Gonzalo Perera
Casi siempre, al final de un partido de fútbol, el jugador que claramente “la rompió”, al ser entrevistado por los medios, diluye su mérito en el trabajo colectivo, en el grupo, en la unión del mismo. Son códigos, que le llaman, y en cierto modo reflejan la verdad, porque en un deporte colectivo nadie brilla solo, sin la ayuda y apoyo de todo su equipo. Pero convengamos que no pocas veces, sobre todo en disputas parejas, la diferencia la hace la inspiración y el talento de alguna individualidad, que inclina la balanza en favor de su equipo.
Sin embargo, hay ocasiones, particularmente cuando se enfrentan dos equipos que en los papeles tienen potenciales muy diferentes y gana el que a priori no se esperaba, en que realmente la victoria es absolutamente colectiva, al punto que se hace imposible distinguir al mejor jugador del partido.
Porque el equipo que sabe que enfrenta un rival poderoso, prepara inteligentemente el partido, todos los jugadores se apegan a rajatabla al plan de juego y cada uno ejecuta sin equivocaciones su rol en el mismo, manteniéndose enfocado y concentrado absolutamente todo el partido, construyendo un rendimiento colectivo superlativo, sin que ningún individuo en particular logre descollar. No es algo que pase todas las semanas, pero ha pasado muchísimas veces (incluso puedo recordar con precisión varias) que la estrella del partido sea todo el equipo, que logra una victoria para mucho impensada.
La política, al menos en los medios hegemónicos, suele pensarse en términos de individualidades en el relativamente reducido conjunto de personas que en cada época y contexto son líderes o referentes de algún movimiento o partido. Sin entrar en sutilezas ideológicas sobre clases e intereses, esa visión es evidentemente reduccionista y equivocada. Para empezar, la mayoría de los líderes o referentes son estrellas fugaces. Son muy pocas las personas que logran permanecer en posiciones de liderazgo más de una década. Si bien los liderazgos son fenómenos naturales y hay personas que tienen características personales que le hacen más probable ser referentes de un colectivo, son justamente los colectivos los que erigen o tumban sus conductores. El objeto central de análisis en la política son los colectivos, que se dejan representar por alguien durante cierto tiempo, pero antes, durante y después de esa delegación, los colectivos existen, tienen intereses, problemas, aspiraciones, etc., que los llevan a tomar posturas políticas en favor o en contra de cualquier iniciativa. Naturalmente, es mucho más complejo analizar y entender un colectivo que un individuo. Naturalmente, es mucho más fácil banalizar la política siguiendo las anécdotas personales de algún individuo que examinando los pensamientos o estados de ánimo de todo un colectivo. Es comprensible que los medios hegemónicos individualicen el análisis político, es parte de su tarea de confusión y manipulación, por lo cual obviamente uno debe tomar rumbos muy distintos.
Hay colectivos que pueden atesorar posiciones durante periodos muy prolongados.
Mi abuelo materno hablaba catalán, lo cual estuvo terminantemente prohibido en su tierra durante 38 años, al cabo de los cuales se volvió a hablar masivamente. quizás hasta más que antes, como respuesta a la represión.
Cuando el 57% del electorado uruguayo salvó la democracia en el plebiscito de 1980, nuestro país llevaba más de 7 años sufriendo la dictadura y una feroz represión. Si bien se permitió un breve espacio de expresión a opiniones por el NO, contra el adefesio de reforma constitucional promovido por la dictadura, la desigualdad de condiciones con la apabullante propaganda por el SI que aparecía en los medios hegemónicos, hacía lógico temer el triunfo electoral de la dictadura. Sin embargo, fue monumental el revolcón y en primerísimo lugar se debió a la resistencia silenciosa que se cultivó en la mayoría de los hogares, donde se transmitía en susurros pero con claridad que nuestro pueblo no quiere saber nada con capuchas, plantones, torturas, desapariciones y todos los horrores que por aquel entonces se vivían.
Los ejemplos se podrían multiplicar, pero lo relevante está claro: en lo profundo de los pueblos hay colectivos que construyen, custodian y atesoran valores, principios, cultura, etc., independientemente de cuán adverso sea el contexto en que se encuentren.
En octubre, junto a las elecciones nacionales debemos pronunciarnos sobre cómo queremos que sean las jubilaciones y pensiones en el Uruguay, a raíz de la iniciativa surgida en la central sindical.
Los medios hegemónicos sistemáticamente repasan al respecto la postura de referentes de la política partidaria, fieles a su habitual estilo. A nivel de política partidaria, son más los sectores que no apoyan la iniciativa, con un amplio abanico de posturas, que van desde coincidir con el propósito pero discrepar con la forma, hasta defender a capa y espada el actual sistema de jubilaciones y pensiones, ferozmente deteriorado por el actual gobierno. Ese repaso mediático intenta construir una sensación de consenso en contra de la postura promovida por el campo popular.
A lo sumo, algunos han publicado alguna encuesta sobre cómo ve la población la temática y ya en ese plano, hay un cambio muy sustantivo respecto al “pseudoconsenso” mediático. Las encuestas serias sobre el punto muestran, para el tiempo que falta, paridad de posturas y resultado difícil de predecir.
Sin embargo, aunque sea más trabajoso, se empieza a adquirir una percepción muy distinta cuando se habla con la gente, con las vecinas y vecinos. Cuando uno se sumerge en el colectivo, a ver qué opiniones encuentra. Si uno pregunta por tres ejes básicos de la iniciativa popular como son el tener derecho a jubilarse a los 60 años, equiparar la jubilación mínima con el salario mínimo e impedir que los fondos de jubilaciones y pensiones sean usados con fines lucrativos por empresas financieras que los “administran”, cuesta muchísimo encontrar una persona que no manifieste su acuerdo con los tres enunciados. Realmente muchísimo, atravesando transversalmente muy diversas formas de pensar. Personas que presumiblemente en octubre voten muy diferente, entendiendo que en el plebiscito están en juego esos tres puntos, están dispuestos a apoyar la iniciativa, con absoluta prescindencia de lo que diga o deje de decir el partido o referente al que vota.
La victoria plebiscitaria en octubre será un nuevo hecho histórico que muestra que en nuestro pueblo hay convicciones bien asentadas y recordará que es el colectivo el que hace los liderazgos, y no al revés. Será además un enorme espaldarazo para un gobierno que haga suya la agenda popular.
Más allá de las manipulaciones y distracciones hegemónicas, la conquista de adhesiones para el plebiscito hay que hacerla “pueblo adentro”, planteando respetuosa y claramente los importantes hechos concretos que se desprenden de cada voto, sabiendo que temas como los planteados generan una importante adhesión.
En las pantallas y micrófonos, el viente sopla en contra y por momentos parece huracanado. No es ahí que hay que jugar el partido. Es mano a mano, conversación por conversación, sin banderas ni consignas, simplemente con los hechos que es necesario alcanzar entre todos. Con cada quien haciendo su función, cubriendo su zona con total concentración, este partido se gana, aunque nadie en particular brille.
Es mano a mano que se construye una nueva gran victoria de nuestro pueblo.