Velatorio público de Eduardo Bleier, en la Universidad de la República. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.

Herramienta y Escuela

Por Gonzalo Perera

Este Lunes 21 de setiembre del 2020, en todo el territorio nacional, se conmemorarán los primeros 100 años del Partido Comunista del Uruguay (PCU). Este simple hecho, de por sí solo, es una imagen harto elocuente.

En el imaginario colectivo uruguayo, las ideas que inmediatamente brotan ante la mención de la palabra “Partido”, son “votos”, “cargos”, “gobierno”, etc.

Pues he aquí un Partido que, en pleno fragor de la lucha electoral hacia el 27 de setiembre, que en mucho define las circunstancias políticas que habremos de enfrentar en el quinquenio, a pocos días de la veda electoral, se detiene para homenajear su historia, su acervo ideológico y cultural, y muy fundamentalmente, a las mujeres y a los hombres que hicieron posible- muchas veces entregando hasta la vida por ello- recorrer todo un siglo de existencia y fuerte presencia.

Porque bien vale recordar que para el PCU la política no se reduce a lo electoral, a los cargos, a la gestión, etc. No quiere decir que esos aspectos no sean relevantes, pues obviamente lo son. Importa y mucho que las elecciones departamentales signifiquen un freno a la marejada neoliberal y filofascista, importa y mucho acceder a responsabilidades desde la cual contener el asalto al bolsillo de la clase trabajadora, que es la que sufre en última instancia (y de mil modos diferentes) el brutal ajuste planteado en la propuesta de presupuesto quinquenal del gobierno.

Pero en la victoria o derrota habrá un día después. En un caso u otro, para construir avances para los trabajadores, para la Educación Pública, para las políticas sociales, para la agenda de derechos, etc., se necesitará militancia social, organización de los colectivos y comunidades, ya sea por sensibilidad común ante un tema o por proximidad territorial, barrial, etc. Se necesitará gente organizada que reclame y proteste por lo que falta o se está perdiendo, y gente organizada que defienda con uñas y dientes lo que se logre resguardar o conquistar.

Esta visión de la política incluye las jornadas electorales, de importancia sustantiva, pero incluye también todos los días de todos los años, todas las luchas por todas las reivindicaciones en cada rincón del país, en cada tema de la agenda del campo popular.

El PCU es un Partido que no sólo pretende impulsar resultados electorales, sino transformaciones sociales muy profundas surgidas desde la base misma del campo popular, del cual no se siente propietario, vale decir, pero sí obligado a ser la herramienta para lograr la síntesis política de todas las luchas, de todas las reivindicaciones, de todas las transformaciones, para integrarlas en un único proceso, consistente, confluyente, evitando su atomización, o, peor aún, la falsa oposición de unos contra otros.

La imagen del PCU recordando un siglo de caminar entre elecciones, sindicatos, cooperativas, movimientos estudiantiles, barrios organizados, etc., superando la persecución, la metralla, la tortura, el odio y la insanía, a apenas pocos días de la veda electoral, resume por sí sola el mensaje anterior.

Es que Avanzar en Democracia no es solamente tener más votos, más representantes en las diversas esferas de conducción estatal. Eso ayuda y mucho, pero avanzar en democracia es avanzar en derechos, en conciencia, en organización, en unidad, en todas y cada una de las luchas sociales que se desarrollan cada día de cada año.

El PCU es pues una herramienta de las clases trabajadoras y el campo popular, en funcionamiento permanente, para estimular, aunar, sintetizar todas las luchas que, en su esencia, son expresiones más o menos explícitas, más generales o más particulares, de que el sistema capitalista en su fase de globalización, no sólo no responde a las aspiraciones más esenciales de la especie humana, de paz, igualdad y genuina libertad, sino que por el contrario conduce a la más brutal de las explotaciones de miles de millones de hombres por parte de un muy reducido grupo de “dueños del mundo”.

Pero también el PCU es una escuela, en el más amplio sentido del término.

Empezando por el literal: el comunista estudia, se informa, lee, quiere entender, como escribiera José Luis Massera, “quién vacía el sobre de la quincena”, quiere entender la política internacional, nacional, la de su ciudad, la de su barrio, la de su cuadra, la de su trabajo y la de su casa. Y no las quiere entender para disertar y lucirse, sino para ser herramienta de la transformación de esa realidad. En 100 años, cuánta lectura, discusión, reflexión, información, cuánto análisis y cuánta acción se desplegaron bajo la roja bandera en los barrios obreros, en los hogares más humildes, aquellos por los cuales los partidos tradicionales pasaban solamente una vez cada varios años a pedir el voto con consignas simplistas, personalistas, cuando no lisa y llanamente clientelistas.

Obviamente estremece pensar en el aporte del PCU al mundo de la Cultura y la Educación en el Uruguay, con gigantes como el ya mencionado Massera. Pero no menos estremece esa construcción cultural revolucionaria en miles de hogares donde los libros, los datos, los análisis y argumentos, no hubieran estado dentro del menú sino hubiera sido por el PCU.

Pero además la militancia revolucionaria no se forma sólo intelectualmente, en libros y discursos.

Se forja en la vida y en la práctica, por lo tanto más de mil veces es el intelectual o la persona más letrada la que aprende del ejemplo y forma de vivir del trabajador más sencillo, que puede no citar autores o hablar sofisticadamente, pero que vive cada día, en su familia, en su barrio, en su ámbito de trabajo, la solidaridad, el desprendimiento y la firmeza de un auténtico revolucionario.

El PCU es también una de las mayores escuelas de unidad. Expresada en una central única de trabajadores, en una única expresión política de la izquierda, en el movimiento estudiantil, etc. Es imposible no recordar al respecto la prédica de Rodney Arismendi, más vigente que nunca. Porque la unidad no es una construcción simple, implica paciencia, visión a largo plazo, controlar los impulsos más egocéntricos. Pero a la larga, ningún iluminado es capaz de construir lo que forjan las grandes masas que unidas van adquiriendo conciencia. Para decirlo en palabras sencillas: a veces no importa tanto tener razón, sino qué postura es la que más y mejor acumula para ese proceso de transformación revolucionaria que se desarrolla día a día en el seno de la sociedad. Naturalmente se dice muy fácil, pero concretarlo cuesta, implica mucha y muy profunda convicción. Como la que por décadas ha regado el PCU, enfatizando que para avanzar en democracia, esta unidad es lisa y llanamente esencial.

Es imposible cerrar este tan breve repaso sin recordar a los mártires, a los que dieron todo, a los que llevaron su conciencia revolucionaria hasta el final, sin concesiones, cuyos nombres, cuyas imágenes, cuyos legados, nos acompañarán por siempre.

Pero permítame, querido lector, recordar muy especialmente a los miles de anónimos. A los comunistas de todo el país que a lo largo de cien años, enfrentaron el desprecio, el prejuicio, el agravio gratuito, con su militancia cotidiana, sin dejar de insistir y perseverar, de promover todo lo que realmente libera y combatir todo lo que explota, construyendo así, con singular firmeza y solidez, día tras día, la herramienta y escuela llamada PCU.

Por millones de horas de militancia anónima, por las vidas enteras dedicadas a la construcción revolucionaria: ¡Salud!

Compartí este artículo
Temas