Gonzalo Perera
El sentido que coloquialmente se da en nuestro país a la expresión “pedir agua por señas” es el de estar agotado, fundido, precisando ayuda desesperadamente.
En ese sentido metafórico, desde el 1 de marzo de 2020 más y más uruguayas y uruguayos han tenido que pedir agua por señas y cada vez más desesperadamente.
Porque cada vez es mayor la pobreza, particularmente en la infancia. Hemos vuelto a ser un país de niños pobres y de pobres niños: el tan mentado cambio prometido en las elecciones por Lacalle Pou vaya si se produjo. Lo que fue un poco distinto al anuncio de los “cinco mejores años de nuestras vidas”. Porque hoy hay nuevamente una enormidad inmoral de niños a los que les chifla la panza y la malnutrición o desnutrición infantil se paga toda la vida con problemas de salud y de convivencia en sociedad, porque sin justificar conductas agresivas, entendamos que es difícil no sentir rabia hacia una sociedad que te hambreó cuando eras chiquito. Los niños de esa misma edad, antes del tan mentado cambio, comían. Pero este gobierno, mostrando la sensibilidad de un tiburón blanco (naturalmente) ha llegado a retacear alimentación escolar, diciendo que algunas botijas comen por golosos. El hambre infantil además no es una maldición diabólica. Es la consecuencia objetiva e inevitable de una política de despojo, por la cual, entre otros males, muchos padres y muchas madres han quedado sin empleo o fuentes de ingresos que permitan alimentar a sus familias. Sin llegar a esos extremos, la inmensa mayoría de la población del Uruguay ha vivido una gran carestía, que es como popularmente llamamos a cuando las cosas cada vez nos resultan más caras en relación con nuestros ingresos, y, por lo tanto, cada vez podemos comprar menos y debemos privarnos de más. Con la política de ajustar salarios, jubilaciones y pensiones por debajo de la inflación (en lugar de por arriba, como ocurría antes del cambio) sostenida en el tiempo, en tiempos reales, traduciendo la plata a objetos, mercaderías y servicios, la billetera cada vez está más flaca. Eso ha afectado no solo a las clases populares sino a las capas medias. O acaso es casualidad que el principal destino de los uruguayos en la semana de turismo haya sido Buenos Aires, donde, por la gran diferencia cambiaria existente, hace que un uruguayo que pueda comprar en Uruguay dólares y gastarlos en Argentina, encuentre muchas cosas baratísimas. Cuando las capas medias que se iban al Caribe a tomar sol se van a Buenos Aires a comprar porque está barato, es un indicio evidente que también las capas medias están afectadas. Y cómo no estarlo, si los impuestos que se prometieron bajar subieron, si las tarifas públicas que se prometieron bajar subieron, si los diversos tipos de combustibles se fueron a las nubes. Y si una madre tiene un hijo asmático y en ASSE falta salbutamol (el “ventolín”), no tengo la menor duda que si puede, esa madre dejará de comer para comprarle el remedio a su hijo en una farmacia. Lamentablemente, en muchos casos, ni dejando de comer lo pueden comprar. La seguridad que iban a resolver en 24 horas según Lacalle Pou está peor que nunca: los homicidios son varios por día, se roba más que nunca, la violencia doméstica y de género campea. Por si todo esto fuera poco, se instaló la mafia en la misma Torre Ejecutiva, aparecieron los narcopasaportes VIP, la corrupción gubernamental es tan pavorosa que este gobierno ha consumido ministros y otros cargos de alta responsabilidad como ningún otro, casi siempre por involucramiento en episodios de corrupción, como la reciente entrega directa de varias viviendas de la exministra Moreira a personas allegadas.
No seguimos el repaso porque es imposible recordar todos los motivos por los cuales el gobierno herrerista que inventó Sanguinetti y donde Manini cumple órdenes, nos tiene a todos pidiendo agua por señas desde hace un buen rato.
Lo que nunca imaginamos es que la frase alegórica se iba a tornar literal, que realmente íbamos a estar desesperados por la escasez de agua. Algo que es imposible de imaginar en el Uruguay, con sus acuíferos subterráneos y con su enormidad de cursos de agua dulce que recorren todo el territorio nacional.
Sin embargo, el gobierno siempre se supera a sí mismo y puede hacer cada día un desastre mayor. Con su muy particular sensibilidad: ante la sorprendente decisión de comenzar a potabilizar agua salobre, lo cual produce niveles muy elevados de sal en el agua de OSE, algo obviamente muy perjudicial para la salud de hipertensos y de personas con diversas afecciones crónicas, el MSP recomendó consumir agua embotellada a las personas de mayor edad o que tengan los referidos problemas de salud. Lo que en ningún momento se les ocurrió es calcular cuánto cuesta al menos dos litros de agua embotellada por día y por persona, y cómo eso afecta la ya esmirriada economía de una persona mayor que vive de una cada vez más magra jubilación. Que ni siquiera lo pensaran, es realmente indignante y refleja que no les importa tres reverendos rábanos la suerte de quien no vive en los barrios de “gente paqueta”. Peor aún, una jerarca llegó a decir que bastaba con dejar de comprar una Coca-Cola y comprar agua embotellada, no dándose cuenta en absoluto de la estupidez que estaba diciendo, porque mucha gente no puede comprar una botella de Coca-Cola. A muchos integrantes de este gobierno es necesario recordarles que hay vida al norte de Avenida Italia, e incluso, aunque les sorprenda, hay también seres humanos que habitamos en eso que en Montevideo se denomina interior, que es un conjunto de departamentos que lo único que tienen en común es no ser Montevideo, y en muchos de los cuales la situación económica promedio de las clases populares es peor que en la capital. Recientemente, el gobierno ha comenzado a manejar la posibilidad de “alguna ayuda” para los costos adicionales que genera la compra de agua embotellada en los sectores más carenciados, pero conociendo su singular sensibilidad, no cabe esperar gran cosa de esas “buenas intenciones”.
El gobierno culpa de esta debacle a la sequía, nadie niega que una sequía prolongada afecta la disponibilidad de agua para potabilizar. Pero el tener que estar procesando agua salobre y viviendo esta emergencia no es por la sequía. Porque gran parte de la culpa la tiene el desmantelamiento que el gobierno ha hecho de OSE, dejando de invertir en proyectos de primera necesidad, en mantenimientos imprescindibles, porque se ha jugado al Plan Neptuno y a tratar el agua como una mercancía más, cuando es un bien común esencial para la vida. Porque este gobierno creó un Ministerio de Ambiente para tener un ministro más para repartir, pero los controles ambientales han pasado a ser una farsa y la intensificación del uso de agrotóxicos por parte de los grandes agroexportadores, ha dado lugar a la creciente contaminación de casi todos los cursos de agua dulce del país, impidiendo o haciendo muy costosa su potabilización. La consigna “no es la sequía, es el saqueo” no niega la existencia de una sequía y los perjuicios que ocasiona, pero afirma que la culpa de este desastre es la política de saqueo del neoliberalismo herrerista.
El Uruguay está a pocos días de una crisis hídrica de dimensiones dantescas. Es absolutamente imperdonable que este gobierno nos lleve literalmente a pedir agua por señas. A los gobernantes que ahora rezan por lluvia, les decimos que sería mucho mejor que simplemente renunciaran.
Foto de portada
Audiencia contra el gobierno por la calidad del agua de OSE en el Tribunal de lo Contencioso Administrativo en Montevideo. Foto: Mauricio Zina / adhocFOTOS.