciente “manija“), que en todas las épocas y latitudes hay quienes ponen la Ciencia, su conocimiento y su talento personal, al servicio del poder fáctico. Como toda herramienta, la formación científica puede usarse para construir o para lacerar.
Pero en fases donde las estrategias de dominación se vuelven particularmente agresivas, el simple “puede serlo” ya es considerado un riesgo inaceptable para el poder. No es azar que los movimientos fascistas que llegan al poder quemen o prohíban enormes cantidades de libros, no es azar que tomen por asalto las universidades, las paupericen intelectualmente, permitiendo trabajar allí sólo a sus acólitos y que pretendan transformarlas en centros de sumiso adoctrinamiento. Mussolini., Franco, Hitler, las dictaduras del Plan Cóndor, dieron esos pasos. La fase más salvaje de la dominación capitalista, la dictadura del gran capital, expresa en forma muy radical una tendencia que siempre late en la derecha política y en el poder económico: perseguir el saber, el pensar y sobre todo, el saber pensar.
En el Uruguay de hoy, los 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración (LUC) que pretendemos derogar nos refieren claramente a una ofensiva inusualmente agresiva y global de la derecha, con claros elementos fascistas en su raíz y desarrollo.
No estamos tildando de fascista al gobierno, pero sí decimos que su “manifiesto” (la LUC) y su accionar tienen claros componentes fascistas
No se trata pues de hechos menores, delirantes y casi pintorescos. Es en realidad el velo que se corre por un momento, mostrando el verdadero rostro de la bestia que veremos desatarse a pleno si no frenamos a tiempo la gran ofensiva de la derecha en curso.

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