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Cuando pensamos en deporte, a menudo se nos presenta la imagen de la alta competencia, de grandes deportistas que han marcado la historia, de nuestro club favorito (generalmente asociado al fútbol, dada la vasta tradición de nuestro país), de hazañas deportivas espectaculares o de las grandes plataformas mediáticas que rodean al deporte y su espectacularidad. En base a esto, podemos asumir críticamente las siguientes preguntas: ¿Qué implica el deporte para la sociedad actual? ¿Qué valores se pueden promover mediante la práctica deportiva? ¿Es el deporte solamente una práctica competitiva? ¿Qué perspectivas y con qué intereses está asociado? y muchas otras interrogantes más.
Si adoptamos esta mirada crítica, surge el desafío de pensar cómo trascender ciertas ideas preconcebidas sobre la práctica deportiva, para poder tensionar la perspectiva del deporte como mero objeto de consumo. A menudo, cuando pensamos en deporte, aspectos como la recreación, el juego, el ocio, el tiempo libre, la educación física, la salud y la convivencia, quedan relegados a un segundo plano, o son vistos como valores asociados de manera lateral. Sin embargo, es precisamente en estos aspectos donde reside el verdadero potencial del deporte para la sociedad y la juventud.
Sin embargo, la espectacularización del deporte y su conversión en un bien de consumo pueden generar un alejamiento del pueblo de la propia práctica deportiva. La televisión, las redes sociales y los grandes eventos deportivos nos bombardean con imágenes de atletas famosos y competiciones de alto nivel, creando la ilusión de que el deporte es algo ajeno a nosotros, algo que solo pueden disfrutar unos pocos privilegiados. Esta situación genera una antagonización entre el deporte competitivo (de mercado) y el deporte recreativo, lúdico y comunitario. Mientras que el deporte de alto rendimiento se centra en la victoria, el éxito económico y la espectacularidad, el deporte recreativo busca el disfrute, la participación y la construcción de lazos sociales. Es fundamental encontrar un equilibrio entre ambas perspectivas, para que el deporte pueda cumplir su función social y educativa.
El mundo del deporte es un campo fértil para la construcción de valores en el marco de la sociedad capitalista actual. En un contexto donde el individualismo y el consumo son predominantes, la exacerbación de la victoria y la competencia están a la orden del día. Si se asume la competencia desde un enfoque mercantil, el vínculo entre deporte y juventud, también se asocian a una perspectiva productiva en el marco del deporte de alto rendimiento. Desde temprana edad, muchos jóvenes son presionados para destacar en el deporte, con la esperanza de convertirse en profesionales y alcanzar el éxito económico, además de que son permeados por la lógica de la meritocracia asociada al deporte donde el esfuerzo, la habilidad y el talento, en pos de una victoria a toda costa, invisibiliza otras formas de vivir la competencia. Por ejemplo el valor de la disciplina, la constancia, el aprender normas de juego, la cooperación, aprender de la victoria y de la derrota, etc, quedan en segundo plano.
El deporte como valor cultural y enfocado en trabajo comunitario y también el deporte competitivo no enfocado meramente en el mercado, pueden ofrecer un espacio para fomentar el trabajo en equipo, la solidaridad, el respeto por el otro y la superación. Estos valores son esenciales para el desarrollo integral de los jóvenes, y pueden tener un impacto positivo en su vida social y emocional.
Es necesario promover una visión del deporte que vaya más allá de la victoria y el consumo, y que ponga en valor la importancia de la recreación, el juego, la educación física, la salud y la convivencia. Debemos crear espacios donde los jóvenes puedan practicar deporte de manera libre y autónoma, sin presiones ni expectativas excesivas. Fomentar la participación de todos, independientemente de su nivel de habilidad o condición física. Sin perder de vista también que un Estado debe proteger y velar para que los jóvenes que compiten y representan a nuestro país sean apoyados, promoviendo políticas específicas que se centren en el apoyo material, emocional y educativo. Para no dejar a esos jóvenes librados a la buena del mercado y además para posicionar al deporte en el país como un ámbito fundamental de construcción de ciudadanía.
En Uruguay, más allá de estar permeados por una perspectiva mercantil del deporte de nivel global, podemos decir que existen diferentes experiencias y expresiones de «lo deportivo» que van más allá del mero espectáculo. En los barrios, en las plazas, en los clubes sociales, miles de jóvenes practican deporte por el simple placer de jugar, de compartir, de divertirse. Estas experiencias deportivas comunitarias son fundamentales para construir un tejido social más fuerte y conectado.
Además, vemos a diario, y lo vimos durante la pandemia como diferentes clubes deportivos barriales o hinchadas de clubes, se pusieron al hombro la organización de la solidaridad, mediante iniciativas como: ollas populares, merenderos, canastas, etc. Convirtiéndose en un lugar de referencia para los barrios además de involucrar a un montón de jóvenes más allá de lo estrictamente deportivo. Es necesario generar un mayor compromiso por parte del Estado a estas iniciativas solidarias en los barrios, reconociendo su relevancia social y fortaleciendo su capacidad de acción a mediano y largo plazo.
El deporte puede ser una herramienta poderosa para transformar la vida de la sociedad y particularmente de las juventudes, para construir una sociedad más justa y solidaria. Pero para ello, es necesario que repensemos nuestra relación con el deporte, que el Estado sea un actor presente en la vida de los jóvenes que viven el deporte tanto como modo de vida, como aquellos que lo viven como un espacio de socialización, solidaridad o diversión. En definitiva, el deporte es un valor cultural muy importante, en la medida que podamos construir desde él, hacia dónde vamos.