20100923/ Javier Calvelo/ URUGUAY/ MONTEVIDEO/ PLAZA INDEPENDENCIA/ 160º aniversario del fallecimiento del Prócer, General José G. Artigas/ El Presidente de la República presidió los actos de conmemoración del 160º aniversario del fallecimiento del Prócer, General José G. Artigas. En la foto:Plaza Independencia en el acto 160º aniversario del fallecimiento de José G. Artigas. Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS

Y jugate el pellejo, cuando la sigas…

Como siempre que hay una “fecha patria”, caemos en la tentación de hablar o analizar la efeméride. Más aún cuando dicha fecha es tan controvertida como lo es el 19 de junio. Y su controversia no es por la fecha en sí misma, sino por la cantidad de simbolismos y significados que se le han adjudicado. Pero hoy no hablaremos de la paradoja de enarbolar la bandera uruguaya en el aniversario del natalicio de Artigas, o de la complejidad ética de perpetuar la imposición del terrorismo que obligó a los preadolescentes jurar morir por ella. 

El pasado, o la Historia están en permanente resignificación y disputa. No solo por el propio proceso historiográfico que asume que la Historia es un no acabado que va a ir variando en función de las fuentes a las que accedamos, o las formas de interpretarlas. Sino porque en la Historia también hay una lucha política; recordar algunas cosas -y olvidar otras- ayuda a determinados intereses. Para no entrar en los conflictos más recientes, podemos mencionar nuestro doble festejo independentista: la del 25 de agosto de 1825 y la del 18 de julio de 1830. Según el signo político (de una política que se construyó después y que analizamos desde el hoy) de quienes fueron protagonistas, y los valores que se levantaron en cada momento, cada uno de los partidos tradicionales impulsó una conmemoración. Pero, además, establecer las posiciones políticas en espejo a lo que dijeron determinados próceres o actores políticos históricamente relevantes ayuda a ganar simpatía popular o legitimar las propuestas.

El problema con ello es, justamente, la descontextualización de los hechos, el forzar análisis o categorías del presente en ese pasado, o despojar de significado a lo que sucedió. Una de las principales críticas que se ha hecho desde el campo de la historia a los procesos de construcción de nuestro “héroe nacional” es justamente establecerle una nacionalidad con la que no se identificaba, el subirlo a un bronce en el que probablemente no hubiese querido estar o vaciar de contenido sus planteos dificultan hacer un análisis completo y complejo. 

El simple hecho de hablar de “revolución artiguista” como se hizo durante muchos años invisibiliza a todos quienes fueron parte. Y decirlo de esta forma también esconde el importante rol de las mujeres. Y hablar de “revolución oriental” como hacemos hoy, también invisibiliza a los pueblos indígenas o afrodescendientes que no se identificaban como orientales y aun así lucharon por la independencia y soberanía de este territorio, contra el despotismo y por la libertad de sus pueblos. Analizar los procesos con perspectivas interseccionales, multidimensionales y lo más ampliamente posible es fundamental para comprender que las cosas no son simples o lineales, enriquecen el análisis. Y como siempre, el pasado contribuye a analizar el hoy, pero también nos brida experiencias a tomar en cuenta. 

La revolución oriental tiene muchos elementos muy interesantes, que han sido transmitidos a las generaciones y confluyen en un conjunto de valores que nos enorgullecen, aunque no siempre se acuerda en su sentido o significado. “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”. “Clemencia para los vencidos”. “Que los más infelices sean los más privilegiados”. ¿Cómo no estar orgullosos de pertenecer a un país que reivindica el conocimiento, contribuir sobre todo a la felicidad de quienes menos tienen y entiende pertinente cumplir con la dignidad básica de la persona aún en su derrota? Ahora, ¿para todos y todas quienes leen o repiten esas frases significan eso?

Un aspecto sobre el cual nos gustaría profundizar hoy es justamente el de soberanía. La revolución oriental fue de las más avanzadas del continente en ese sentido. La base teórica de las revoluciones fue el plateo de la “retroversión de la soberanía”, es decir, desaparecido el monarca, el poder retornaba a sus poseedores originarios y podían establecer una nueva forma de gobierno. Pero… ¿a quién volvía? ¿a la nación? ¿al pueblo? ¿a los pueblos? Los orientales se inclinaron por esa última opción. La soberanía sería particular de LOS PUEBLOS, en plural. El planteo era simple: cada pueblo establece su organización, establece una representación que luego en un congreso de la provincia define sobre elementos de todos los orientales, y establece una representación hacia la Confederación a la que aspiraban. Es por eso por lo que existió el Congreso de Tres Cruces, y solo así es comprensible la frase “mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”. 

Lo interesante de analizar esta concepción de soberanía no solo está en el planteo de independencia sobre las potencias extranjeras y el derecho de autogobernarse. Tampoco solamente está en la confrontación con el centralismo porteño (al recordar que todo lo que no sea expresamente delegado a las definiciones de la confederación es potestad de estos pueblos). Lo más interesante del concepto de soberanía del que parte radica en la concepción de pueblos, que además son libres. Y como tales, promueve la organización de los vecinos en espacios que luego establezcan representación. El proceso revolucionario oriental, por lo tanto, no solo tiene una amplísima base social dada por la participación de distintos grupos en la guerra de independencia, sino que también la tiene en la construcción de la política y las definiciones de la provincia. Que los pueblos se organicen para definir políticamente los problemas que les atañen, los que atañen a la provincia y los que atañen a las provincias unidas. 

Qué hermoso que es esa concepción política, donde la soberanía no es solo la independencia del poder extranjero, sino la participación política real de los pueblos en las decisiones trascendentales y en todas las áreas de la vida pública sobre las que aquellos entiendan pertinente actuar. 

Por eso llama tanto la atención la paradoja de quienes, desde el espectro político, mencionan recurrentemente la soberanía nacional para defender intereses privados, pero no se preocupan mínimamente por promover la participación política constante, cotidiana y desde la base. Llama también la atención que quienes supuestamente reivindican esa concepción soberanista no comprendan otro principio esencial de la soberanía artiguista, los conceptos de confederación y de pactos. Hay determinados temas sobre los que expresamente se delega la decisión de estos pueblos a otros organismos (Art. 11) integrados por el conjunto. Lo decimos en forma un poco más explícita: ¿cómo puede ser que, teniendo representación en un organismo internacional sobre el que libremente elegimos ser parte, haya actores políticos que rechacen sus resoluciones alegando una concepción bastardeada de soberanía artiguista? Sí, todo este artículo se sintetiza en destacar la canallada de algunos actores políticos de rechazar un acto de reparación histórica sobre las víctimas del terrorismo de Estado apelando al artiguismo. 

Nosotros cuestionamos muchísimo a la OEA, por su supeditación a EEUU y la violación de los principios de integración soberana en su constitución y accionar permanente; e invitamos a generar otros espacios de integración regional genuinos entre pueblos que son, aunque no le guste al imperio de turno, libres (podemos especular que Artigas hubiese estado de acuerdo). Ahora, quienes no lo hacen, ¿cómo pueden dar este giro discursivo con tanta liviandad? U olvidarse de su planteo sobre generar las mayores trabas al Despotismo militar para asegurar inviolable la soberanía de los pueblos. Pues lo que sucedió en Uruguay entre el 73 y el 85 fue, entre otras cosas, también fue despotismo militar.

Y ya que hablamos de las instrucciones del año XIII y de Artigas, como olvidar que una de sus primeras reivindicaciones y medidas fue declarar libres y de la provincia algunos puertos; mientras ahora autoproclamados herederos entregan el rico patrimonio de los Orientales al vil precio de sus negociados.

Porque entre contradicciones y canalladas, hay días en que algunos alegan un falso concepto de soberanía para negarse a asistir a una reivindicación de los DDHH, al tiempo que levantan la mano o firman un “acuerdo” bastante turbio que entrega nuestro principal puerto a los belgas, nuestras redes de comunicación a los privados y nuestra agua a extranjeros. Porque algunos, para no morir de vergüenza ante el legado del “Jefe de los Orientales” y el contenido real de su perspectiva soberanista, lo matan todos los días encerrándolo en un cuadro o inmovilizándolo en un busto; perpetuando hasta nuestros días, la traición que lo expulso de su tierra y de la cuál hoy son sus herederos.

Foto de portada:

Plaza Independencia en el acto 160º aniversario del fallecimiento de José G. Artigas. Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS.

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