Por Rolando Arbesún
Decía Antonio Maceo, conocido en Cuba como “El Titán de Bronce”, que quien intentara “apoderarse de Cuba, solo recogería el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha”.
La frase ha sido, desde siempre, al menos para los cubanos que ven “la luz del sol”, una orden de combate.
Ayer, las huestes de la USAID intentaron tomar las calles de San Antonio de los Baños.
En su alucinatoria percepción de los problemas económicos y financieros de la Isla, se imaginaron a sí mismos como “libertadores”.
Adoradores de las grandilocuencias, imaginan para el pueblo cubano, una supuesta épica salvífica que provenga del Norte revuelto y brutal que siempre los ha despreciado.
Ávidos del vil metal que les llega desde el Norte, inundaron las redes, vociferaban que, “al fin habría allí, una primavera”.
Vacíos de decoro, al decir de Martí, salieron a unas calles para pretender hacer de ellas, posibles continuidades de aquellas desde donde parten, y siempre han partido, todos los ataques.
De forma inmediata, los hombres y mujeres que en la Isla llevan “en sí el decoro de muchos hombres”, les recordaron que, desde 1959, “las calles son para los revolucionarios”.
Los dueños de las calles en Cuba, mal que les pese a los que ansían verla convertida en una estrella más del monstruo, padecen las penurias cotidianas de una vida donde las carencias son duras.
Estos hombres y mujeres, no salen a defender sus calles “desde una mesa repleta y un auto elegante”.
Tienen los olores de aquellos que, como canta Silvio, no dudan en estar del lado de los “necios”, que es la forma revolucionaria de elegir estar del lado “del taller y de la mesa sin mantel”.
Para tomar las calles, para nombrarlas como suyas, no alcanza con extender las billeteras, no se las mantiene ocupadas vociferando “libertades” inexistentes en ese modelo de cartón que les vendieron.
No es la primera vez, y como es previsible, no será la última, que aquellos adoradores egoístas de las fanfarrias, se preanuncian como pueblo, cuando en la realidad solo recuerdan a este cuando ven en su uso una vía fértil para poder autoengordarse.
Devoradores de pueblos, eso son, ellos no fundan nada porque vacíos como están de historia no pueden empuñar el machete de Maceo, ni lanzarse al combate sin temerle a nada como hiciera Martí.
Ellos, los que ayer quisieron apropiarse de las calles para convertirlas así en sus cotos de caza, olvidan que la Revolución cubana no viajó desde Europa, ni se nutrió de permisos nórdicos.
¿Volverán a intentarlo?, no hay dudas que sí, es lo que han hecho en todos estos años, lo recordó meridianamente el presidente cubano cuando en su intervención especial del domingo dijo:
“A Estados Unidos le ha molestado mucho durante 60 años el ejemplo de la Revolución Cubana y constantemente han estado arreciando…, han estado aplicando un bloqueo injusto, criminal, cruel, recrudecido ahora, peor en condiciones de pandemia. Ahí está la perversidad manifiesta, la maldad de todas esas intenciones: bloqueo y acciones restrictivas, que nunca han tomado contra ningún otro país, ni contra los que ellos consideran sus principales enemigos (…) ha sido una labor y una política de saña contra una pequeña Isla, que solo aspira a defender su independencia, su soberanía y construir, con autodeterminación, su sociedad de acuerdo con los principios que más de un 86 % ha aprobado, ha apoyado en el ejercicio amplio y democrático, que sostuvimos, para aprobar la actual Constitución de la República de Cuba”.
Nada en la historia de Cuba puede entenderse por fuera de la disputa histórica con los Estados Unidos, quien olvide esto, sabiéndolo o no, de forma automática se hinca de rodillas.
Pero a los cubanos que miran la luz del sol que buscaba Martí, la pose de hincarse de rodillas no los define, laten en ellos aquellas palabras del último discurso de Camilo Cienfuegos, cuando dijera:
“Tan alta y firme como la Sierra Maestra es hoy la vergüenza, la dignidad y el valor del pueblo de Cuba. […] Tan alto como el pico invencible del Turquino, es hoy y será siempre el apoyo de este pueblo cubano a la Revolución que se hizo para este pueblo cubano”.
Lo decía Fidel, “en el pueblo hay muchos Camilos”.
Hoy, hay en Cuba un pueblo que defiende sus calles y que, en gesto de eterna fidelidad a su historia, les recuerda a los nuevos personeros del Norte que: “para detener esta Revolución cubanísima, tiene que morir un pueblo entero y si eso llegara a pasar, serían una realidad los versos de Bonifacio Byrne: «Si deshecha en menudos pedazos / se llega a ver mi bandera algún día, / nuestros muertos, alzando los brazos, / la sabrán defender todavía” (…) De rodillas nos pondremos una vez y una vez inclinaremos nuestras frentes y será el día que lleguemos a la tierra cubana que guarda veinte mil cubanos, para decirles: «¡Hermanos, la Revolución está hecha, vuestra sangre no salió en balde!».
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