Las dos caras ante el espejo

Por Gonzalo Perera

Las noche del 24, para muchas personas son el recordatorio del nacimiento de un pequeño nazareno, en un pobre pesebre de Belén, huyendo de la crueldad asesina del poder, hijo de un humilde carpintero y de una joven mujer que se suponía “no había conocido varón”, hecho que seguramente la ubicara bajo la mirada condenatoria de la sociedad. Estas personas se identifican como seguidores de ese pequeño refugiado, con sus dichos, con su testimonio, con sus enseñanzas.

Entre ellas se encuentra buena parte de las élites sociales de América Latina, de las clases dominantes.

Que logran cada Navidad conciliar el decirse seguidor de quien corrió los mercaderes del templo, de quien dijo que sería más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que lograr que un rico entre en el reino de los cielos, de quien permanente predicó desde y para la comunidad, compartiendo el pan y el vino, con, por otro lado, definirse como liberales económicamente. Que por lo tanto apuestan todo a la iniciativa individual, que consideran el egoísmo y la ambición individual como los motores de la sociedad, que predican, sin tapujo que “no hay capitalismo sin lágrimas” y que por ende, debe haber quien se quede sin trabajo, empresas que se fundan, familias que sufran penurias para que otros puedan acumular capital y ser los “triunfadores” en la hipotética “libre competencia” en los sacralizados “mercados”.

No deja de sorprenderme año a año ese desdoblamiento, que venera la humildad, los valores de solidaridad y espíritu comunitario durante más o menos una hora a la semana, para antes y después, pensar cómo hacer para acumular más riqueza o cómo sacarle hasta la ropa a algún competidor. La imagen más parecida que se me ocurre es la de un cazador profesional que una vez a la semana participa de las reuniones de una sociedad de defensa de la vida animal.

Siempre me he preguntado como se compartimentan esas mentes, como se desdoblan, para que ninguna de sus dos facetas inquiete o inhiba a la otra. Pero de algún modo lo logran, en una suerte de “mal milagro” de Navidad.

Porque veneran la imagen de María en el pesebre, pero nunca se les ocurriría que uno de sus hijos pudiera ser pareja de “la muchacha” (denominación clasista de las trabajadoras domésticas) de alguna casa de su nivel. Porque veneran a Magdalena, la prostituta, pero obviamente ponen el grito en el cielo ante las diversas formas de trabajo sexual. Porque juzgan y consideran condenables los movimientos LGBT, las mujeres que ejercen a plenitud sus derechos, los trabajadores que se organizan para luchar por los suyos. Juzgan y condenan, una y otra vez, mientras cada tanto escuchan con devoción aquello de que “el que no tenga pecado que tire la primera piedra”. Porque aparentemente todos quienes el nazareno consideró bienaventurados en su memorable “Sermón de la montaña” están en la vereda del frente, son sus molestos enemigos. Porque veneran a quien fue cruelmente torturado y aún más cruelmente ejecutado por crucifixión, pero no entienden y repudian la lucha por Memoria, Verdad y Justicia que desarrolla con ejemplar perseverancia nuestro pueblo y las organizaciones en defensa de los Derechos Humanos. Porque celebran la multiplicación de los panes y los peces, para así compartir entre todos el alimento necesario para que nadie pase hambre, pero no quieren que les cobren impuestos, o los evaden, o critican al MIDES y a los “vagos” que reciben sus beneficios. Porque idolatran a un perseguido por el mayor imperio de la época, que martirizó con singular crueldad a sus seguidores, llegándolos a usar como alimento para los leones en sus circos, pero son admiradores y seguidores del mayor y más asesino imperio de nuestra época, los Estados Unidos de Norte América, la Roma de nuestros días.

Naturalmente, no todos los cristianos son así, por cierto que no. Ni siquiera todos los cristianos que nacen en un hogar acomodado. Hay quienes se toman en serio los Evangelios y los llevan a su vida, que orientan hacia la solidaridad y ponerse siempre en el lugar del más débil, del desprotegido, marginado, vulnerado, despreciado. Que por ende tienen una sensibilidad social y una visión política con la que tenemos gran afinidad, pues buscan una sociedad realmente justa, igual que nosotros. Porque poco importa si a esa opción se llega desde los Evangelios o El Capital, importa de qué lado se está en los conflictos sociales y políticos. Hay cristianos admirables por su coherencia, por su entrega y los hay incluso entre los rostros que desfilan en las marchas del silencio. En toda América Latina, hay cristianos que, por seguir a su maestro, lo acompañan hasta el martirio. Obviamente no sólo nos merecen respeto sino profunda admiración y caminar juntos, codo con codo, por la vida.

Pero entre los círculos más “selectos” de la sociedad no son pocos los ejemplos de los que del nazareno se acuerdan apenas una hora por semana o en algunas ocasiones especiales. Para después, como dijera Blades, no permitir que sus hijos jueguen con “chicos de color extraño”. Para desarrollar una coraza de indiferencia ante el sufrimiento popular. Para sólo mezclarse y formar parejas con “gente bien”, estudiar en colegios de “gente bien”, haciendo todo lo posible para aislarse de la simple y sencilla buena gente, que la rema todos los días y pasa privaciones de todo tipo.

Aunque no pueda entender cómo funcionan estas mentalidades desdobladas en dos facetas absolutamente antagónicas, no dejo de creer en la posibilidad de que los seres humanos puedan cambiar. Porque grandes revolucionarios recorrieron parte de su vida entre condiciones de privilegio y sin conciencia de ello, hasta que poco a poco la vida les fue mostrando la dura realidad, y, llegado el momento, tomaron la opción correcta, la de ponerse del lado de los pueblos.

Por ello aunque no entienda esa forma de vivir, les deseo un regalo muy especial para esta Navidad. Un acto cercano al milagro, podría decirse.

Cuando estén en su burbuja (no sólo sanitaria, también social e ideológica), tomando de botellas que cuestan lo que muchos uruguayos no llegan a ganar en un mes, comiendo lo mejor, en espléndidas casas tan lejanas a aquel humilde pesebre de Belén, cuando estén imbuidos de las satisfacciones que les brindan sus privilegios, les deseo que en algún momento de la noche se crucen con un espejo. Pero con un espejo muy particular. Uno que aunque sea por un instante, les permita ver sus dos rostros. El que se arrodilla frente a una imagen del crucificado y el que desprecia y margina a quienes pertenecen a la misma clase social que el nazareno. Que vean que no es posible caminar por el mundo con dos caras antagónicas. Que se descubran en su contradicción. Y si fuera posible, inicien el camino que en el cristianismo se llama “conversión”, que equivale a cambiar su vida, para orientarla a los valores que dicen venerar.

No expreso este deseo desde ningún sentimiento de superioridad, ni de juez de nadie, ni con la menor carga de odio o rencor. Lo hago desde el lugar del que sabe que es posible cambiar, que cuesta, que lleva su proceso, pero que si algo caracteriza al ser humano es su capacidad de cambiar y modificar el mundo que lo rodea. Y lo hago, en el fondo, más que por cualquier sentimiento negativo, por un acto de amor. El verdadero amor navideño, el que se dirige a toda la especie humana, pero no como “cándida moraleja”, sino como motor para buscar lo mejor de cada persona para unirse en la búsqueda de una mejor sociedad.

A todas y todos, Felicidades. Y a quienes aún cargan los dos rostros contrapuestos sin saberlo, que la Navidad les brinde la ocasión de descubrirlo, y que sea el comienzo de su conversión. Se los deseo de corazón, con la mayor sinceridad y con la más profunda fe en la especie humana.

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