“Los dos estábamos convencidos de lo que hacíamos”

Entrevista con Alicia Jaime, compañera de Ramón Peré, a 50 años de su asesinato en medio de la Huelga General.

Paola Beltrán y GM.

Este 6 de julio se cumplieron 50 años del asesinato de Ramón Peré, en medio de la Huelga General. Peré fue asesinado en Rivera y Tiburcio Gómez, muy cerca de donde entonces estaba la Facultad de Veterinaria, donde estudiaba, en el marco de una acción de respaldo a la Huelga General. Fue baleado por la espalda por un militar vestido de civil que actuaba reprimiendo las protestas contra el golpe de Estado y en defensa de la democracia.

Ramón Peré, estudiante, docente, compañero de Alicia, padre de Nancy y Andrés, militaba en la Asociación de Estudiantes de Veterinaria, en la FEUU y en la UJC. 

Su sepelio fue una inmensa demostración de dolor popular de la que participaron decenas de miles de personas, en medio de la Huelga General y la represión. La dictadura instaló la mentira de que Peré había muerto en un enfrentamiento armado, la mentira la sostuvieron 40 años. Su familia hizo una denuncia en 2008, en 2011, luego de la declaración de más de 60 testigos y expertos y varias autopsias, la justicia determinó que Peré, que sufría Parkinson y nunca habría podido sostener un arma, murió baleado por la espalda por el que en 2011 era coronel del Ejército, Tranquilino Machado. Machado fue condenado en el año 2013, 40 años después de que asesinó a Peré.

Alicia Jaime, compañera de Peré, recibió a EL POPULAR en su apartamento, para recordar y transmitir sus pensamientos y sentimientos 50 años después. Lo que sigue es un resumen de la conmovedora charla, que no entrevista. 

Las cartas guardadas 

-¿Cómo conociste a Ramón?

Lo conocí porque se fue de vacaciones a Carmelo, donde yo vivía, una semana de turismo. Él fue a visitar a la hermana y yo vivía enfrente. Parecería que le dijo a la hermana que me invitara a salir con ellos. Salimos a caminar, yo hablaba muy poco, era muy tímida, era un hombre para mí, estudiaba en Montevideo, estaba en la cátedra de Histología, un montón de cosas y a mi me daba miedo meter la pata hablando con él. Fuimos agarrando confianza. Él se volvió a Montevideo, nos empezamos a escribir cartas. Las tengo todas guardadas cronológicamente, ¿increíble no?

-¿Tenés guardadas todas las cartas de esos años?

Sí, toda la época del 67 está guardada en esa carpeta, yo era una niña, una gurisa. Yo era pura explosión en las cartas, como era muy tímida y callada, en las cartas no, él era mucho más maduro, más sereno. 

Bueno él volvió, yo vivía con mis tíos, nos encontramos y bueno, pidió mi mano, como se hacia en aquella época, fue a hablar con mi madre o con mi tía. Mi madre había fallecido, fue una época de morir mucha gente en mi familia. La muerte estaba instalada en esa familia, murió mi madre, murió mi abuela, murió mi abuelo, nos pasábamos de velorio en velorio, entonces como que la integras a la muerte, como un hecho más. 

Y bueno, empezaron las visitas, que en ese caso no eran jueves, sábado y domingo, como se estilaba en esa época para los novios, la nuestra no, eran los fines de semana que él podía ir, que no era muy seguido, porque no había dinero, yo no podía venir a Montevideo porque no estaba permitido. ¿Cómo una muchacha de pueblo iba a venirse a Montevideo a ver al novio? Eso no, de ninguna manera. Estamos hablando de más de 50 años atrás, así era el Uruguay.

En el 68, cómo hay años que son tan intensos, ese año que el más complejo en cuanto a muertes estudiantiles, decidimos casarnos para poder vivir juntos, para vernos. Ahí nos fuimos a vivir a Tarariras. Después volvimos a vivir a Carmelo, a la casa familiar que había quedado vacía, ahí nació Nancy y él venía a Montevideo una vez por semana. Ahí empieza toda una vorágine de cosas, la muerte de Líber Arce yo la conocí de primera mano por él.

-¿Ramón ya militaba?

Sí, él estaba en la Juventud (UJC) hace tiempo. Él militaba como estudiante en la FEUU y en la Juventud. Cuando fue a Carmelo ya estaba en la Juventud. 

-Decías que conociste la muerte de Líber Arce por Ramón.

Sí esa fue la primera muerte que nos impactó mucho. Aparte, ¿qué conexiones no?, desde el punto de vista marxista habría que reverlas, porque realmente hay hilos que yo no puedo entender. Cómo sale en esa foto poniendo un clavel en el entierro de Líber, en un pizarrón que dice “Silencio”. Estaba lleno de estudiantes y el que sale en la foto es Ramón y cinco años más tarde lo matan a él.  A mí me sorprendió muchísimo esa foto tantos años después. 

En el momento que matan a Líber Arce estaban juntos, el militaba en esa facultad. Después vienen las muertes de Hugo, de Susana, todas las otras muertes.

-¿Vos estabas en Carmelo?

Sí, yo sentía que en Carmelo no pasaba nada. No llegaban las noticias o llegaban totalmente cambiadas. Estábamos en el gobierno de Pacheco, con las Medidas Prontas de Seguridad y todo lo que eso significaba. Uno lo dice, así como un titular, hablamos de la LUC que es un boleto al lado de las Medidas Prontas de Seguridad. Nosotros que viajábamos mucho, te paraban la Onda, el único ómnibus que había en ese momento, entraban, te revisaban todo, te pedían la cédula, te retenían, para ver si había algún requerido. Estaban las razzias, que eran terribles. Me acuerdo de que, viviendo ya en Montevideo, un domingo me dolía mucho la muela, y no era como ahora que hay emergencias, no había nada, entonces él salió a buscarme una aspirina en el boliche de la esquina, para que me doliera menos. Y no volvía, y no volvía. Se lo habían llevado, en esa razzia. Y se habían llevado también a dos muchachitos que habían ido a Bulevar Artigas, que en esa época era una calle “sospechosa”. Esos gurises que tendrían 15 años se habían escapado para ir a Bulevar Artigas y los llevaron también en la razzia, el susto que tenían, me contaba después Ramón, de que los padres se dieran cuenta donde andaban. En todas las cosas dramáticas tenes cosas que te hacen levantar el humor. Nosotros teníamos esa forma de tratar las cosas.

La Huelga General

-¿Cómo fue el momento del golpe de Estado y de la Huelga General?

Yo allí ya estaba militando. En 1972 yo hice la huelga de la educación contra la Ley Sanguinetti. Esas fueron mis primeras armas en la militancia, yo trabajaba en Las Piedras, ahí nos turnábamos, a veces se quedaba Ramón con los gurises. Era mi primer año de trabajo y empecé con una huelga. Hice suplencias, en ese momento era muy difícil trabajar, también trabajé en Toledo, en una escuela al lado del cuartel, del Batallón 14.  Fue una militancia acotada, porque tenía dos chiquilines chicos.

-¿Ahí ya tenías a Nancy y a Andrés?

Si, Nancy nació en el 69 y Andrés en el 71. Fue muy rápido todo. 

-¿Cómo la viviste?, ¿qué recordás de la Huelga General?

Estos días, a pesar de que ya pasaron 50 años, me mueven mucho. Cuando llueve me da más tristeza todavía. Porque los primeros días fueron de sol en la Huelga, pero después empezó la lluvia, la lluvia continua. Y recuerdo eso, encontrarme sola, con 22 años, dos chiquilines chicos, con una situación que no sabes adonde va a terminar. 

Esa nostalgia, es muy fuerte…. Está intacto todo ese momento.

Les cuento un poquito que habíamos alquilado una casita muy modesta, Andrés nació en ella, al fondo de donde vivía una señora que hacía poco había quedado viuda y tenia un hijo de 18 años que estaba haciendo preparatorio, Manuel, que ha sido un gran amigo y nos seguimos escribiendo, está en España. Manuel fue como un tío para los gurises.

Nosotros no teníamos televisor, apenas una radio, de esas chiquitas, éramos muy pobres, tratando de salir adelante, teníamos lo básico, vivíamos con el sueldo de Ramón y yo tenía una beca. Pero a Ramón lo habían sumariado, entonces económicamente estábamos en la lona. Con eso la peleábamos, tratando de estirar todo lo posible, de que no les faltara ropa a los gurises y comida, militando y estudiando. Por suerte la naturaleza me cedió un poquito de capacidad y a pesar de esas condiciones creo que perdí un examen en toda la carrera.

El día del golpe y que se declara la Huelga yo me levanto para ir a trabajar, ya estaba trabajando en una escuela por el Hipódromo. Voy a la parada y los ómnibus pasaban “Expreso”. Yo me volví, porque Ramón no estaba en casa, él estaba organizando la Huelga en la facultad. Entonces yo digo, algo está pasando, vuelvo a casa, prendo esa radio chiquita y siento los comunicados con las marchas militares. Ahí empiezo a darme cuenta. Luego aparece Ramón, que venia de la facultad que estaba ocupada y me explica bien, lo del golpe de Estado y la decisión de ir a la Huelga General para enfrentarlo. 

Ese episodio de haber ido hasta la parada a mí me sorprende, que no tuviera nada de información, pero bueno, no había ni teléfono. Allí empezó la militancia, las idas a la facultad donde estaba Ramón. Yo estuve en la facultad ocupando, iba con los gurises, caminando, en ómnibus no se podía ir, auto ni soñando. Mientras los días estuvieron lindos iba con los gurises, nos quedábamos de tarde y nos volvíamos caminando. 

Un día antes de que lo mataran no apareció en toda la noche, yo tenía como un estado de ansiedad, el perro ladraba todo el tiempo. Cuando volvió al otro día le dije: “Que horrible lo que hiciste, me dejaste sola con los chiquilines y yo no sabia ni dónde estabas”. El me explico muy calmo que habían estado haciendo “miguelitos” y que si lo agarraban con “miguelitos” lo iban a sentar arriba. Nunca teníamos discusiones, compartíamos las cosas, pero ese día estaba muy nerviosa.

-¿Cómo fue el 6 de julio, el día que asesinaron a Ramón?

Bueno, ese día pasaban las horas, no llegaba, el perro ladraba. A eso de las 5 de la mañana tocan la puerta, era una casa muy modesta, los recibí en la cocina, que se llenó de gente, yo los veía enormes, todos de sobretodo, yo era una cosita chiquita al lado de ellos. Estaba Estévez, un profesor de Veterinaria que yo lo conocía de haber ido a la facultad, estaba un abogado, que después me enteré que era Helios Sarthou, él se acordó, y dos o tres personas más. Me dijeron: “Sabes que tendrías que acompañarnos hasta el Hospital Militar porque Ramón está ahí”.

Yo no se si quise entender que no lo habían matado, porque uno a veces entiende lo que quiere y me fui con la ilusión de que lo iba a encontrar vivo, aunque no me lo dejaran ver, que me iban a decir que estaba detenido.

(Nos dice si podemos “parar un poquito”, lo hacemos, vamos por agua y la entrevista se detiene varios minutos)

Llegamos al Hospital Militar, no había nadie en la calle, una soledad tremenda, subimos los escalones de mármol, que me parecieron enormemente grandes, llegamos a un despacho, para mi había un gorila inmenso detrás del escritorio, enorme, vestido de verde, yo lo vi como diez veces más grande que una persona común, con una voz ronca dijo: “¿Quién es el familiar?”. “Es ella”, dijeron los que venían conmigo. Entonces dijo: “Bueno, firme acá, le vamos a entregar el cuerpo”.

Fue muy fuerte para mi el impacto, muy fuerte. Tenía la ilusión de encontrarlo vivo, esas cosas que uno se imagina que pueden darse, pero no.  

Fuimos a avisarle a la familia de Ramón, a la madre. Le tuve que decir a la vecina, doña Lola, si se quedaba con los chiquilines, que fue una divina esa mujer. ¿Vos te das cuenta?, ¿quedarse con dos chiquilines a los que les habían matado el padre? No me alcanza la vida entera para agradecerle. Se quedó con ellos viernes, sábado y domingo. 

-En una entrevista anterior nos habías dicho que te había parecido como una película todo lo que estabas viviendo.

Si, sigo con esa sensación, ahora que estoy hablando digo: ¿Lo viví yo o lo vivió otro? Porque es tan fuerte poder recordarlo y transmitirlo. 

De ahí pase a estar en un auto con Samuel Lichtensztejn, que era el rector de la Universidad, y la madre de Ramón, que ella me consolaba a mí, pobrecita, y era su hijo, supongo que yo también sería su hija en ese momento. Nos fuimos a la Universidad que lo iban a velar ahí, pero empezaron a rodear la Universidad los milicos, no dejaron hacer el velatorio ahí. No se bien como, pero al final el velatorio fue en una empresa, Carlos Sicco. 

Eso ya era en la tarde, yo estaba desde las 5 de la mañana en la vuelta, y con un cambio de vida, ya no estaba Ramón para consultar las cosas. Me acuerdo que me había puesto un saquito rosadito y pensé: No quiero estar con este color, es un velorio. Yo, como les conté, había vivido tantos velorios, me había quedado esa marca se ve, entonces mi cuñada, María, me prestó su saco azul y me sentí más cómoda, vestida de más oscuro.

-¿Cómo fue el sepelio en medio de la Huelga General?

La convocatoria que tuvo fue tremenda, estábamos en la mitad de la Huelga General, había empezado el 27 de junio y el sepelio fue el domingo 8 de julio. Bueno, el domingo 8 yo estaba, al mediodía, frente al cementerio del Buceo. Me veo, con la bandera doblada, en la vereda, esperando no se qué, no sabía donde ir. Ahí me di cuenta que la vida empezaba distinta.

Lo primero que hice fue ir a ver a los nenes. Estuve con ellos, ellos no entendían nada de lo que estaba pasando, incluso no les dije que se había muerto el padre. No me animé. 

A los dos o tres días lo consulté con una psicóloga y me dijo que les dijera la verdad, pero en ese momento no me animé, era muy grande el dolor.

(El diálogo se interrumpe otra vez, por varios minutos)

-¿Cómo te sentís hoy, 50 años después?

Vamos a pensar un poquito, para contestar, porque hasta que empecé a hablar me sentía de otra manera, ahora empezaron a salir las lágrimas, quiere decir que el recuerdo está presente, lo vivido está adentro y así va a seguir. Me agarró todo muy joven y muy convencida de lo que estábamos haciendo. No hubo reproches. Los dos estábamos convencidos de lo que estábamos haciendo. Nunca se me ocurrió enojarme con él porque había hecho eso y nos había dejado. Al contrario. Mi idea era transmitirles a mis hijos que el padre estaba convencido de lo que estaba haciendo. Le pasó a él como le podía haber pasado a Horacio que estaba con él. O cualquier otro. Yo se que también lo estaban siguiendo, hay todo un archivo ahí, de que estaba muy reconocido. Hay cosas que no se y no he investigado. 

-Acabas de decir que estaban los dos convencidos de lo que estaban haciendo, no es para nada menor eso, ¿eso no ha cambiado?

Eso no ha cambiado, para nada. Han cambiado algunas cosas. ¿Qué fue lo que hizo que cambiaran?, primero buscar y encontrar el por qué de las cosas. Vas leyendo el Plan Cóndor, tantas cosas y decís: Bueno, es clarísimo que le tenía que pasar a alguien. Le pasó a él. No fue un accidente o una desgracia. Y, a su vez, lo que me ayudó a sanar, a poder seguir viviendo y no negar ese pasado, yo me seguí comprometiendo continuamente. Los gurises fueron creciendo, muy bien, muy buenas personas, éramos un trío muy unido. 

Andrés (falleció en 2016) escribía mucho y muy bien. Hay algunos escritos, que por suerte encontré, hay uno que hace un paralelo de él, desde niño hasta grande y la vida de Tranqulino Machado (el militar que asesinó a Peré y fue condenado) por otro lado. Ahí dice Machado se recibe de alférez, asciende en la carrera militar y como él tuvo que construir la imagen de su padre. 

Me aboqué a buscar la verdad, por qué habían pasado las cosas. Con mis hijos, con Nancy y con Andrés, auspiciados por SERPAJ, presentamos esa denuncia, para que se investigara la muerte. 

Fue un proceso muy dudo, pero creo que eso también me sanó: que este descansando en paz. Capaz que es muy religioso lo que estoy diciendo, pero todos tenemos derecho a descansar en paz. Nosotros no sabíamos como había muerto. Estaba la mentira que habían dicho los milicos, de que él estaba armado. En esa investigación, leyendo, me di cuenta del embrutecimiento con el que venían los militares, con todos esos cursos del Plan Cóndor, de las ganas de asesinar que tenían. 

Con el juicio se supo la verdad, a Ramón le pusieron un arma en la mano y Ramón no estaba armado. El comunicado N°100 dice que Ramón repelió con un arma y pudimos desbaratar ese comunicado N°100, demostramos que era mentira. Pero después empecé a pensar, este tipo lo hizo, con 23 años que tenía, porque venía con la cabeza preparada para matar a los contrarios, lo habían preparado para eso. Y segundo, creo que tenían que hacer pensar que cualquiera podía tener un arma, hasta un estudiante y decir que la Universidad estaba armada. Desconfiar del otro.

La mentira se desbarató por los testimonios, por las autopsias, por la trayectoria de la bala, que entró por la espalda y también porque Ramón tenía Parkinson, no podía sostener un arma.

Fue muy duro ver armar dos veces el cadáver de Ramón, huesito por huesito, sobre una mesa, con Nancy y con Andrés, y con un hermano, que ahora murió también.

Pasaron unos 60 testigos por el juicio. Apareció Horacio Montaubán, que era quién estaba con Ramón cuando lo mataron. Una persona divina, me dijo que se sentía culpable, de por qué no lo habían matado a él, porque él no tenía hijos en ese momento. Yo le dije: Horacio, por favor, no te pasó, alégrate que estás vivo y que tenés hijos. Quería sacarle eso que le había pesado tanto. Horacio me contó que de noche se levantaba sudando porque sentía en los sueños zumbar las balas. Pero se logró un juicio, se supo la verdad. 

-Acabas de presentar un libro, “El silencio de las orillas”, el libro comienza con una frase: “A pesar 

de todo no han podido conmigo”. ¿Por qué elegiste esa frase?

Esa frase es de un testimonio. El libro son relatos, dejando que cada quien utilice su voz, son relatos tremendos, duros. Yo me pregunté: ¿Cómo salieron adelante estos muchachos, de un pueblito pequeño, tan lejos? Y tienen razón, a pesar de todo, les dieron, pero no pudieron con ellos. Le pasó a mucha gente, que pasó tortura, detenciones, desapariciones. 

Y es por eso, fue muy duro, intentaron doblegar a la gente, pero no pudieron.

Creo que eso es un mérito, más allá de no tener idea de lo terrible que podía ser la represión, de lo profundo que podía ser el daño. Me acuerdo que leíamos en Estudios las crueldades de la dictadura en Brasil y decíamos: Esto no va a llegar nunca a Uruguay.  Y llegó. 

Foto de portada:

Ramón Peré rindiéndole homenaje a Liber Arce. Foto El Popular.

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