Gonzalo Perera.
Es copiosa la literatura, cinematografía, publicaciones en redes sociales y otras clarinadas mediáticas, que asimilan a los comunistas a una especie poco menos que despreciable. Con una curiosa falta de consenso y coherencia: holgazanes, revoltosos incansables (o lo uno, o lo otro). Burros, adoctrinadores de las actividades culturales y académicas (difícil que el burro ilumine, digamos). Apátridas importadores de modelos foráneos o pueblerinos que no entienden el mundo de hoy (dialéctica pura, si las hay). En fin, es tan profuso el “pensamiento” (digamos) fervorosamente anticomunista, que la lista de epítetos daría para varias páginas, siempre con esa falta de coherencia muy propia de las mentes calenturientas templadas al fuego del odio de clase.
Más allá de los poderes mágicos y contradictorios que con tanto fervor se nos atribuye, hay una realidad comunista muy simple y lejana de esa construcción mítica.
Los comunistas, en todas partes del mundo y en Uruguay desde hace ya 102 años, fuimos, somos y seremos, ante todo, seres humanos, personas que no tenemos ningún gen especial, que tenemos nuestras luces y sombras como todas, sentimos y pensamos como todas, amamos y sufrimos como todas.
Somos personas que adoptamos un lugar en el gran conflicto permanente que escribe la Historia, que adoptamos una metodología para entender esa lucha y entender cómo actuar, y que, al sumergirnos en ese colectivo llamado Partido Comunista, nosotros mismos nos hacemos parte de esa herramienta revolucionaria. Pero somos personas, y a ese lugar muy humano quisiera apuntar, intentando así abordar una tarea casi imposible, que es la de homenajear los 102 años de lucha de las y los comunistas uruguayos.
Un ejemplo de ser humano
Una pregunta que cada uno puede hacerse es por qué razón se hizo comunista, por qué ingresó a las filas de la UJC o PCU. A menudo, ese recuerdo tiene un nombre detrás. A veces no sólo uno, sino varios, pero todo cuanto diremos es igualmente aplicable tanto en un caso como en el otro.
Muchas veces, nos hicimos comunistas al influjo de otra persona como nosotros, que, siendo comunista, era muy especial. Si cada uno hurga en sus recuerdos, seguramente encontrará ese nombre (o esos nombres, tanto da, insisto). A veces es el de un familiar: un padre, una madre, un abuelo o abuela, una pareja, un hermano o hermana, no pocas veces un hijo o hija, por quien sentíamos un afecto muy especial como es propio a los vínculos de tal cercanía, pero que, además, admirábamos por ser y vivir de una manera especial, basada en otros valores, en otros objetivos, en otros “códigos” que los que la cultura hegemónica pretende inculcarnos. No eran ni perfectos, ni santos ni angelitos, eran queribles y admirables por auténticos y rebeldes. O por auténticamente rebeldes, que no son los que gritan un rato, sino los que viven y dan testimonio de otra forma de vivir y ser en el mundo durante largos períodos, en algunos casos durante toda la vida. Otras veces es el nombre de un amigo o amiga, otras alguien a quien leíamos, otras alguien que escuchábamos por radio, otras un músico, un poeta, etc. En muchos casos, sobre todo entre las clases trabajadoras, es el nombre de un compañero o compañera de trabajo, de esos que labura como ninguno, pero que además es solidario, hace propios los dolores ajenos, busca organizar la lucha por la defensa de los derechos y nunca teme ponerles cara a los reclamos.
Los vínculos pueden ser múltiples, con algún grado de cercanía, afecto o ámbito común, que permite que día a día el testimonio vaya concitando atención primero, reconocimiento o incluso admiración después y finalmente, la decisión de sumar el propio aporte a esa manera de vivir. E insistimos con manera de vivir, porque nadie es comunista solamente por lo que dice, sino por todo lo que hace, por la forma en que vive su vida, que obviamente incluye lo que dice, pero también abarca la coherencia entre sus dichos y los hechos de su accionar cotidiano.
Cuando muchas y mucho de nosotros hacemos ese ejercicio y llegamos hasta ese nombre, unos cuantos nos encontraremos que, de diversas maneras, de alguna forma, ese nombre ya no está en nuestras filas.
A veces es porque la vida lo llevó por otro camino y, sea cual sea la opinión que ese cambio de rumbo nos merezca, nada borra lo que nos dejó a cada uno por habernos impulsado a ser parte de esta rica historia de 102 años.
Un ejemplo de comunista
Pero en muchas, demasiadas veces, la razón de que no esté entre nosotros no es que voluntariamente tomó otra bandera, sino la realidad más dura y difícil de aceptar. Cuando nos enteramos de que, para ese nombre tan especial, en el reloj de arena de su vida, ya cayó hasta el último granito, y haya durado lo que haya durado, debemos intentar entender que su pasaje por la vida se haya terminado. A todos ellos siempre los recordamos y recordaremos muy especialmente, con “honor y gloria”, porque ellos no fueron, son. Los caprichos de la Parca son tan incomprensibles como inapelables, lamentablemente, pero no por ello laudan nada en nuestros sentimientos y convicciones más profundas. Todo aquel que dedicó tiempo y esfuerzo a parte de estos 102 años de construcción revolucionaria organizada de las clases trabajadoras y del pueblo uruguayo, aunque no lo podamos ver, ni se fue, ni se va nunca. Está en cada camarada, está en cada bandera, en cada agrupación, en cada reunión en un sindicato, gremio u organización social donde arda el mismo fuego sagrado que los animó.
Si se me permite y con el mayor de los respetos, la frase más clara al respecto no viene del Manifiesto Comunista, sino del Evangelio de Mateo, donde el Nazareno dice a sus discípulos: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. En todos los lugares y ámbitos donde se haga una reunión para hacer Partido o para edificar su camino revolucionario en la base de la sociedad, están todos y cada uno de estos nombres que tuvimos que despedir con una rosa. No es sensiblería, es tener conciencia que el 102 aniversario se puede homenajear de muchas maneras, pero ninguna mejor que reunir unos cuantos para seguir construyendo y profundizando el legado, porque para eso nos dieron su precioso tiempo y testimonio, tantas y tantos.
En cada reunión de agrupación de este 102 aniversario, en las fotos de discusiones siempre democráticas, rigurosas y fraternales, o en las fotos de sonrisas de múltiples generaciones luciendo con orgullo las banderas rojas, si se cierra un poquito los ojos y se mira desde lo más profundo de nuestro ser, aparecen multitudes. Aparecen todas las caras y todos los nombres de trabajadores, de familiares, de amigos, de intelectuales, de vecinos, de compañeros de andanzas por alguno de los múltiples escenarios de la aventura humana, que fueron decisivos para que hoy nosotros seamos parte visible de la foto. Aparecen los nombres ilustres, que todos conocemos por su legado público, pero también ese o esos nombres, que son inolvidables para cada uno de nosotros, aunque quizás poco conocidos para muchos otros.
El Partido Comunista del Uruguay es una construcción histórica humana, profundamente humana. Cada pedacito de su legado no es un relato en papel, es el resultado de muchas vidas. Con cambios, con la dinámica que tiene toda construcción humana, pero donde el paso de hoy no sería posible sin el de ayer, ni el de anteayer, etc.
Para todos esos nombres, honor y gloria. Por ellos, a continuar construyendo.
Foto de portada
Militantes durante el homenaje al PCU en el Parlamento por su 100 aniversario. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS