Por Ignacio Martínez
Es frecuente oír que vivimos en la mejor democracia del mundo, en un paraíso de libertades. El mismo presidente de la República hizo galas de ello en la reciente reunión de la CELAC en México, repitiendo viejos decires junto a eternas omisiones, entre otros países, contra Cuba,
Yo afirmo que el nivel de participación electoral del pueblo de Cuba es intenso, constante y protagónico a través de todos los niveles de la estructura del Estado. Si entendemos la democracia como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, Cuba tiene sobrados ejemplos de esa práctica constante.
EEUU y sus seguidores, no pueden soportar que Cuba trate de seguir su camino propio y decidir su destino. ¿Hay críticas para hacer y cambios a transitar? Por supuesto, pero será su propio pueblo quien los realice, sin injerencia alguna del exterior.
No pueden soportar un país que se quiera salir de las reglas capitalistas ni de los modelos de democracias huecas, como lo ha hecho Cuba. Por eso y no por otra cosa, es que agreden sistemáticamente a este país hermano.
En los eternos opositores al socialismo, no he visto la misma vehemencia para criticar al golpista de Bolsonaro o a Colombia y Guatemala con sus cientos de luchadores sociales asesinados o a Honduras y las larguísimas caravanas de emigrantes tratando de llegar a EEUU. ¿Qué ha hecho la CELAC y la OEA por Haití, por ejemplo? ¿Qué han hecho para romper con el bloqueo a Cuba que impide la importación de jeringas? ¿Cuándo han reconocido la inestimable solidaridad del pueblo cubano, expresada en maestros y médicos asistiendo otros pueblos?
Nuestras democracias no son las mejores. Se vuelven cáscaras vacías cuando esconden las crecientes injusticias sociales, el debilitamiento del Estado para privatizar sus empresas, la mentira, la difamación y la tergiversación para crear opinión pública al servicio de las minorías poderosas, el enriquecimiento del sector agroexportador que no compensa las arcas del Estado al cual, por lo contrario, le reclaman todo tipo de exoneraciones, ayudas y subsidios.
Uruguay enfrenta una aguda retracción económica: 5,9% del PIB en 2020. Tras la pandemia, 100.000 personas ingresaron a la pobreza y 7.000 a la indigencia. La pobreza afecta a más de 400.000 uruguayos. La indigencia se duplicó y alcanza a más de 14.000 compatriotas. ¿De qué democracia se habla? ¿De qué libertad?
Es imperioso oír el mismo entusiasmo que se utiliza para criticar a Cuba para corregir estos flagelos sociales.
Los sectores humildes de Cuba viven mucho mejor que los pobres en Uruguay. Reconozco, sin embargo, que la clase media cubana vive muy por debajo que la clase media de nuestro país. ¿Eso a qué obedece? A todos tienen las necesidades básica satisfechas y que las diferencias sociales en Cuba se han reducido, mientras que las de nuestro país se han incrementado. La grieta que separa a ricos y pobres en América Latina es la más honda y ancha del mundo. No así en Cuba. Otro gallo cantaría si Cuba no padeciera un bloqueo que la asedia y agrede, provocado por EEUU desde hace más de 60 años. Entonces, que los foros internacionales se dediquen a construir soluciones, solidaridad, ayudas, para que las grandes mayorías del continente vivan en democracia, en libertad y en bienestar. Este debe ser el discurso de nuestro presidente en esos ámbitos. He dicho.
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