20220526/Pablo Vignali/Uruguay/Montevideo/Stock/Fotografías de estudio de la moneda dólar estadounidense En la foto: Economía. Foto: Pablo Vignali / adhocFOTOS

Ni Blancanieves ni Caperucita

Gonzalo Perera
“Estoy esperando que aparezcan Blancanieves y los siete enanitos” fue la respuesta de mi amiga. Le había preguntado si haciendo abstracción del contexto social y político, no le parecía estar en un lugar irreal. Ella estaba en Mónaco, cosa que descubrí cuando me mandó una foto sentada en el monumento a Juan Manuel Fangio, una estatua del piloto dentro de su auto, imposible de confundir. Realmente, si uno recorre Mónaco y por un momento apaga el cerebro, le puede pasar que los paisajes naturales, las edificaciones, los yates de gran lujo lo asombren, porque uno ve cosas que no creía que existían y que no puede ni siquiera imaginarse cuánto cuestan. Naturalmente, con el cerebro encendido, uno ve que toda esa opulencia se basa en una verdadera cloaca financiera, un paraíso fiscal que no cobra impuestos a los grandes capitales que allí se instalan, ni tampoco les pregunta procedencia. En Mónaco se lavan, de diversas maneras, cifras colosales del dinero más sucio del mundo, proveniente de todo tipo de tráficos. Lo que podría ser asombro, a poco de pensar se vuelve asco: cada lujoso yate o edificio explica el hambre y miseria en que vive buena parte del planeta, que de una manera u otra ha sido privado de las más mínimas condiciones de vida para gestar las siderales acumulaciones de capital que allí se ostentan. De democracia ni se habla, la familia Rainiero conduce un principado, donde obviamente a nadie se le puede ocurrir pretender cambiar algo.

Curiosamente, en casi todos los lugares donde se hace la mayor ostentación de lujo y fortuna, no hay nada ni remotamente parecido a la democracia: Príncipes, emires, reyes, alguna forma de monarquía es lo que rige sus destinos.

Por sus convicciones personales uno cree que en realidad hay un único territorio que es el Planeta Tierra y un único pueblo, que es la especie humana que lo habita. Toda la compleja trama de Estados-Nación que surca el planeta con fronteras, en muchos casos imaginarias, es una etapa en el devenir histórico y algún día se superará. Pero no estando ese día a la vista, uno debe respetar el libre derecho de cada nación a determinar cómo gobernarse y no interferir o inmiscuirse, salvo que se esté procesando un genocidio, como sufre actualmente con el pueblo palestino.

Pero salvo situaciones de atrocidad como la mencionada, uno debe respetar el principio de que cada pueblo decide cómo gobernarse. Obviamente formas de gobierno que en general están regadas por la evolución de la lucha de clases en cada lugar y momento, pero esa actitud de respeto y no intervención es un pilar del derecho internacional.

El ejercerlo con coherencia no parece ser tan fácil, a poco que uno mire cualquier medio de comunicación hegemónico.

Hay muchas formas de democracia, por ejemplo, no una sola y pretender que una determinada forma sea la modélica para todo el planeta es una imposición contraria al derecho internacional. Pero más aún, es simple aritmética constatar que la mayoría de la humanidad vive bajo otros tipos de formas de gobierno que no son alguna de las variantes de la democracia, heredadas de la tradición helénica y en su mayoría moldeadas por las revoluciones liberales burguesas de fines de siglo XVIII y principio del XIX. Peor aún, relatos como los que hacíamos al principio dan cuenta que también las mayores concentraciones de recursos financieros están fuera del mandato de cualquier tipo de democracia.

Si un “comunicador social” (el mayor eufemismo para un guardián y promotor de la ideología hegemónica) se siente, por algún motivo cuasi místico, autorizado para reclamar que el mundo entero se debe gobernar por una democracia representativa al estilo de la que nos gobierna, se está equivocando y feo. Pero al menos podría equivocarse y feo con coherencia. Esto significa que cuestione coherentemente todos los apartamientos del régimen democrático, sean en Mónaco, el Vaticano o Qatar. Pero nadie escribe sobre las atrocidades que subyacen “al libro descuentos” monegasco. Y si se cuestiona al Vaticano los escándalos atroces de pedofilia, nunca se alcanza a considerar siquiera lo absurdo de su existencia como Estado-Nación que pretende ejercer tutela moral sobre el resto del mundo, teniendo como uno de sus pilares doctrinarios la infalibilidad papal en materia de doctrina (no era nada lo del ojo). Se me dirá que sólo en materia de doctrina, pero la pregunta es cuántas cosas de la vida concreta de las personas se tratan a nivel papal como materia de doctrina, y una vez instaladas en ese terreno, el pontífice es infalible y chau. Se suele decir que por una de esas materias de doctrina muchas mujeres han tenido que arriesgar sus vidas o perderlas para interrumpir un embarazo, cuando la influencia vaticana sobre otras naciones hacía esa práctica ilegal. A eso hay que agregar las decenas de millones de mujeres que, crecidas bajo la doctrina vaticana y habiendo debido interrumpir un embarazo, han convivido con un profundo y lacerante sentimiento de culpa, todo causado por lo que un varón impone como verdad.

Todas esas posibles críticas a regímenes monárquicos anacrónicos, basados en principio netamente autoritarios y privadores de derechos ajenos, los “comunicadores sociales” no las hacen. Sin embargo, las condenas hacia Cuba, Venezuela, Nicaragua se exigen como una suerte de certificado de fe democrática y no es casual que use un término que recuerda la dictadura. Si no se expresa una condena hacia esas situaciones, te llueve el bombardeo de agravios.

Lo peor no es ser soberbio, sino ser soberbio de manera profundamente incoherente, pidiendo todo tipo de pruebas para algunos y mirando para la fiambrera ante las flagrantes barbaridades de otros y sus crueles consecuencias.

Estos días nos han puesto a muchos de nosotros en ejercicios de esgrima discursiva con algunos “comunicadores sociales» que no son capaces de admitir que, aunque su prédica tenga una gran difusión, y en cierto nivel aceptación, algunos no vamos a mirar con lupa al Caribe ajeno para no mirar el Caram propio, por ejemplo.

Nosotros, que hemos tomado partido por la esperanza, tenemos un problema ante la mirada del poder. Nosotros siempre sabemos de qué lado estamos y contra qué estamos. Eso no quiere decir que no podamos ser críticos hacia lo que consideramos nuestro lado de la historia: de hecho, lo somos, cuando y donde corresponde. Eso no quiere decir que no podamos reconocer ningún mérito o acierto de quien consideramos del otro bando, porque la necedad nunca es revolucionaria, es necia, nomás. Pero no nos pidan que no le digamos fascista al que piensa como fascista, habla como fascista y actúa como fascista. Y no nos pidan que “dejemos tirado” al que consideramos de nuestro lado porque “no paga”, “no vende”, “no queda bien”, o “genera enconos”. Las personas que más honramos, nuestros mártires, dieron la vida por enfrentar el fascismo y siempre brindar solidaridad a los compañeros que pasan momentos difíciles.

Ni Blancanieves ni Caperucita, por más roja que sea. Sabemos que este mundo no tiene nada de un cuento infantil. Tiene luchas, desde la más básica que es la de clases, hasta las más específicas, como los derechos de pueblos como el palestino a vivir en paz en su tierra. Y nosotros, en las luchas tomamos partido, siempre por el explotado, por el jodido, por el abusado, por el invisibilizado, contra el explotador, el jodedor, el abusador, el invisibilizador.

Siempre, y si eso al poder le molesta, pues, mejor.

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