Pablo Da Rocha y Florencia Tort
A partir del 10 de diciembre, el próximo presidente de todos, los más de 45 millones de argentinos, será el economista Javier Milei, quien se autodefine como un liberal-libertario, y agrega: “Filosóficamente, soy un anarquista de mercado”. Por tanto, vale preguntarse, qué se puede esperar para los próximos cuatro años, de mandatario, que se identifica con las ideas una corriente filosófica que antepone la libertad individual por sobretodas las cosas.
En efecto, un libertario -como se define Milei- implica no solo cuestionar a la “casta” (política) o cualquier otra jerarquía que limite o restrinja la libertad de las personas, sino que, como señala la Enciclopedia Filosófica de la Universidad de Stanford, considera “inaceptable que se pueda obligar a nadie a servir a otros, ni siquiera por su propio bien”, es decir, reniega en los hechos de los poderes democráticos y representativos. Pues los libertarios –propiamente dichos- creen en el respeto por la libertad individual, como un poder supremo.
Entendido así, los libertarios impulsan una sociedad libre, incluso para algunos autores como Jason Brennan creen que las relaciones humanas deben basarse en el consentimiento mutuo. Más aún, un “Un libertario clásico es el que tiene posturas liberales en el ámbito económico, pero también en lo que se refiere a las libertades personales e individuales”. Dicho así, Javier Milei no representa un libertario clásico.
Milei es liberal en términos económicos, porque apuesta a mercados “libres”, y sin intervención estatal. Consideran que el rol del Estado debe ser muy limitado, al modo de “juez y gendarme”; es decir, para garantizar y hacer cumplir, el derecho a la propiedad; del mismo modo, abogan por la máxima libertad individual posible; para ello, debe eliminarse cualquier tipo de obstáculo que limite sus decisiones personales –por ejemplo, justamente la del Estado-. Sin embargo, más allá del discurso de Milei, si bien, no parece ser un fiel representante de los libertarios clásicos, tampoco parece ser muy liberal.
Porque si bien, el liberalismo fue creado para despojar a las personas de la “opresión de los monarcas”, quien en este caso sería el Estado, entra en contradicción en algunos temas sobre derechos individuales, por ejemplo, en el caso del aborto, donde se ha manifestado contrario, es decir, hasta su libertad encuentra límites, es decir, que eso de la libertad individual como requisito supremo de justicia, hace agua en su discurso.
En concreto, no parece sencillo circunscribir las ideas de Milei pues comparte una corriente filosófica libertaria, con aristas anarco-capitalistas; pero donde curiosamente reconoce y acepta límites y restricciones que impone el Estado –su principal enemigo- por lo tanto, cabe preguntarse qué tanto, de lo que quiere hacer y prometió, finalmente, cumplirá.
La frase que más duele (entre muchas) es: “Las necesidades son infinitas y los derechos alguien los tiene que pagar” (…) “los recursos son finitos entonces hay un problema de inconsistencia”. Se entiende lo que quiere decir, no? Lo curioso, es que esta llamada “inconsistencia” a la que se refiere Milei, no se resuelve como señala más adelante, cuando afirma que “el capitalismo de libre mercado lo resolvió vía el sistema de precios”, se resuelve, como lo resolvemos todos, en nuestro hogar, cuando no nos alcanza el sueldo para cubrir fin de mes: gestionando el problema, priorizando los derechos en tanto recursos. Incluso el tema de fondo que elude Milei en su retórica es más profundo: ¿Para qué?
Por qué –habría que preguntarle a Milei- el capitalismo resuelve por precios; incluso por qué, cada uno de nosotros gestiona el problema priorizando: la respuesta define el instrumento. Si el cometido es el bienestar y la calidad de vida, los instrumentos deben ser funcionales a este objetivo. De modo, que si el derecho hace al bienestar y la calidad de vida, bien vale su financiamiento (pues se resultado de una jerarquización del problema).
El mercado “piensa” en maximizar el beneficio económico de los explotadores; en cambio, el rol de Estado, es corregir los problemas derivados de ese pésimo sistema, es decir, consiste en maximizar el bienestar social, la calidad de vida, promover un buen vivir de todos y de todas. Podrá existir, crecimiento gracias al “mercado”, pero si de lo que verdaderamente se trata, es el desarrollo, la verdadera libertad de realizarse como personas viviendo en sociedad, se requiere Estado, mucho Estado.
Un forma de condensar todas estas ideas entre mercado y Estado, entre beneficio económico y bienestar, debe comprenderse entre la relación entre economía y sociedad a lo largo del tiempo. Por ejemplo, una interesante manera de comprender cómo los países establecen sus prioridades, puede ser vista, a partir de cómo gestionan presente vs futuro, dicho de otra forma: cómo se gestiona el endeudamiento público por ejemplo. Se trata de ¿cuánto, cómo y para qué? Están en tensión y en contradicción muchas cosas, entre ellas, lo económico y lo social.
Veamos algunos números para empezar: en el año 2000 el nivel de endeudamiento público de Argentina alcanzaba 52% del PBI (cifra similar a la de 2015); sin embargo, en 2020, la relación de deuda en términos del producto totaliza 90%. Por si fuera poco, los principales acreedores de dicha deuda son organismos internacionales como el FMI o Fondos de Inversión y Bonistas. Sin embargo, lo más curioso de dicha trayectoria de deuda, se explica a que se emplea para pagar deudas anteriores o para refinanciar deudas existentes. Analicemos un poco más, entonces, quiénes cargan con el peso de estas decisiones. Por lo pronto, se están conociendo las primeras declaraciones y anuncios de Milei.
En primer lugar, el fin de la emisión –promesa de campaña- con ello intentar “taponear” la inflación galopante que padece Argentina desde hace mucho tiempo; en segundo lugar, alcanzar el equilibrio fiscal, es decir, gastar lo que se recaude. Este punto es clave en la visión de Milei, no solamente porque este ideario forme parte de las ideas liberales, y fuera expresada como parte de su batería de medidas, sino por su impacto económico y social. Decir que se pretende llevar adelante una política fiscal equilibrada, supone invertir los fines y cometidos del Estado.
Expliquemos mejor esta idea. Milei propone forzar el gasto público –básicamente gasto rígido y social- en función de lo recaudado, al punto, que si la recaudación no resulta “suficiente”, es decir, la necesaria para cubrir las necesidades de financiamiento; en lugar de recurrir a una segunda fuente, como puede ser el endeudamiento; ha decidido, recortar el gasto. Dicho de manera más simple, si no alcanza el dinero recaudado; existiendo la posibilidad de solicitar un crédito para cubrir las necesidades y obligaciones, por ejemplo, para pagar salarios y jubilaciones, maestras y enfermeras; policías y militares; directamente se opta por, no pagar; lo que supone, no brinda el servicio.
Este punto es central en el pensamiento de Milei, primero porque entiende –y así lo expresa- que una amplia mayoría lo votó para hacerlo; segundo; porque se desentiende de los fines y cometidos del Estado orientados por la búsqueda y mejora del bienestar social, es decir, asume que únicamente es posible hacer política social, si hay resultados económicos positivos, es decir, si se recauda más de lo que se piensa gastar; tercero; confunde -o lo hace de forma deliberada, y por lo tanto, infame- la planificación estratégica de un país, que primero define qué modelo de desarrollo pretende impulsar, qué lugar ocupa, la pobreza y la indigencia, la desigualdad social, etc.; para luego “diseñar” su política económica –de carácter instrumental- para alcanzarlo. De manera simple, primero definimos las necesidades de financiamiento, y luego, cómo obtener dicho financiamiento; no al revés, que implica, en función a la plata que tengo, ver qué se puede hacer; sería al menos mezquino no hacerlo, teniendo varias fuentes de financiamiento para hacerlo.
Lo liberal-libertario resulta entonces, que no importa tanto la calidad de vida o el bienestar social; incluso la sostenibilidad de la vida y el planeta (porque en definitiva, son colectivos) como lograr resultados macroeconómicos favorables: primero el déficit fiscal, primero el PBI, primero la competitividad o la rentabilidad de las empresas; recién después, quizá y solo quizá, haya lugar para otras cosa, como la salud, la educación o la seguridad social; o ¡que se hagan cargo los privados!
Así incluso se refirió en las últimas horas cuando, frente al hipotético caso, de un resultado fiscal deficitario, ¿qué pasa con los compromisos en materia de infraestructura del Estado en lo que refiere a obras? Se tendrá que encargar un privado, no hay plata. ¡No hay plata! Ahora bien, cómo impacta verdaderamente en la población esta forma de pensar y de hacer, cuando lo que está en cuestión es la vida.
Resulta pertinente entonces, realizar una lectura desde el lugar que nos compete, en clave feminista y desde las economías domésticas que contrarresta a lecturas abstractas que nos proponen desde la óptica financiera, ya que lo que nos preocupa, es la cotidianidad de nuestros bolsillos y realizar una lectura en clave de género redobla la apuesta y nos marca una tendencia a esta idea de “desobedecer la deuda” y con ello, las mágicas pero ya conocidas recetas liberales. Como nos plantean Cavallero y Gago (2020): “Las finanzas se jactan de ser abstractas, de pertenecer al cielo de las cotizaciones misteriosas, y de funcionar según lógicas incomprensibles.
Se presentan como una verdadera caja negra donde se decide de manera matemática, algorítmica, qué vale y qué deja de valer. A través de la narración de su funcionamiento, las economías domésticas, populares (mayoritariamente no asalariadas) y asalariadas, desafiamos su poder de abstracción, su intento de ser insondables.
Es indiscutible que al hablar hoy de la deuda, tengamos que remitirnos no sólo al endeudamiento público, sino necesariamente al endeudamiento de la vida cotidiana, que es la que hoy y mañana padecerán la política económica liberal del gobierno electo.
El análisis desde la economía doméstica nos permite remitirnos a las prácticas de resistencia en el espacio de las organizaciones y en la calle, que serán indefectiblemente los espacios de contraofensiva al capital.
Leyenda de foto
Javier Milei después de votar en la Universidad Tecnológica Nacional, sede de Almagro, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.