Gonzalo Perera
El 2000 fue, por razones personales, un año inolvidable. Fue también escenario de una importante huelga universitaria, en momentos en que nos gobernaba el Dr. Jorge Batlle, cuya visión de la economía y la sociedad era completamente fundamentalista: lo que resuelve el mercado y opera un privado, está bien. El Estado, debe achicarse y las políticas sociales deben surgir del “derrame” de la riqueza privada o del “crecimiento de la torta”. Sabemos a qué nos condujo ese gobierno, al que solamente elogiaban algunas “gremiales” de la oligarquía rural (mientras los pequeños productores rurales se arruinaban), “por apostar a la vaca que ganó” (sic). Nos condujo a un desastre nunca visto, fruto de la inflexibilidad de sus dogmas financieros y la laxitud de sus controles para quienes en dichos mercados practican, cada dos décadas, el arte del vaciamiento bancario.
Hoy estamos ante un escenario similar. El gobierno practica el confesionalismo económico, área en la que no razona, sino que predica y hace propaganda. El producto crece, la distribución de la riqueza se concentra de manera superlativa, y la pobreza y carencias alimentarias crecen vertiginosamente, particularmente en la infancia.
Y una vez más, los gremios de la Universidad de la República, esta vez mucho más extendidos en el territorio nacional, deben involucrarse en una huelga de dimensiones inusuales.
Antes que desde alguna banca parlamentaria comience a dispensarse fruta sobre el “adoctrinamiento” universitario, recordemos que los gremios universitarios también hicieron reclamos o movilizaciones durante las administraciones frentistas. Que, además, en temas de presupuesto universitario, si bien en promedio implicaron una recuperación e impulso de la actividad universitaria, no fueron constantes ni lineales. En algunos períodos y en algunas áreas la atención presupuestal fue mejor, por ejemplo. En todos los gobiernos frenteamplistas los gremios reclamaron más de lo conseguido, pero es claro que comparar presupuestos que permitían crecer al menos en algunas direcciones, o mantener lo desarrollado, no tiene absolutamente nada que ver con la situación actual. La misma, planteada claramente en la Rendición de Cuentas, es de amputación de recursos y pone en riesgo la posibilidad ya no de seguir creciendo, sino de no poder mantener lo que existe, en cantidad o calidad.
Cuando, ante la vergonzosa actitud del gobierno hacia la Universidad a la que aplaudió y de la cual recibió amplia respuesta técnica durante los momentos más oscuros de la pandemia, los gremios llaman a la huelga, el Presidente de la República y el Ministro de Educación y Cultura, se permitieron criticar, diciendo que al final, si no hay clases, los que pagan son los estudiantes. Es realmente curioso que un egresado (el presidente) y un ex rector (el ministro) de una universidad privada, donde muy literalmente, los que pagan siempre son los estudiantes (y de eso muchos viven y algunos lucran), tengan este sorpresivo ataque de sensibilidad sobre la situación de nuestros jóvenes. Sobre todo porque las clases que faltan ahora y pueden faltar de aquí en más se deben a que, con exportaciones récord, con PBI en crecimiento, con recaudación fiscal creciente (contra toda promesa electoral), en lugar de destinar los recursos que están disponibles a generar más cargos docentes, mejores condiciones de trabajo en la Universidad de la República y en general en la Educación Pública, se recortan las asignaciones y se trata de presentar el disminuir el recorte como una “concesión” . Esto, que no es ajeno a lo que pasa respecto a las políticas sociales en el MIDES, a las políticas de vivienda, de salud, etc., es la mayor culpa con la que deberá cargar este gobierno. Con sus políticas de subsidios inversos, donde las clases trabajadoras, jubilados y pensionistas, menguan sus haberes y condiciones de vida para llenar las arcas de la oligarquía nacional y del gran capital global, la fiesta de los muy pocos de siempre, la estamos pagando todos. Entre ellos los estudiantes, que están ingresando a la Universidad como nunca, en número, en áreas de estudio, en territorio, pero ya no podrán hacerlo si se recortan bestialmente los recursos destinados a las becas estudiantiles, a los salarios de docentes y funcionarios en general, y a los gastos e inversiones necesarios para la infraestructura educativa.
El gobierno gusta presentarse como moderno y juvenil, mientras postula modelos completamente perimidos. El mercado jamás hizo que llegara un derecho a quien no lo tenía; la solidaridad, el compromiso colectivo, el esfuerzo de la comunidad, expresada desde su base o la institucionalidad estatal, sí ha generado derechos que décadas atrás eran imposibles. No me lo cuenten, lo vivo. En el mismo pueblo donde nací y donde la mayoría de mis amigos de juventud no pudieron estudiar en la Universidad por lo que eso costaba, están estudiando y se están recibiendo, no sólo en carreras “cortas”, no sólo en carreras “largas” de grado, sino incluso en carreras de posgrado, muchísimos estudiantes de los que jamás podrían haberlo hecho sin la presencia territorial de la Universidad. Nadie dice que todo sea una maravilla, ni por asomo, pero que la diferencia entre lo que se vive hoy y lo que se vivía cuando yo era un jovencito, es abismal e innegable. Costó muchísimo esfuerzo eso. Hubo ciudadanos de todos los partidos políticos que se reunieron incansablemente para abrir espacios universitarios en nuestras comunidades del interior, durante más de una década. Nuevamente, no me lo cuenten, porque estuve y lo viví. Hasta que se “alinearon los planetas”, coincidiendo políticas nacionales, universitarias y departamentales para hacer realidad lo que siempre había sido imposible
Todo ese esfuerzo se puede perder, porque lo que se construye en décadas, se destruye en poco tiempo. Cuando, por ejemplo, jóvenes universitarios talentosos emigran, cuando pasan de la actividad universitaria a otra que les permita vivir, esa construcción titánica tambalea.
Pero, además, cuando el mundo entero atraviesa una de sus peores crisis económicas, sociales, diplomáticas y por supuesto que ambientales a nivel global, no nos salvará otra cosa que la apuesta a la inteligencia, a la creatividad, a la capacidad de desarrollo propio de soluciones para nuestros problemas, sin desconocer la experiencia mundial, pero sin complejos de inferioridad. Una vez más, (y habiendo siempre tenido dudas sobre la forma en que se organizó y expresó), lo que la capacidad de investigación y creación de la ciencia uruguaya aportó en el peor período de la pandemia, y que era motivo de aplauso, en las condiciones actuales es imposible que se sostenga y pueda recrearse ante un eventual desafío futuro.
Algunas encuestas revelan que más del 80% de la población considera que deberían atenderse adecuadamente las necesidades presupuestales universitarias.
Estoy seguro de que la inmensa mayoría de las personas de buena voluntad, sean del credo y pensar que sean, quieren que, en las escuelas públicas, en los CAIF, en las ollas populares si no se puede lograr en los hogares, toda persona y sobre todo los botijas, especialmente los chiquitos, coman bien, que nada les falte.
En los chiquitos y sus necesidades que no se pueden cubrir retroactivamente, en la Universidad, la educación superior, la investigación con y desde la comunidad, todo lo que hoy no se aporte, lo pagaremos absolutamente todos, y vaya a saber por cuánto tiempo.
Foto de portada:
Durante el inicio de la huelga de la UDELAR en Facultad de Medicina en Montevideo. Foto: Javier Calvelo/ adhocFOTOS.