“Venceremos y será hermoso”

Así termina la declaración del Comando Chile Digno, una articulación unitaria de fuerzas políticas que jugó un papel central para lograr que se convocara primero y ganar después el plebiscito para terminar con la Constitución impuesta por la dictadura de Augusto Pinochet y democratizar Chile.

Es una hermosa y poderosa frase, que expresa compromiso con un también hermoso y poderoso objetivo: romper con la herencia maldita de la dictadura de Pinochet y construir una Chile democrática, lo que implica avanzar en superar las enormes desigualdades que hoy vive nuestro hermano pueblo.

Para ese objetivo el domingo el pueblo chileno dio un paso de gigante. En el plebiscito votó más de un 50%, porcentaje históricamente alto y más si se tiene en cuenta que el voto no era obligatorio, casi un 80% aprobó reformar la constitución y un porcentaje similar se pronunció porque se haga mediante una Convención Constituyente electa, íntegramente, por el voto ciudadano.

Esta votación expresa la síntesis política e ideológica de la sociedad chilena y está es de avance. Esta síntesis es hija de décadas de lucha, de acumulación, de resistencia al fascismo pinochetista, de enfrentamiento al neoliberalismo, al clasismo de una oligarquía elitista. Es hija de la luchas populares de los últimos años, de las marchas estudiantiles contra el primer gobierno de Sebastián Piñera, y, particularmente, de la rebelión popular iniciada hace un año.

Desde hace un año millones de chilenas y chilenos, con un gran protagonismo estudiantil, juvenil y de las y los trabajadores, salieron a las calles a expresar su rechazo a las brutales desigualdades del neoliberalismo y a decir basta.

Esta votación del domingo es un triunfo de la dignidad y el coraje de un pueblo contra la represión bestial instrumentada por un gobierno oligarca, graficada en esa institución de nefasta historia y terrible presente como los Carabineros, que algunos representantes de la derecha criolla ponían irresponsablemente como ejemplo de desempeño policial.

Esta votación también es un síntesis superadora de los gobiernos de la Concertación y el progresismo, que a pesar de haber avanzado en derechos e incluso haberle hecho cambios a la constitución pinochetista, han sido superados en su perspectiva política por la acción movilizada del pueblo en la calle.

La Constitución vigente aún en Chile fue impuesta por la dictadura genocida de Augusto Pinochet en 1980, en un plebiscito fraguado, en el que ni siquiera hubo padrón electoral y en el que la represión y la tortura impidieron que se hiciera campaña en contra.

Esa Constitución es una pieza central, no la única, para la construcción de una cárcel neoliberal que tiene preso al pueblo chileno. Instaura el modelo neoliberal con una profundidad devastadora. La dictadura de Pinochet, nacida con el apoyo de la CIA y EEUU que organizaron el golpe contra Salvador Allende, fue tomada como un laboratorio perfecto para la implantación, a sangre y fuego, del neoliberalismo, por los denominados Chicago Boys, en referencia a la Universidad de Chicago, donde Milton Friedman dictaba cátedra y diseñaba el modelo.

Es una constitución concentradora del poder, limitadora de los derechos de organización y protesta, en particular los sindicales. Es casi una profesión de fe en el altar del dios mercado. Todo es privado, todo está en venta. No reconoce derechos, solo instituye privilegios disfrazados de “libertades” para los poderosos.

Ese modelo de neoliberalismo salvaje, donde se privatizó todo, hasta el agua y el mismo mar, trajo como resultado que millones de chilenas y chilenos no puedan acceder a la educación y a la salud, porque no las pueden pagar. Que millones hayan quedado con jubilaciones y pensiones de miseria, en la seguridad social privatizada y diseñada por expertos, al margen del pueblo.

Ese modelo es el que estalló el año pasado. Mejor dicho, lo hicieron estallar millones de muchachas y muchachos, de hombres y mujeres, que enfrentaron la represión, las calumnias, las campañas en contra de los medios de comunicación, en Chile y en el mundo.

Esa Chile, vendida como modelo ejemplar de crecimiento económico, era y es antidemocrática. La democracia es una construcción permanente de libertad e igualdad, un espacio para la transformación social, con el protagonismo organizado del pueblo. Esa es nuestra concepción de la democracia. La de las elites que quieren mantener su poder es otra. Hay una pregunta de enorme relevancia en el presente del mundo, de nuestra América Latina y también de nuestro país: ¿Cuánta desigualdad soporta la democracia sin dejar de serlo? El pueblo chileno, como hace una semana el pueblo boliviano, han dado una respuesta contundente a esa interrogante.

La votación del domingo en Chile es, en primer lugar, un triunfo democrático de enorme valor. La votación del domingo en Chile también es un triunfo de la movilización popular, de la dignidad, de la capacidad de lucha y de iniciativa política.

Es una derrota en toda la línea de las elites empresariales, políticas y mediáticas de Chile, ciegas en su soberbia y su desprecio por su propio pueblo.

Es una derrota de toda la derecha chilena que defendió y defiende la Constitución de Pinochet porque es un corsé que les asegura la perpetuación de sus privilegios.

Es un derrota de Piñera, el presidente que lejos de escuchar los reclamos se declaró en guerra contra su propio pueblo. Y es un derrota del imperialismo yanqui que organizó una campaña mundial para inventar teorías infames de la influencia rusa, cubana y venezolana en las movilizaciones chilenas.

Los desafíos que esperan al movimiento popular chileno son enormes. Ahora hay que construir candidaturas unitarias que aseguren una mayoría suficiente en la Convención Constituyente para construir el respaldo suficiente que habilite los cambios profundos en el nuevo texto constitucional.

No será sencillo. El movimiento popular, sus expresiones políticas y sociales, debe construir un nivel superior de unidad para lograrlo.

Y después hay que lograr que ese texto constitucional sea aprobado en las urnas.

El pueblo chileno tiene por delante la enorme tarea de construir un nuevo contrato social que se parezca más a sí mismo que a las elites. Una constitución que afirme la salud y la educación como derechos y no como mercancías. Una constitución que reconozca derechos a las mujeres, a las y los trabajadores, al pueblo mapuche, reprimido y despreciado por siglos.

La derecha y los sectores del poder operarán en contra de esto en este año que se abre.

Pero estos desafíos, enormes, están planteados por el avance, también enorme, que se conquistó en la calle. Cuando se le disputa la hegemonía a las clases dominantes los desafíos nunca son chicos. Bienvenidos esos desafíos porque son hijos de la lucha.

Habrá que estar muy atentos y expresar toda nuestra solidaridad con el pueblo de Chile y su lucha. Sin reservas. Toda la solidaridad posible.

Pero ahora es necesario saludar y festejar este triunfo inmenso de las y los hermanos chilenos. Hay que conmoverse y emocionarse con el grito liberador de cientos de miles, con lágrimas en los ojos, en las plazas y en las calles de Chile.

Hay que abrazarlos y abrazarlas y festejar juntos.

Bien lo dijo Salvador Allende, el compañero presidente y mártir de la democracia, en su último discurso por Radio Magallanes, el día del golpe de Estado: “Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.

Y el pueblo de Chile, con su lucha, empezó a abrir las grandes alamedas, y en este “instante fecundo”, al decir de Violeta Parra, hay que expresar que su alegría es nuestra alegría y que tienen razón: Venceremos y será hermoso.

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