20231119 / Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS / ARGENTINA / BUENOS AIRES / Votación de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas. En la foto: Simptatizantes de Javier Milei en la Universidad Tecnológica Nacional, sede de Almagro, antes de que vote Milei en la votación de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS

En defensa de la Humanidad

Gonzalo Perera

La Naturaleza sabe regalarnos, entre tantas cosas, aromas exquisitos. En mi caso después del fuerte olor del Atlántico, pocas cosas me causan tanto placer, como el olor de la tierra en los instantes previos o iniciales de una lluvia veraniega. En 1964, en un trabajo publicado en la revista “Nature” los geólogos australianos Bear y Thomas denominaron a este aroma “Petricor” y lo explicaron por la liberación al aire que produce la humedad, de la geosmina y diversos aceites aromáticos que emiten las plantas en períodos de calor o sequedad.

Naturalmente, así como hay día y hay noche, hay aromas bellos y horribles. Sin ir más lejos, una larga caminata por la costa Atlántica suele incluir en algún momento el cruce con los restos en descomposición de un lobo marino, con el fuerte olor a podredumbre, tan desagradable como imprescindible para el ciclo de la vida.

El talento literario de William Shakespeare puso en boca de Marcelo, un personaje secundario de su gran obra “Hamlet”, una frase que se hizo histórica: “Algo está  podrido en Dinamarca”. El contexto del pasaje en que se inscribe dicha frase es particularmente interesante, pues se refiere a la podredumbre del Estado de Dinamarca, que así como un pescado comienza a pudrirse por su cabeza, una nación comienza a derrumbarse con la degradación o extravío de sus dirigentes.

Naturalmente, si  todos entendemos que la materia orgánica debe pudrirse para servir de nutriente a todo un ecosistema, a menudo nos asombramos y buscamos la razón por la cual se pudren por completo buena parte de las dirigencias políticas, de las formas de convivencia y la cultura en general de una sociedad.

Sin irnos muy lejos en la historia, en “los años locos”, a partir de 1920, mientras Berlín estaba en plena ebullición cultural y con la intensa actividad nocturna que tan bien retrata la película “Cabaret” , en las cervecerías de Münich un ex cabo de la Primera Guerra Mundial, de origen austríaco, hacía encendidos discursos que aplaudían a rabiar unos pocos lunáticos. Visto inicialmente con desdén o como figura payasesca, Adolph Hitler, llegó por mandato de las urnas de la República de Weimar en 1933 a ocupar el cargo de Canciller alemán para abrir uno de los períodos más tenebrosos y repudiables de la historia humana. Dentro de la multifactorialidad de todo proceso social, la devastación moral del pueblo alemán que hizo posible la imposición de la esvástica es imposible de explicar sino se toma en cuenta la gran depresión de 1929, que, sumada a las condiciones leoninas impuestas a Alemania tras la Primera Guerra Mundial en el Tratado de Versalles,  llevó a la impresionante imagen de la gente quemando billetes de alta denominación en marcos alemanes en plena calle para calentarse, porque el marco, literalmente, no valía nada.

El ascenso gradual y permanente del neofascismo en Europa desde  unas cuatro décadas atrás, teniendo nuevamente múltiples factores causales no se puede entender si no se contempla el ciclo económico que han seguido en este período todos los países europeos, más allá de matices particulares de cada caso. Sobre la base de la semilla maldita que quedó (incluso de forma escondida) sembrada por el nazifascismo en toda Europa, el comienzo del derrumbe de las economías nacionales y las altas tasas de desempleos generada por la “deslocalización industrial”, eufemismo que refiere al cierre de fábricas en Europa para reabrirlas en países asiáticos con legislación laboral casi inexistente, donde se podía contar con mano de obra en el límite de la esclavitud, fue sin duda, un factor medular del proceso de creciente descontento de las clases trabajadoras, de propensión a la xenofobia como pseudo-explicación por el “distinto”de los males propios. Al fin y al cabo el intendente de Maldonado Enrique Antía no es ni muy creativo ni particularmente imaginativo. El posterior derrumbe del euro, y la constante decadencia de la influencia política, económica y militar de toda Europa,  está siendo el combustible del crecimiento generalizado del fascismo en todo el continente.

Donald Trump era visto como una figura patética. Con un millón de dólares en sus bolsillos “para empezar” a los 18 años, y con una larga historia de grandes emprendimientos quebrados, el pelucón anaranjado de particular dicción que sobrevivió y se hizo famoso gracias a un horrible “reality show”, parecía imposible que llegara a la presidencia de USA. Cambridge Analytica mediante lo logró, ignoró la gravedad de la pandemia condenando a muerte a multitudes ( de pobres, obviamente), y terminó llamando a tomar el capitolio a supremacistas blancos y otros especímenes similares. Pero si uno no considera la quiebra de Lehman Brothers el 15 de setiembre del 2008, la explosión de toda la “burbuja inmobiliaria”y las sucesivas autorizaciones del Congreso para aumentar el endeudamiento del Estado que se pone a sí mismo como referencia para evaluar el riesgo financiero de cualquier otro, uno se quedaría con la anécdota y se perdería la Historia.

En ancas de las más retrógradas iglesias evangélicas y gracias al fino trabajo del juez Moro y sus secuaces que imposibilitaron a Lula de participar en unas elecciones que las encuestas lo daban como muy probable ganador, Bolsonaro llegó a la presidencia de Brasil, reivindicó al terrorismo de Estado, hizo “la gran Trump”con la pandemia, hizo arder la Amazonia y sembró tanto odio como miseria. Nuevamente, si uno no considera la debacle financiera gestada en torno al costosísimo mundial de fútbol de 2014 y bajo contextos internacionales particularmente complejos para Brasil, sería incomprensible lo que pasó.

Javier Milei no es Bolsonaro. Es muchísimo peor. Para empezar ganó en las urnas por paliza, con un aluvión de votos que no buscaban apoyarlo, sino más bien castigar a todos los demás, aunque todo indica que el timón lo llevarán buena parte de “los otros”(fundamentalmente Macri y en menor medida, Schiaretti) y que muchos de quienes lo votaron no podrán celebrar Navidad por haber recibido la comunicación de despido de su trabajo. Una genuina tragedia auto-infringida,  que nuevamente no es posible entender prescindiendo de la debacle ocasionada por el astronómico endeudamiento generado por el gobierno de Macri y la tibieza vacilante de Alberto Fernández para enfrentar dicha situación.

El fascismo es la expresión fétida de la podredumbre sistémica del sistema capitalista, de su derrumbe en medio de una crisis absolutamente global y generalizada.

Que tiene mil nombres y variantes, que pueden legar un Lacalle, un Manini, un Astesiano o un Marset, pero que los trasciende largamente. es una crisis estructural, sistémica y generalizada, tan irreversible como la descomposición de la materia orgánica sin vida.

Pero que no tiene una única puerta de salida. El fascismo puede ser vencido y el reciente recordatorio al rio de libertad del Obelisco del 27 de noviembre de 1983 bien viene a cuento. No se le vence fácil y sin enormes penurias, pero se le puede vencer. Pero también puede expandirse y llevar el terror a niveles nunca antes vistos y difíciles de imaginar.

La respuesta está en las calles. En la organización de la gente, diversa, convocada por temas muy distintos, pero decidida a no ceder derechos. A que no la discriminen o violenten por su género, origen o color de piel. A que no le agraven el hambre y le roben buena parte de su jubilación y su vida misma.

En suma, el combate al fascismo es la defensa de la Humanidad.

Foto de contratapa

Simpatizantes de Javier Milei el día de las elecciones en Argentina. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.

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